LUARCA - En la Ermita de Alba, donde se supone que hubo un milagro de pastores y ovejas tiempo atrás, un clásico de la literatura religiosa, todo fueron suspiros. Se amontonaron. Los hubo de todo tipo y condición. Ay... Un suspiro, una manecilla de reloj, pongamos que un par segundos, colocaron a Purito en el liderato de la Vuelta. Un suspiro, una exhalación liberadora, abrió la sonrisa de Frank Schleck, victorioso tantas lunas después. Un suspiro, puro alivio, abrazó a Dumoulin, soberbio tras demasiados días merodeando en solitario por las calles estrechas y sombrías del calvario, feliz en la antesala de Burgos, donde espera ofrecer la mejor de sus actuaciones, la que le lleve a Madrid subrayado en rojo. Entre suspiros está Rafal Majka, inquietante su presencia. Desapercibida su figura entre Purito, Dumoulin y Aru. Un suspiro desbancó al italiano, que suspiró por un segundo y por una reacción singular, tardía, al ataque de Purito. Suspira el de Astana por el suspiro que le sisó Joaquim Rodríguez en lo que él denomina jocosamente como su minuto de gloria, su archiconocido kilómetro final. Esa turbina, para lo que no existe remedio ni vacuna, que es Purito asomó otra vez para teñirse de rojo antes del día de descanso. “Seguro que nadie me podrá quitar el liderato mañana (por hoy)”, bromeó Purito, que es un diablillo vestido de rojo. Como el diablo sabe más por viejo que por diablo, “Dumoulin es el gran favorito para ganar esta Vuelta”, dijo Purito antes de coger el helicóptero que llevó a los diez primeros de la general hasta Burgos, donde se hamacarán antes de medirse en la contrarreloj individual por la que suspira Dumoulin, que no ganó, pero venció su batalla en la Ermita de Alba, donde apenas concedió tiempo. “Le he visto muy bien, muy suelto. De regular nada, iba muy rápido. El ritmo tanto en La Cobertoria como en meta era como para no moverse y quedarse, y él ha ido como un tiro”.

También fue como un tiro Mikel Landa, que no invocó a los suspiros. Lo suyo es silbar. La melodía da igual. Exuberante, el alavés podría tararear mientras escala muros. O cantar como lo hacen los crooners. King of the hill sería su canción. Su ascensión a la bucólica y pastoral ermita, con ese verde frondoso, esa quietud, la calma, resultó portentosa. Se puso en cabeza y no aceleró más de lo permitido para no descabezar a Aru, que más que suspirar, jadeaba en las posaderas del grupo. Landa, sereno, relajado, atendía el retrovisor una y otra vez para no desprender a su líder. Atemperó Mikel el ruido ambiental en una ascensión rítmica, sin espasmos, ideal para Dumoulin y su silueta repleta de clase. Sentado, lubricadas las piernas, el holandés mostró el dorsal a Aru durante un buen tramo de la subida. Dumoulin, que había transcurrido por los distintos altos de la jornada en soledad -no tiene equipo que le consuele- con el rostro sereno, se personó en la Ermita de Alba con confianza y el motor intacto. El Tinkoff de Rafal Majka, que no se le percibe, pero está muy presente, tercero en la general, quiso incendiar la Ermita. Poljanski se pegó un atracón que el resto entendió incoherente e innecesario. Un calentón. Con las fuerzas caninas en la última semana de carrera, nadie quería gratinarse en el microondas. Se impuso la cocción lenta. Al baño María.

a fuego lento Fue el método que empleó Frank Schleck, que miraba al suelo para no ver la rampa, para cocinar a Rodolfo Torres, el persistente colombiano que se le colgó de la chepa y le exigió lo mejor de su ciclismo, oculto demasiado tiempo entre las lesiones y la falta de un hilo conductor que le conectara con su mejor versión. El luxemburgués y Torres circulaban con más de diez minutos de ventaja. La mitad del tiempo que dispuso una escapada que obtuvo la licencia del pelotón en cuanto despuntó el día, tan temido como mortecino. Omar Fraile no pestañeó y se coló al convoy de buena mañana. Selló el pasaporte deprisa, cogió el petate y se fue en busca de las montañas. Llenó el zurrón de cimas. Engordó su maillot de lunares, el que le señala como el mejor de las cumbres, nutriéndose de puntos en las coronas que festoneaban la etapa. Omar había blindado su maillot. El peso del kevlar, probablemente, le impidió seguir a Frank Schleck y Rodolfo Torres, que se destacaron en La Cobertoria.

Schleck recordó sus maravillosos años y después de soportar las algaradas del colombiano en la Ermita de Alba, alzó el vuelo con un ataque a dos tiempos. Al primero respondió Torres con premura, pero en el segundo se quedó mudo. Musitando. Suspirando. Frank, perfil de hilo el suyo, de aliento largo, que se cayó en Murcia, se levantó con orgullo en la Ermita de Alba. Alzó el dedo, pronunció una sonrisa y abrió los brazos para achuchar la felicidad, más de cuatro años sin catar el champán, sin baile de graduación. Entre los favoritos, a falta del rock&roll de Purito, de su riff de guitarra, sonó un vals monocorde que destempló a Valverde, apagado, raído por el Tour y gastado por la Vuelta. Bandera blanca. Mikel Nieve, excelente el leitzarra también ayer, prefirió la bandera pirata. Al asalto. Con su abordaje, Nieve escaló un par de puestos en la general. Quinto. Por delante, una convención de suspiros entre el tic de Purito y el tac de Dumoulin.