La vida y la carrera deportiva de Garbiñe Muguruza dieron un vuelco a partir de octubre de 2015. Sus excelentes prestaciones en la gira asiática que cerró la temporada y su culminación con las semifinales de las Finales WTA le llevaron hasta el número 3 del mundo y le colocaron ante un nuevo escenario, ese que dice que lo difícil no es llegar, sino mantenerse. El reto que la tenista vasco-venezolana, convertida en una deportista muy atractiva para las marcas y en un icono mediático, asume desde este fin de semana de la mano de Sam Sumyk no es otro que responder a las expectativas, a las propias y a las ajenas, y consolidarse como la estrella del tenis que muchos esperan.

Muguruza parece dispuesta a todo y por eso ha abandonado su zona de confort en Barcelona en busca de nuevas motivaciones. Ha realizado parte de la pretemporada en Los Angeles y desde hace unos días está ya en Australia para preparar el primer Grand Slam de la temporada. “Han sido días de sacrificio y también de ilusión”, ha reconocido Garbiñe, que en estos primeros compases del año aparcará el dobles, pese a su condición de finalista WTA en noviembre junto a Carla Suárez, para centrarse en la lucha individual.

Brisbane, donde puede encontrarse con rivales de altura como Halep, Sharapova o Kerber, será el torneo que abrirá el calendario de la jugadora de Caracas que en 2016 tendrá una parada añadida e inexcusable en los Juegos de Río. Después, decidirá si acude a Sydney en la semana anterior a la cita de Melbourne. Garbiñe Muguruza se crece en los grandes escenarios, ante las más importantes rivales, pero es en torneos de menor rango donde se forja la regularidad que se necesita para asentarse en la cima. Ella es la más joven entre las 10 primeras del mundo, la segunda más joven entre las 20 mejores por detrás de la suiza Belinda Bencic, y por eso muchos ven a Muguruza como la principal heredera al trono que, más pronto que tarde, dejará vacante Serena Williams.

La estadounidense aún mantiene una clara ventaja sobre las demás, pero lleva desde el US Open sin competir y está por ver cuánta es su hambre por seguir haciendo historia.

La relación con Sumyk hizo aflorar una jugadora más templada, más paciente, más versátil en la cancha, sin abandonar ese estilo agresivo y directo que marca diferencias en el circuito femenino. Pero Garbiñe Muguruza ha aprendido a leer los partidos, a variar sus golpes, para que no sea todo un cara o cruz que a veces conduce a la frustración. También ha entendido que ahora se ha convertido en una rival a batir, en la favorita en la mayoría de los partidos que juegue porque ya no es una más. Y deberá lidiar con esa presión, “ya no soy la que puede ganar, sino la que tiene que ganar”, incluso en aquellos días en que todo parezca en contra. La tenista vasco-venezolana tiene que demostrar que es algo más que una moda, que su raqueta guarda, sobre todo, un altísimo nivel de tenis. Estas primeras semanas del año en la otra parte del mundo pueden indicarle el camino, situarle en la rampa de despegue hacia un futuro que debe pertenecerle siempre que su ambición sea bien canalizada. Mantenerse es el nuevo reto de Garbiñe Muguruza.