Cineasta transgresor y combativo, enfant terrible, drogadicto y siempre polémico, Gaizka Urresti continúa la línea documental de sus últimos años para abordar los diferentes adjetivos en torno al zarauztarra Eloy de la Iglesia y la época que marcó su vida y su cine en la película Eloy de la Iglesia, adicto al cine, que forma parte de la sección Zinemira del Zinemaldia.

Tras abordar en los últimos años documentales en torno a Labordeta, Aute y Arizmendiarreta, el portugalujo Gaizka Urresti aborda, en esta ocasión, la figura de uno de los cineastas que más que dieron que hablar durante el final de la dictadura y el comienzo de la democracia. “Siendo un chico de Portugalete a comienzos de los 80 que quería hacer cine, recuerdo el evento que supuso para la margen izquierda que un director de aquí que triunfaba a nivel Estatal viniese a rodar El pico”, rememora Urresti sobre un cineasta que descubrió, como muchos jóvenes en aquella época, a través del videoclub. “Era un cine que nos llamaba la atención. Ver, por ejemplo, El diputado en televisión y cómo representaba la homosexualidad y los cuerpos desnudos de forma tan gráfica me rompió la cabeza. Te mostraba el lado oscuro del ser humano, por lo que había una fascinación y una repulsa a lo que estabas viendo”, indica.

“Llevaba más allá la censura y estiraba la cuerda. Parece que le gustaba provocarles”

Gaizka Urresti - Director de 'Eloy de la Iglesia, adicto al cine'

Con el paso de los años, Urresti fue acercándose más a la obra de Eloy de la Iglesia sin ser un gran admirador de su cine hasta que Oihana Olea, productora de Altube Filmeak y sobrina de Pedro Olea, le propuso dirigir un documental que llevaba años intentando llevar a cabo y que, en un primer momento, iba a dirigir un íntimo amigo del cineasta, Diego Galán. “Tenía cierto resquemor con el personaje por esa oscuridad que había detrás. Esa parte de adicto a las drogas ha sido un prejuicio para mí y para mucha gente”, asegura Urresti.

Se definía como un personaje terriblemente adicto. Cuando dejó la heroína, por ejemplo, se convirtió en adicto a las máquinas tragaperras. Nosotros hacemos una metáfora con que realmente era adicto al cine, que es lo único que le salvó”, asegura el director del documental para quien no se puede entender a Eloy de la Iglesia sin acercarse al contexto histórico en el que vivió y desarrolló su cine. “Es un cronista estupendo del tardofranquismo con sus películas de género que camuflaban esa represión. Con la llegada de la Transición, vive la eclosión de las libertades, pero con la democracia y la entrada en Europa, llega su aparcamiento del cine”, cuenta Urresti.

“Te mostraba el lado oscuro del ser humano; había una fascinación y una repulsa”

Toda esta trayectoria la desarrolló siempre combativo y en los límites de la libertad de expresión, siendo el ojo de la diana habitual de la censura. “La sufría mucha gente, lo que pasa es que Eloy la llevaba más allá y estiraba la cuerda hasta romperla. Parece que le gustaba provocarles. Por eso sus películas sufrieron más que las de nadie y algunas, como La semana del asesino o Nadie oyó gritar, no se entienden bien porque están muy censuradas”, explica.

A esa cinematografía tan extrema hay que sumar, además, una imagen de enfant terrible que con los años fue perdiendo. “Proyectaba una imagen que seguramente no era. He accedido a dos generaciones que le trataron y que retratan ese lado oscuro, obsesivo y manipulador, pero otras, como la de Fernando Guillén Cuervo o Oihana Olea hablan más de su lado sensible y cariñoso. Me llama la atención que alguien que en la juventud era un destroyer, con 55 o 60 años era un tipo encantador”, indica.

Un cineasta libre

Para Urresti, un cineasta como Eloy de la Iglesia, hoy en día, es impensable. “Muchas de las imágenes de su cine son muy impactantes porque son muy poco habituales en la representación actual. Por eso, creo que el cine de Eloy puede interesar mucho a la gente joven que encuentra algo sorprendente en estas imágenes tan libres y sin censura”, indica Urresti, para quien, aunque en la actualidad no hay una censura administrativa, existe una autocensura en los cineastas. “Dependemos del público, de las televisiones... Un cine como el de Eloy no lo veo financiado por ninguna plataforma”, añade.

Por todo ello, tanto Urresti como el documental ven a Eloy de la Iglesia como un cineasta capaz de hacer lo que quisiera sin pensar en las dificultades. “Era libre sin saber lo que era la libertad. Ser libre también supone ser incómodo y decir cosas no políticamente correctas. Fue capaz de llevar las libertades más allá, hasta el exceso, y ahora mismo es más complejo de hacer”, apunta. “Al final, acabas entendiendo como alguien transgresor, combativo y gay podía formarse esa personalidad en ese contexto y le he terminado comprendiendo”, afirma.