horrillo, siete meses después el protagonista

Pedro Horrillo necesita rehabilitar aún su rodilla izquierda, pero hace vida completamente normal, y es dichoso junto a los suyos, su máxima prioridad. Fotos: iban gorriti

Tengo la sensación de que el accidente le pasó a otro. No recuerdo nada de la caída, de lo que ocurrió aquel día, así que lo he vivido como en tercera persona, como si fuera un espectador porque las únicas referencias son comentarios, fotos o gente que me ha dicho cómo fue todo". Es la mente de Pedro Horrillo, lúcida, brillante, serena, en constante movimiento, la que mantiene el discurso en la fluctuante mañana de Abadiño, tachonada por un cielo de nubes ventrudas entre las cordilleras a las que el viento "suroeste" -los ciclistas son grandes meteorólogos- ha despejado de las tejas blancas que ha cubierto la nieve. Su cuerpo de superviviente, su armazón de huesos triturados y cicatrices festoneándole la piel, sostiene otra versión sobre el terrible accidente que padeció en el descenso del Culmine di San Pietro en el Giro, en el corazón de mayo, en su decimosexto día, "mi otro cumpleaños, porque creo que sinceramente aquel día volví a nacer". El mismo día en que tras una caída de 80 metros, Sergio Levi, el médico de la carrera, le atendió tras rapelar desde un helicóptero. Horrillo se mecía sobre una plataforma de roca, a dos palmos del vacío. El galeno, incrédulo por hallarle vivo, le preguntó por su identidad y éste, educado, se presentó: "Me chiamo Pedro". Se expresaba entonces su inconsciente. Lo hace en Abadiño, siete meses después, su rodilla izquierda, recompuesta, que titubea, tartamudea muy levemente el paso cuando la meteorología, caprichosa, insobornable, gira a su antojo. "Es como un barómetro. Cuando cambia el tiempo cojeo un poco". La memoria del cuerpo no atiende órdenes.

No le impide el recuerdo de su articulación, todavía en fase de rehabilitación, realizar a Pedro Horrillo una vida "completamente normal", tanto que incluso prefiere charlar con este periódico mientras pasea, distendido, fuera del ajetreo del pelotón, distraído entre un paisaje postalicio, por una lengua de asfalto que se acuesta sobre una ladera de exuberante verde, que, enérgica, otea el cresterío del Anboto desde la otra orilla. Allí, en lo alto, salvando el desnivel, pastan, relajadamente, ajenas, Sabiñe y Graci, dos burras propiedad de Pedro Horrillo, el refugio del hombre, el alimento espiritual del superviviente. El ser humano y la naturaleza en diálogo.

"Son parte de la familia y siempre que no llueve vengo con mis hijos a darles de comer, a cepillarles o simplemente a ver cómo están. Me relaja estar con los burros y mis hijos disfrutan mucho. Para mí estar aquí es muy gratificante", dice el ciclista vizcaíno, que ha eliminado lo superfluo, el espumillón y las guirnaldas de su nueva vida, en la que se rige por una escala más emocional. "Hace unas semanas estuvimos en Nueva York y aquello era una locura. Todo el mundo consumiendo, me pareció algo exagerado. Creo que se debe disfrutar más de las pequeñas cosas de la vida, hay que saber adaptarse a lo que se tiene y disfrutar de ello. Estamos perdiendo la esencia", argumenta el ciclista, dichoso "por poder subirme a una bici y sentir el viento en la cara, como cuando era niño e iba a donde quería después de superar el proceso de pedalear solo sobre dos ruedas. Esa sensación de libertad la he recuperado. La competición, desde ese punto de vista, es lo de menos. Volveré si puedo estar al nivel de antes. Estoy sopesando muchos aspectos antes de tomar la decisión de seguir o no".

viaje a bérgamo Regresó Horrillo al lugar donde viró su vida -"quería ver dónde pasó todo y recorrerlo en bicicleta junto al médico que me atendió en el barranco (se lo impidió la nieve)"- dice Pedro, iluminado en la oscuridad tras un episodio que en Italia, el país en el que descansa el Vaticano y duerme Benedicto XVI, elevan a la categoría de milagro. "Creen que soy un milagro en carne y más después de que supieran que me llamaba Pedro y que fue en el Culmine di San Pietro donde me caí. Me han preguntado si he tenido alguna experiencia mística en todo el proceso", desliza Horrillo, amante de la razón, contrario al determinismo, la corriente del pensamiento que deja en manos del destino el recorrido vital del ser humano, como si éste fuera una simple marioneta del sino. "Siempre he pensado que al destino uno lo puede burlar con sus decisiones, que cada uno toma el camino que quiere en la vida, pero ahora no lo veo tan claro. Creo que no tenía que tocarme aquel día", argumenta Pedro, que estudió Filosofía, (autor de dos libros editados en Holanda y colaborador de El País) y que nunca creyó en la existencia de Dios. No le ha convertido a la fe su estruendoso viaje hacia las entrañas del barranco, pero las dudas han brotado en su pensamiento a codazos, como las ramas y las rocas que dislocaron su cuerpo. "Nunca he creído en Dios. Siempre decía que me lo tenía que demostrar, pero después de todo lo que me ha pasado, dudo. Tal vez me lo haya demostrado porque confluyeron todos los elementos a mi favor. Es una carambola que esté vivo".

el puzzle de pedro El accidente fijó a Pedro en una cama en coma inducido. Clavado como el taco de la zapatilla al pedal automático. En su prolongada ausencia del hogar, recluido en el Hospital de Bérgamo -su hijo mayor le preguntaba cuándo iba a regresar a casa cada día cuando hablaban por teléfono- tratando de recomponerse en compañía de su mujer, Pedro era un enorme puzzle con las piezas dispersas. Su cuerpo, una radiografía quebrantada: un severo traumatismo craneoencefálico; siete vértebras lumbares y una cervical, rotas; una rotura abierta de fémur, con la meseta tibial de la rodilla izquierda partida y la articulación hecha añicos. "Ahora en una revisión he sabido que también me fracturé los dos omóplatos", suma al mapa de su herrumbre Horrillo, que ha fortalecido aún más el vínculo emocional de su propio linaje. Su prioridad.

"Trato de pasar todo el tiempo que puedo con mi familia. Mi mujer ha empezado a trabajar y soy yo el que puede estar más tiempo con los hijos y lo disfruto enormemente. Son mi prioridad". Tanto que Horrillo no atiende al teléfono cuando se encuentra en compañía de sus vástagos. Para ellos son todas las atenciones. "Cuando te pasa algo así, ves la vida de otra manera y le das valor a otras cosas, a las pequeñas cosas. Te cambia la escala de valores. Das valor al día a día". Sabe Pedro a qué sabe cada día porque los paladea con calma, paciente. El calendario de Horrillo ha estado repleto de ese tipo de jornadas. Primero, intentando sobrevivir; después, tratando de reconstruirse, de volver a ser, en las que el único metro patrón es sobreponerse un día para afrontar el reto del siguiente: "Durante la rehabilitación he visto a personas que apenas les quedaba vida, pero que se agarraban a ella y trataban de disfrutarla, de vivirla intensamente. Eso te cambia. De alguna manera te haces más egoísta, te encierras más en ti mismo, pero a la vez eres más solidario con la gente que lo está pasando mal, eres más sensible al dolor ajeno".

quería saber la verdad "Desde el principio tuve claro que quería que los médicos me dijeran la verdad, que me hablaran sin rodeos, porque al final se trata de adaptarse y es mejor saber hasta dónde puedes llegar. Las cosas no tienen vuelta atrás y de nada sirve lamentarse. Se trata de afrontar lo que llega de la mejor manera posible y tirar para adelante", desgrana el corredor, cuya pierna izquierda alcanzó de manera tan lamentable el centro sanitario que el equipo médico contempló la posibilidad de amputarla. "Fueron unas horas, pero pensaron en esa posibilidad. Por suerte todo fue bien y con la inmovilización del principio, las operaciones y la rehabilitación, la tengo muy bien". No fue siempre así. "Una vez superé el coma inducido trataban de incorporarme a una silla y apenas aguantaba diez minutos sentado, pero nunca perdí las ganas de luchar y seguir mejorando. A cada avance, por pequeño que fuera, era feliz".

Como lo es junto a sus burros, "que responden fundamentalmente a la voz" y que añoraron al vizcaíno mientras estuvo ingresado. Giran los animales sus prolongados cuellos y enderezan las orejas cuando Horrillo, casado con Lorena y padre de dos chavales: Abai y Hori, a los que les entusiasman los animales, lanza sus nombres al aire. Descifrada la llamada de Pedro, descienden trotando hacia el lugar donde les aguarda el ciclista con un recipiente lleno de habas, "aunque también les encanta el pan duro. Del blando no quieren saber nada. La gente que pasea por aquí también les da de comer". A las burras, de raza encartada, les acompaña Rubio, un caballo de aspecto culturista que pertenece a un vecino de Pedro en cuyo terreno conviven junto a un pequeño rebaño de ovejas, que, curiosas, se acercan a la mano de Horrillo. "Rubio es un caballo para carne, pero sus dueños le cogieron cariño, y aquí está. Tiene 3 años". Las burras de Pedro, madre e hija, tienen 6 y 3 años respectivamente, "pero calcula que viven entre 20 y 25 años", explica en una vía muy transitada para combatir los excesos de la vida moderna, su colesterol. "A las mañanas pasean los hombres y más tarde lo hacen las mujeres", dice Horrillo, que explica por qué decidió hacerse con los burros: "Siempre he querido tener animales, desde pequeño, pero en Ermua vivía en un piso y no podía tener ni un perro. Los burros me han parecido unos animales muy bonitos. Además, los de raza están en peligro de extinción así que decidí comprar uno". Adquirió a la madre, que estaba preñada, en la feria de Santa Lucía de Urretxu. Ahora madre e hija están encinta después de que Horrillo decidiera cruzarlas con un burro encartado para que el linaje se perpetuara. Porque la vida sigue en el barómetro de Pedro Horrillo.

Pedro Horrillo decidirá antes de finalizar el año si continúa como ciclista profesional o si deja la competición

"Tengo la sensación de que el accidente le pasó a otro, lo he vivido en tercera persona porque no recuerdo nada"

horrillo, siete meses después el protagonista

El ciclista de Ermua, que vive en Abadiño, es feliz desde niño sobre una bicicleta, compita o no con ella.

Sabiñe y Graci, las burras de Pedro Horrillo comen de su mano.

"Ahora estoy volcado con mi familia, es lo más importante para mí, trato de disfrutar al máximo con ellos"

"Volver a competir sería cerrar el círculo, pero si al final no lo hago no me causará ningún trauma, estoy preparado"