En un viernes demasiado irregular en lo musical y todavía con bastantes problemas en el tema gastronómico –se tuvieron que traer puestos de emergencia después de lo del jueves–, miles de personas afrontaron en Mendizabala una calurosa madrugada con la intención de salir del recinto con mejores sensaciones. Lo consiguieron, en gran parte, a Incubus y The Soundtrack of Our Lives, más allá de que el show que siempre monta Gwar tiene su punto.
Antes de llegar a todo eso, la cosa no mejoró mucho, todo hay que decirlo. La pachanga de Calexico –nada nuevo, por otra parte– puede que divirtiera a algunos, pero hizo que tantos otros salieran rebotados hacia unos The Undertones que por lo menos le echaron un poco de ganas al asunto, recordando viejos tiempos y su éxito Teenage Kicks.
Pasado el peaje llegó el momento de Incubus y de saber si la voz de Brandon Boyd estaba en condiciones después de una semana de cancelaciones de sus conciertos previos al de Vitoria. Solo por la de veces que dio las gracias en castellano quedó claro que sí. Más allá de la anécdota, los de California tiraron de su libro de estilo para ofrecer justo lo que todo el mundo esperaba y sus seguidores anhelaban.
Este parón de una semana al que se ha visto obligado el grupo no se notó en ningún momento, llevando al personal por un viaje en el que hubo tiempo hasta las prescindibles versiones. Pero el ritual de Incubus, ese universo propio que saben crear, fue efectivo, bien sustentado en un saber hacer que va más allá de lo musical.
Así que con la moral algo más alta, tocó afrontar los dos últimos conciertos de la madrugada mientras en la carpa Trashville ardía, y es literal, la música. Gwar no faltó a sus costumbres, a esa puesta en escena que la banda saber hacer tan bien y que tiene toda una legión de fanáticos. Los que empezaron chorreados de sangre, estaban más contentos que una perdiz. Pero fue The Soundtrack of Our Lives quien cerró con maestría las tablas de Mendizabala.
La voz y la presencia de Ebbot Lundberg lo llena todo casi sin quererlo. Pero cuando además toda la banda rema en el mismo sentido, se alcanzan cotas inimaginables. Sucedió así en Gasteiz.