No, no era cierto. Messi no va a fichar por el Deportivo Alavés. Soy un pecador. Y sí, sí es cierto, soy bastante tonto y eso no se cura con los años. Por desgracia, el santoral sólo nos cataloga un día al año como inocente, como adecuado para que las mentirijillas y estupideces puedan campar a sus anchas por los medios de comunicación. El resto de los días, la cruda realidad tiende a superarnos, convirtiéndonos a los humanos en inocentes a manos de otros especímenes menos inocentes. Hace más de 30 años, Mario Camus aprovechaba un genial retrato que Miguel Delibes efectuaba de una parte de la sociedad española de la postguerra para regalarnos una obra de arte como Los santos inocentes. Difícil no conmoverse con las crueldades de una élite no muy lejana en el tiempo y las penurias de unas clases más deprimidas que nunca. Difícil no recordar gestos y frases de los oprimidos, de Alfredo Landa, de Terele Pávez, de Paco Rabal? Todo eso ocurrió anteayer, cuando el hambre era hambre, las fanegas eran fanegas, el estiércol era tu compañero de cama, el franquismo era franquismo y el no franquismo, miseria. Hoy, por fortuna, ya no es anteayer pero nos resta muchísimo para llegar al mañana. Hoy, los santos inocentes siguen existiendo, quizás no en un latifundio extremeño oteando el elegante vuelo de su Milana bonita, pero sí en la puerta de al lado, en la esquina del cajero, en esas noches heladoras en las que un cartón es un seguro de vida, en esas lágrimas por no poder encender la calefacción mientras se acurrucan en el sofá aplastados por el peso de un jersey, un abrigo y una bufanda, en ese contenedor en el que la cabeza, ojos y hambre se entremezclan con el anonimato? Los santos inocentes de hoy no entienden de sexos ni edades, y en ocasiones tampoco de tener empleo o carecer de él. Los santos inocentes sufren contratos de vergüenza, condiciones infrahumanas que chocan con las ufanas palabras de los políticos de turno, arrogantes y engreídos a la hora de calificar la evolución del desempleo. Pero entre tanto santo inocente, la desgracia también tiene grados. Año tras año, las santas inocentes siguen engrosando crueles listados de dolor y muerte para indiferencia de una sociedad que fracasa día a día. Muchas mujeres continúan siendo esas sirvientas con tetas y coño obligadas las 24 horas del día a cumplir bajo amenazas y golpes las órdenes y mandatos de sus autoproclamados amos. Es la ley del más fuerte, de la bestialidad. Puede tener sólo 20 años y llamarse Andrea Carballo, como esa pobre chica a la que la justicia no ayudó y murió en diciembre estampada contra un surtidor de gasolina en Benicassim. Podía tener 60 años y llamarse Ana Orantes, quien tras 40 años de maltrato dio la cara en televisión y se la partió días después su opresor. 52 mujeres fueron asesinadas en 2017 en España, unas 50.000 en todo el mundo. ¿Falta de educación? ¿Falta de justicia? ¿Falta de protección? Todo eso y más. Juventud dominante y celosa, madurez inmadura y posesiva, justicia ineficaz y protección policial irrelevante -1 policía para controlar 70 medidas judiciales-. Un desastre. El pasado diciembre conocíamos que la ucraniana Anna Muzychuk, doble campeona del mundo de ajedrez, renunciaba a defender sus títulos universales en el Mundial de Arabia Saudí. Tanto ella como su hermana, también ajedrecista, adoptaron esta medida “por no jugar con las reglas de otros, por no llevar abaya, por no tener que ir acompañada cuando estoy en la calle y, en resumen, por no sentirme una criatura secundaria. Todo esto es muy molesto pero lo más decepcionante de todo es que a casi nadie lo importa”. Anna lo clavó. A casi nadie le importa lo que le pase a Anna Muzychuk, Ana Orantes o Andrea Carballo. Un día es discriminación, otro tocarte el culo, otro un sueldo inferior al de un compañero, otro una violación, otro un asesinato? Un día se escudan en la maldita religión. Otro en la manada, como brutales hienas sanfermineras con una débil joven y un portal como mesa de operaciones. Otro día conforman un cuarteto, abusan de una menor y colocan a la Arandina en los titulares de todos los diarios. Puede ser en el piso de abajo o en el de arriba, pero miles de santas inocentes siguen sufriendo día a día, noche a noche, el aliento de la amenaza, de la paliza. Y a casi nadie la importa. Con mirar para otro lado, la noticia y el drama desaparecen. Milana bonita, ¿cuándo dejarás de revolotear?