BARCELONA: Valdés; Alves, Piqué, Mascherano, Abidal, Sergio Busquets (Min. 85, Keita), Xavi, Iniesta, Pedro (Min. 82, Cesc), Villa (Min. 73, Adriano) y Messi.
REAL MADRID: Casillas; Ramos, Pepe, Carvalho, Coentrao, Xabi Alonso, Khedira (Marcelo, min.45), Di Maria (Higuaín, min.63), Özil (Kaka, min.78), Cristiano Ronaldo y Benzema.
Goles: 1-0: Min. 14; Iniesta. 1-1: Min. 19; Cristiano Ronaldo. 2-1: Min. 44; Messi. 2-2: Min. 81; Benzema. 3-2: Min. 87; Messi
Árbitro: Fernández Borbalán, colegio andaluz. Expulsó a Marcelo, Özil y Villa (Min. 93) con roja directa. Amonestó a Khedira, Cristiano Ronaldo, Pepe y Sergio Ramos; además de a Xavi y Mascherano.
Incidencias: Unos 92.965 espectadores en el Camp Nou.
bilbao. El fútbol nació siendo pasatiempos, diversión. Desembarcó desde la autopista del mar, dio envidia y gustó. Bello y noble entretenimiento que aunó las clases sociales. El fútbol es del pueblo, del barrio, de las personas, de la asociación entre las mismas. Una razón de ser para la amistad, el concepto sobre el que mece el fútbol. El principio sobre el que hoy se asienta el éxito. La unión culé sigue siendo umbral para el Real Madrid. Se extiende más allá de los terrenos de juego. En las redes sociales (Piqué, Puyol…), compartiendo vacaciones (Messi y Alves), gastando bromas (sobre la llegada o no de Fábregas), subiéndose al escenario con Shakira, una fuerza contra la que el talonario, por sí mismo, no puede luchar. Lo de estos son años de experiencias conjuntas, unificadas por el Barcelona. Y el tiempo todavía no hay dinero para comprarlo. Los chicos de Pep Guardiola, sin plenas facultades físicas, han hecho valer de nuevo sus convivencias. La Masía de partida. Su capital es el humano, la formación, donde prima una asignatura que es la humildad, que permite mantener las ganas de mejorar, que no deja agarrarse a la conformidad. El Camp Nou ovaciona a sus chicos, también al nuevo, el hijo pródigo le llaman, Cesc Fábregas.
En segundos, suspiros, se vio la chispeante tensión del Camp Nou. El Barcelona, aunque impreciso inicialmente, buscaba imponer la cordura, la tranquilidad, la paciencia, evitando que el esférico volara, pretendiendo encontrarse a sí mismo. Solo césped, su amigo. Guardiola y Mourinho, que tras ocho visitas sigue sin saber lo que es ganar en el teatro blaugrana, asistían en pie desde esos primeros compases. Cristiano Ronaldo, hijo del frenesí, buscó romper el clima con un temprano disparó. El Madrid ansiaba la locura, una pasión desatada, un duelo de intensidad y contacto, de piernas estiradas, rígidas al asomar los tacos. Un discurso que si no hay resultados no se sostiene para un equipo como el Madrid, cobijado en la permisividad arbitral, amparado en la congestión que producen las patadas, en la rabia e impotencia que generan las mismas. Los de blanco querían ritmo a toda costa. Misma propuesta que en el encuentro de ida. Pero el Barça era otro. El de Wembley. El de la pasada Copa de Europa conquistada frente al Manchester United. La posesión ayer sí era suya. El Madrid proyectaba miedo con chispazos, agudos contraataques. La verticalidad era patrón, la estricta senda hacia el gol. Pero ahí anegaba la ansiedad, ayer una losa que maniató a los de Mou. Ronaldo lo intentó por segunda vez enviando la pelota a las nubes. Hambre descontrolado.
Entonces, apenas diez minutos mediados, tras engrasar, la maquinaria culé comenzó a mover el pistón. Pedro, minuto 12, con un pase de la muerte, hizo ver un Barça vivo, recuperado, regenerado, reencontrado, monstruoso en colectivo. Fue el prolegómeno del gol. Messi, tan grande como él mismo, sacó escuadra y cartabón, teledirigió el esférico y se lo regaló a Iniesta, que no tembló. Con una cuchara esquivó a Casillas, mero espectador ante la genialidad.
Instantes después, Valdés falló al recoger un balón y hubo susto tras cazarlo Benzema y terminar la pelota en córner. Acción en la que llegó el empate de Ronaldo (minuto 19), que remató un disparo desviado que dejó el balón en sus pies. La pegada del Madrid se hacía efectiva. Sin brillo, empate.
Momentos de toma y daca. Pedro pudo hacer el segundo a la contra. Casillas tuvo que estirarse. El tinerfeño era una avalancha para Coentrao, a quien solo le mantuvo en el campo el capricho de Mou.
Acto seguido, la respuesta de Ronaldo, el ambicioso, el individualista, el desbordado, que disparó y Valdés solo pudo enviar al travesaño su misil.
El Barcelona, sin violar su estilo, asumía riesgos excesivos en la salida del balón, en la creación, en la factoría de fútbol. El Madrid, mientras, era hijo del trazo recto, impulsado por la agresividad de su fútbol. Özil envió cruzado y Valdés ejerció.
En el minuto 44, el diablo, ángel de la guarda blaugrana, apareció. Messi, tan puntual como certero, omnipresente para acudir a la gloria, completó con Piqué una pared de baldosa, tacón incluido, y el argentino hincó el diente. 2-1 al descanso. Sueños de campeón de primer triunfo blaugrana tras cinco finales de Supercopa contra el Madrid.
El segundo acto comenzó abrupto. Sin claridad. Espeso. Tundra. Llegaron los minutos más tensos. Anticipos de tragedia. Marcelo, que luego vería la roja, agredió a Messi con una patada. Las piernas de medias blancas ejercían imantadas hacia las de blaugrana. Brotó el odio entre clanes. Desapareció el fútbol, se impuso la burquedad, y el Barcelona, frotándose las manos. Los balones apenas asomaban por las áreas.
Entonces, consumiéndose los minutos sin remedio, Mourinho plantó toda su ofensa en el césped. Higuain y Kaká se quitaron el chandal. El Madrid se estiró. Creció su espacio vital en el Camp Nou. Avanzaron sus efectivos. Empeño incombustible, tenaz y temible, aunque deslucido por las prisas; el Barça se encogía, se rezagaba en su trinchera.
Ocasión de Benzema, fallo de Ramos en la oportunidad más clara del segundo tiempo. Los de Guardiola acusaban el esfuerzo físico. Iban en reserva, pasivos, sin dispendios. Aburrir con posesión era su propuesta. La del su entrenador, que dio entrada a Adriano en lugar de Villa. A la cueva.
La retahíla de faltas rompió el compás del partido. Y cuando el ambiente se ponía de cara blaugrana, Benzema, en golpe de fortuna, en barullo previo, atinó al enviar a la red. Su descerebrado empuje se vio recompensado. Pero en el 87, seis minutos después, Messi, más amigo del balón que nadie, ajustició al Madrid tras una jugada de pintura y marco. Décima Supercopa para el Barça. No sin antes el lamentable show madridista, una casa donde todavía tienen que aprender a perder. Porque el fútbol aún eso cosa de amigos, de ilusión pura, de estética, un divertimento. La primera en la frente.