Vitoria. GANÓ cuatro Bundesligas y una Premier, tres Copas de Alemania y otras tantas inglesas, pero se quedó huérfano de títulos internacionales, lo que condenó al imponente Michael Ballack (Görlitz, 26-IV-1976) a una especie de maldición que no abandonó hasta esta pasada semana en que anunció su retirada del fútbol profesional, tras encontrarse sin equipo desde junio, cuando expiró su contrato con el Leverkusen, descartando su incorporación a un club de la Liga australiana.

Fue en 2002 cuando concentró los ingredientes de su condena vistiendo la camiseta de la aspirina al perder la Copa frente al Schalke 04 además de dejar escapar el título doméstico en la última jornada y de caer ante el Real Madrid en la final de la Champions. Neverkusen fue la mofa que abrumó a la hinchada durante largo tiempo el año en que Alemania hincó también la rodilla frente a Brasil en la finalísima del Mundial con la ausencia de Ballack, amonestado en la semifinal contra Corea del Sur. Ganó cetros con el Bayer, Chelsea y Kaiserslautern, pero su desgracia, mayor que ese físico esplendoroso que le permitía recorrer kilómetros y mandar con galones, siempre le condujo a morir en la orilla.

En 2006 se sumó al megaproyecto de Abramovich pero también torció el morro, para pena de la afición de Stamford Bridge, quedándose con la miel en los labios en la final de la Liga de Campeones de 2008 por culpa del histórico resbalón de Terry en la tanda de penaltis. Dos meses después, el sprint de Fernando Torres le privó del entorchado en la Eurocopa, que fue a parar a manos de la selección de Luis Aragonés. Su estela empezó a difuminarse cuando su rango en la Mannschaft dejó de ser entendido como tal por sus compañeros. En mayo de 2010 sufrió una lastimosa entrada, en la puja por la Copa inglesa, del jugador del Portsmouth Kevin -Prince Boateng, nacido en suelo alemán pero que prefirió defender la camiseta de Ghana en el Mundial de Sudáfrica -a diferencia de su hermano Jerome-, una acción en la que Ballack se rompió los ligamentos internos del tobillo derecho. Sin el capitán, los de Löw se liberaron de la tiranía de su líder y es que, aunque acudió lesionado a la cita mundialista con la esperanza de recuperarse para las definitivas rondas, su alter ego Lahm se rebeló negándose a devolverle el brazalete, de forma que la presión del vestuario obligó a Michael a regresar antes a casa con el orgullo herido.

El técnico le invitó a poner el broche a su carrera en la selección (98 partidos y 42 goles) con un amistoso ante Brasil pero Ballack rechazó el regalo envenenado y tildó al seleccionador y sus muchachos de "hipócritas". "Si ahora quieren aparentar que siempre me trataron a mí como capitán de Alemania, franca y abiertamente es el colmo", proclamó. En su historial se recuerdan asimismo aspavientos varios, como la noche en que persiguió al árbitro noruego Ovrebo después de que Iniesta colocara al Barcelona en Roma para disputar la final de la Liga de Campeones, o sus numerosas muestras de futbolista altivo, aunque de estampa elegante y fortachona.

Hijo de un ingeniero civil y de una nadadora, Ballack se ensimismará en los tres hijos (Louis, Emilio y Jordi; de 11, 9 y 6 años) que tuvo con Simone, a la que conoció en un café de Kaiserslautern en el que ella trabajaba de camarera, y con quien ha protagonizado varios affaires en la prensa rosa. "Me queda el recuerdo de una larga y maravillosa carrera con la que de niño no me habría atrevido a soñar", dice en su adiós, enterrando los pasajes de la desdicha.