Una mujer de armas tomar con el don de la palabra bien ordenada. Aficionada a la pelota, practicante y enamorada -de la pelota, la familia y de la vida-, dura como el pedernal, espontánea y directa, visceral, defensora del euskera y beligerante, y dispuesta a lo que haga falta frente a todo y a todos. Necesita tres relojes para sobrellevar el día. Le faltan horas, no le sobra el tiempo y parece que tuviera cuatro culos y ninguna silla donde aposentarlos. Un huracán. Sin filtro, como aquel Celta corto que te rompía el pecho, o el Bisonte, según el color del tabaco que eligieras o las perras que tuvieras en el bolsillo, así es ella, onda expansiva que se origina en sus entrañas y acaba en medio de las nuestras.El punto de inflexión, el laboratorio donde empezó todo, apunta a sus padres y los primeros años de la transición, cuando falleció el dictador. Años de pelea; por las condiciones laborales, por el euskera, por la política y la vida. Los padres le marcaron el camino con su ejemplo en la calle, en el trabajo y en la vida.

Oihane Perea Pérez de Mendiola nació en Gasteiz el mes de diciembre del 77, década en la que recuperamos la calle “que no era nuestra”. Casi cada día era un 3 de marzo reivindicativo y, en el 76, la tragedia. En el barrio de Zaramaga la pelea se hizo carne y se expandió. Ahí estuvo Perea, Guillermo, en la pelea, que fue concejal y siguió en ello. Y también Maite, menos visible pero igual de combativa; “era pequeña pero….”, dice Oihane de la madre. De esos aires respiró la hija, y la otra hermana, Olatz, habituales ambas en el frontón del seminario, pala en mano, desde pequeñas, “donde el aita nos llevaba con frecuencia”. Porque los hijos se hacen a semejanza de los padres y respiran lo que éstos. Guillermo frecuentó el frontón cuando estudiaba en el seminario y allí aprendería lo que luego puso en práctica en la vida, en la calle y en casa. “Para construir lo que tenemos”, nos dice Oihane, “ellos pusieron los cimientos”.

Entre horas de trabajo y reivindicación los Perea y Pérez de Mendiola aprendieron euskera para transmitirlo en casa. Así que las dos hijas lo mamaron como el propio alimento. Euskera y frontón como señas de identidad de un país.

Entre los 5 y los 17 lo normal era coger la pala en cuanto asomaba el verano. Se mezclaban con el padre y con quienes coincidían en la cancha. “Y bien que le sacamos chicha al frontón por entonces”, recuerda, “pero lo disfruté poco, y puntualmente”. Unos años después, ya madre, “seguí más en serio y hasta me piqué”. Al vivir en Zalduondo, entró a colaborar en la Escuela de Araia, donde llegaban los chavales del pueblo y de los de alrededor. Los dos hijos, Unai y Oier, tenían que llegar al frontón. Estaban abocados. El mayor, 15 años ya, jugó hasta el año pasado pero le ha ganado el rugbi. El pequeño, Oier, no ha dejado la pala desde que tenía tres años. Y sigue. A su rollo y ritmo, pero a todo meter, Oihane visita el frontón dos veces por semana y coincide allí con “otros locos y locas para jugar a pala”. Empezaron 11 mujeres un lustro atrás “pero las lesiones y otras circunstancias nos están echando a algunas”. Entre tanta mujer, “gente mayor”, subraya nuestra protagonista, que no se olvida de la buena labor que hizo con ellas Jaione Gordo, la entrenadora, destaca el cura del pueblo, Eduardo, que también aprendió en el seminario. “Nos mete mucha caña”, reconoce entre risas Oihane, “es majete y zurdo, y no se puede con él”. El frontón es “una cuestión de terapia, Ramón”, confiesa, “ahí me libero, lo echo todo y exploto”.

A Oihane le gusta la pelea. Una buena Perea la busca. El juego, el combate cuerpo a cuerpo y las risas de entre tanto y de después. Como en los diálogos que gusta mantener con el euskera y los bertsos como instrumento. Una cualidad artística y teatral que le viene, dice ella, “de la abuela Bea, que tenía un punto de sardinera”. Doña Bea debió tener una vida intensa. Tuvo dos maridos y le encantaba el teatro. “Era la reina de la residencia, participaba en todos los saraos”, cuenta la nieta, “hasta en la misa”. Se fue en el 94.

A los 12 comenzó cantar. Le venía al pelo porque “era un poco vaga para escribir pero me gustaba la charleta”. Y las risas y bromas. Y que hubiere público de por medio. Se inició en la ikastola Aranzabela y ha sido cuatro veces campeona de Álava. Como en el frontón, “necesito expresar lo que veo y lo hago de manera espontánea”, reconoce Oihane, y sigue, “quizá debiera ser más fría y calculadora, pero canto y juego con las entrañas, desde la tripa -corazón dirían otros- para que a los demás les llegue también muy adentro”. Bertso y juego requieren ida y vuelta, efecto rebote, dar y recibir. Y me canta unos bertsos: “Bertsoa ta pilota elkarri begira. Sake, errematea hasi da partida… Oihartzuna paretak dakarren hori da. Barrenak hustu ondoren. Botaz urrutira. Bueltan datozen gauzak. Opari bat dira”. Intuyo ahí, la filosofía del esfuerzo quizá, el trabajo duro y la recompensa que viene a consecuencia del efecto rebote. Una interpretación libre y audaz de quien la escucha, entiende y rumia cada una de sus reflexiones. “Es cuestión de gustos”, me dice cuando le pregunto cómo se hace para improvisar unos buenos versos. Y de nuevo deduzco: hay un bertso más popular y otro más intelectual, más formal y preparado. Está dicho, Oihane prefiere tirar de entraña y sentimiento. Cuidando ésta, la forma, que prime el fondo, la conexión.

A propósito de conexión, existe una muy especial que une sus dos pasiones, el bertso y la pelota. Un par de bertsolaris, magníficos improvisadores, interpretan y describen lo que ocurre en una cancha en cuanto el pelotari hace un descanso. El público se divierte doblemente con el juego y la palabra. Iratxe Ibarra y Andoni Egaña “me han acompañado unas cuantas veces para improvisar en partidos mixtos de pelota a mano”. La bertsopilota “me encanta”, me dice. Euskera y pelota, dos de sus tres amores. El otro grande es la familia. Guillermo, abuelo y padre, continúa en la brecha a los 72 años, “se las sabe todas. Ni mis hijos ni yo hemos conseguido ganarle todavía”. Se merece una bertso grande, un bertso fuerte. Un beso.