TURQUÍA Onan (7), Ilyasova (9), Tunceri, Asik (10) y Turkoglu (20) -cinco inicial-, Akyol (5), Guler (17), Ermis (2), Erden (5), Savas (9), Gonlum (2) y Arslan (9).
FRANCIA Batum (11), Pietrus (6), De Colo (15), Diaw (21) y Traore (4) -cinco inicial-, Albicy (3), Causeur (3), Koffi (5), Mahinmi (2), Jackson, Bokolo (4) y Gelabale (3).
Parciales 19-14, 24-14, 28-17, 24-32.
Árbitros Estévez (ARG), Vázquez (PUR) y Lamonica (ITA). Eliminados: Mahinmi.
Pabellón Sinam Erdem Dome, de Estambul, ante unos 15.000 espectadores.
Estambul queda a buen recaudo. Una ciudad tantas veces conquistada, reconquistada y saqueada, se encuentra en esta ocasión protegida por un ejército fiable y rocoso que pelea sobre el parqué para evitar que alguien escape de sus murallas con el oro. Ayer, en un partido de octavos que se presumía mucho más duro de lo que en realidad fue, la selección anfitriona despachó por la vía rápida a una selección francesa que ha ido perdiendo gas conforme avanzaba el campeonato. Los otomanos combatieron el músculo con buen baloncesto, con talento, y se garantizaron el pase a los cuartos de final, donde les espera un oponente mucho más temible.
Para asegurarse el acceso a las puertas de las semifinales, donde Eslovenia seguramente plantará más cara que los galos, Turquía se aferró a sus dos grandes figuras. Hedo Turkoglu y Ersan Ilyasova se bastaron para poner el encuentro tan de cara, que el seleccionador turco pudo permitirse el lujo de alterar sus rotaciones para convertir el encuentro en un acto festivo del que disfrutaron los más de 15.000 espectadores que abarrotaron las gradas del Sinam Erdem Dome.
Estambul sueña con retener el oro. Turquía está capacitada para lograr que no salga de sus vestustas murallas. Ayer volvió a demostrar que es, de largo, uno de los combinados más compactos del torneo. Todavía no conoce la derrota, apenas ha pasado apuros y encara el cuadro por el flanco contrario al de Estados Unidos, el mismo que España, que podría ser su rival en un hipotético cruce de semifinales.
El aliento de la grada se ha convertido en una ayuda tangible para el equipo anfitrión. Tanto en Ankara, en la primera fase, como ahora en Estambul, el ambiente juega siempre en contra de sus rivales. Ayer a Francia esto le habría dado igual. Incluso de haber jugado en la parisina Plaza de la Concordia, el resultado habría sido el mismo. El conjunto galo, huérfano de hasta ocho de sus grandes estrellas, ha transitado con más pena que gloria por el campeonato. Salvando el triunfo en la jornada inaugural ante España, el resto de sus apariciones se cuentan por decepciones, más allá del signo final de los partidos. Y el de ayer no fue excepción.
De Colo, algo más acertado que en anteriores citas, aunque no es decir demasiado, supo contener el frenesí con el que Tunceri pretendía revolucionar el duelo desde el salto inicial. Su asociación con Boris Diaw permitió al equipo francés mantener cierta dosis de igualdad en el marcador hasta mediado el segundo cuarto. En este punto, sin embargo, estalló Turkoglu. El veterano alero de los Suns encadenó varias acciones positivas que condujeron a un resultado que se apreciaba insalvable para el descanso (43-28). Y ahí se acabó todo.
Francia, un colectivo débil, tanto en aspectos tácticos como, sobre todo, en anímicos, claudicó ante la fiesta que se organizó en el pabellón. El choque se transformó en un amistoso sin tensión ni interés y todo quedó supeditado a la celebración de la parroquía local. Turquía manda recado: quiere el oro.