A Zuriñe Bengoa la vida le dio un vuelco cuando tenía 25 años. Un accidente, muchas operaciones y una secuela de por vida en forma de movilidad reducida en su brazo izquierdo. Pese a ello, o quizá por ello, la sonrisa no se le ha borrado del rostro. Y tampoco la pasión por el baloncesto, con la que no ha podido ni su lesión. Otros hubiesen optado por arrojar la toalla y no intentarlo, pero ella cogió el camino de regreso a su pasado, el que le unía a la pelota gorda. En un primer momento el deporte en el que empezó a jugar con 12 años en el patio de Sagrado Corazón parecía quedar aparcado para siempre. O eso al menos era lo que esta vitoriana pensaba entonces. Nada más lejos de la realidad. En su caso, la voluntad tiene más fuerza que las limitaciones. La pasión por la canasta y por juntarse con sus compañeras de su club de toda la vida para jugar puede mucho más que el qué dirán. Le costó dar el paso de volver a competir, pero ahora cada fin de semana se le puede ver por las canchas de Vitoria defendiendo la camiseta del Ethernova en Senior Femenina Primera alavesa. Disponer de una sola mano hábil para jugar es un impedimento evidente para Zuriñe, pero para nada un obstáculo insalvable. Su caso es un claro ejemplo de superación, de que no hay casi ningún problema insavable si hay voluntad para sobreponerse. Y quien piense que no se puede jugar a baloncesto con una sola mano solo tiene que pasarse por uno de sus partidos y comprobar que la voluntad y la pasión todo lo pueden.

Zuriñe empezó con el minibasket con apenas 12 años. “Me dijo una amiga que nos apuntásemos y allí que me fui”, recuerda. Un pequeño empujón que le metió de lleno en la práctica de un deporte que se ha convertido en su pasión. Con 25 años sufrió un accidente de coche que, tras varios pasos por el quirófano, le dejó reducida la movilidad de su brazo izquierdo. Pensaba que ahí había acabado su relación con la canasta, pero de nuevo recibió otro pequeño empujón que le llevó a olvidar sus limitaciones.

“Fui dando pasitos poco a poco. Mis hermanos también jugaban al baloncesto y me animaron a bajar al parque a jugar. Ellos ya sabían mi situación, así que no tenía problemas. Con las amigas del equipo no había perdido el contacto e iba a verlas a menudo y ellas también me animaron a que volviese a entrenar. Sabían lo que me pasaba y cómo jugaba antes, así que también sabían que iba a jugar muchísimo peor. Me costó, pero la gente me ha ayudado mucho”, rememora.

Poco a poco fue recuperando la pasión que estaba dormida. Y también le tocó volver a aprender a jugar, ahora con una sola mano. “Lo más complicado fue aprender a tirar y a recibir el balón sin el apoyo de la mano izquierda. Al principio es muy fácil que se te escape y que pierdas muchos balones, pero con el tiempo vas aprendiendo. Yo juego de base y siempre te aprietan más en el bote para buscar la debilidad de no poder cambiarte el balón de mano, pero no pasa nada. Y con lo de lanzar, ya antes no era de tirar mucho y ahora tampoco. Las compañeras me riñen y dicen que tengo que tirar más”, relata

Entrenamientos todas las semanas y cada vez una mayor seguridad comprobando que podía seguir disfrutando de su pasión. “Disfruto mucho. No sé describirlo con palabras. No me pierdo ni un entrenamiento ni un partido. Este huequecillo que tengo es para mí y que no me gustaría perderlo nunca, a pesar de que ya con la edad es difícil mantenerte”. Pero faltaba el último empujón. Superar el miedo escénico a volver a competir en partidos de verdad. Y, de nuevo, fue un empujoncito, el de sus compañeras, el que le llevó a dar el paso.

“Lo que más me costó fue volver a hacerme ficha y jugar partidos. Juegas contra gente desconocida y no me gusta que me vean distinta. Es la parte que peor he llevado, pero nunca he tenido ningún problema. Me han tratado igual que al restoe, que es lo que más me gusta”, explica.

El temor al qué dirán o a que la tratasen de manera diferente por su problema en el brazo izquierdo le inquietaba. Y es que, como sus compañeras saben bien, lo que menos le gusta a Zuriñe Bengoa es que sus rivales la traten con condescendencia por su lesión: “En el equipo notaba al principio como que daba un poco de pena y me dejaban un poco más y eso me da mucha rabia. Si veía que alguien me dejaba, iba rápida a quitarle el balón para que se mosqueara y no me volviera a dejar. Me gusta estar de igual a igual. Es como cuando eres mala. Si eres mala, eres mala y da igual. Si te ponen más tapones, te ponen más tapones y no pasa nada. Esa sensación la noté al principio en el equipo, pero yo me he encargado de que no sea así. Me gusta aprender y fijarme en cómo hace la gente las cosas. En la cancha no lo he visto, me han tratado igual. De vez en cuando me quitan el balón, pero...”

Nuestra protagonista mira ahora hacia el pasado y siente que dio el paso en la dirección correcta. “Segurísimo que me hubiese arrepentido. Este rato de jugar con otra gente no lo cambiaría por nada. Es uno de los mejores momentos de la semana”, asegura. Y, por eso mismo, anima a las personas que tengan problemas parecidos al suyo a que no renuncien a sus sueños o a sus pasiones: “Los que tenemos una pequeña limitación somos distintos, pero no somos inválidos. A veces nosotros mismos nos ponemos más trabas de las que tenemos. Yo animo a la gente a probar. Lo mío fue por casualidad porque mi hermano me dijo que probase y yo animo a la gente a que trate de hacer lo que le gusta. Igual a mí si nadie me anima hubiese pensado que con una mano era distinta a todas las demás y no podía jugar”.