Los proyectos no le dejan mucho tiempo para el descanso y eso que admite que tiene sus facetas de actor y dramaturgo en reposo. El próximo día 17, Iñaki Rikarte estará en Cádiz, en la celebración de la vigésimo sexta edición de la gala de los Premios Max de las artes escénicas, unos galardones en los que opta en la categoría de mejor dirección de escena gracias a su trabajo en Supernormales, una obra escrita por Esther F. Carrodeguas y producida por el Centro Dramático Nacional. El montaje es un juego cómico que pone al público frente a sus propios prejuicios alrededor del colectivo de personas con diversidad funcional y, en concreto, respecto a su sexualidad. La producción todavía no ha llegado a Euskadi, aunque el próximo otoño se podrá ver en Donostia.

Ya lleva varias nominaciones a su trabajo, sin olvidar el Max al mejor espectáculo de teatro que consiguió Kulunka por ‘Solitudes’, una obra dirigida por usted. ¿Tiene esto luego efecto real en las posibilidades de seguir trabajando?

No sé decir. Yo, personalmente, no he notado ningún cambio. Sí que es verdad que cuando lo de Solitudes, aunque yo no lo experimenté en primera persona, escuché a los actores decir que después del premio notaron que el público que asistía a las funciones se había incrementado. No sabían si se debía a los Max, pero es cierto que fue algo que coincidió en el tiempo.

¿Con pena por no haber ganado el de ‘Uniko’ con Teatro Paraíso?

No, no. En realidad, muy agradecido en el sentido de que estar en las nominaciones es el reconocimiento. Si luego llega el premio, fantástico, por supuesto. Aquella nominación fue una sorpresa, como te diría que lo es cada vez. Pero, por lo menos hasta ahora, nunca he vivido como un chasco el no ganar porque, fundamentalmente, he ido a las galas a que no me lo den (risas). En realidad, es una fiesta, un encuentro con un montón de gente conocida, es un día bonito. Es una celebración del teatro y eso va más allá de si consigues premio o no. A todos nos gusta que nos reconozcan el trabajo, por supuesto. Pero ya te digo que la nominación ya es un reconocimiento.

En este caso la posibilidad de ganar el premio es por ‘Supernormales’, que es un montaje que en Euskadi no se ha visto todavía.

No, no ha llegado hasta aquí. Es una producción del Centro Dramático Nacional y, en el origen, la idea es que estuviese solo en Madrid. Así pasó el año pasado, aunque tuvimos un poco de mala suerte porque nos pillaron los últimos coletazos del covid y hubo que suspender casi un par de semanas de las cinco que estábamos programados. Aún así, la función fue muy bien, hasta el punto de que este año se va a reponer. Vamos a estar otras cuatro semanas en Madrid y el Centro Dramático Nacional ha decidido, además, sacar el montaje de gira. Vamos a estar el próximo otoño en unas cinco o seis ciudades y una de ellas va a ser Donostia.

Con el Goya a Telmo Irureta por ‘La consagración de la primavera’ se ha hablado mucho de cuestiones a las que también se refiere este montaje teatral y que tienen que ver con la sexualidad en las personas con diversidad funcional.

Es un tema tabú. Es cierto que está dejando de serlo gracias a propuestas como esta. Es un tema que nos incomoda, al que preferimos no mirar en general. Es algo que como sociedad hemos ido escondiendo debajo de la alfombra. Este espectáculo, en concreto, lo que hace es levantar la alfombra de un tirón, dejando al descubierto que el deseo sexual de estas personas existe y que no tiene sentido seguir mirando para otro lado. La función es muy descarnada en ese sentido. Con mucho sentido del humor y siendo muy políticamente incorrecta, la obra pone de manifiesto todas las contradicciones que tenemos socialmente en torno a un tema tan espinoso, al parecer, como este del deseo sexual de las personas con diversidad funcional.

¿Cómo fue el trabajo con Esther F. Carrodeguas?

Muy interesante. Tuve la suerte de que ella estaba acabando de escribir el texto cuando yo la conocí y me hicieron la propuesta de dirigir el montaje. Así que pude asistir a su último proceso de escritura. Ella ha sido muy, muy, muy valiente a la hora de escribir el texto. Por momentos diría que kamikaze. Eso ha estado muy bien porque nos ha obligado al resto de las personas que estábamos alrededor de la función a ser valientes. Nos ha puesto en peligro, nos ha sacado absolutamente de nuestra zona de confort. No ha sido fácil el proceso, por supuesto, pero creo que todas las personas que hemos intervenido para hacer carne su texto estamos muy contentas con el resultado y de haber superado el reto de poner en escena un texto tan estupendo sin estropearlo.

No deja de ser su obra, su criatura. ¿Complicado el negociar como director del montaje o...?

La gente que escribe teatro también entiende esto. En realidad, esto es como las películas, que se dice que se escriben tres veces: se escribe con el guion, se escribe durante el rodaje y se escribe en el montaje. Pues es bastante parecido a lo que pasa en el teatro. Juan Mayorga dice que dirigir es escribir en el tiempo y en el espacio. De alguna manera, inevitablemente, un director tiene que traicionar, por así decirlo, al autor para poder hacer su trabajo también. Tiene que reescribir el texto en el tiempo y en el espacio. Además, en el teatro se da otra circunstancia. Como también dice Mayorga (risas), el papel lo aguanta casi todo y el escenario no aguanta casi nada. Hace falta hacer una labor de traducción y de adaptación que exige creación.

Aunque la obra esté cargada de humor, cuando se tocan temáticas como estas, que pueden ser un tanto delicadas, ¿hay que también quitar vergüenzas, por decirlo de alguna manera, a actores y actrices?

Eso desde luego que está. Cada uno tenemos nuestras vergüenzas o fronteras y también están las que tienen que ver con el grupo porque generalmente un espectáculo empieza a armarse sumando gente que no tiene porqué conocerse previamente. Es necesario sentar unas bases de convivencia. Pero sí que es cierto que en este espectáculo ha sido todo un poco diferente. Hay cinco actores con diversidad funcional y otros cinco actores sin diversidad funcional. Y en el proceso de montar la obra, sentí que tenía más libertad en la sala de ensayos que en la calle o ante los medios de comunicación. Ha sido una suerte redescubrir la sala de ensayos como un espacio de libertad, donde no ha habido lugar para la autocensura que a veces planea y que es un problema.

¿Es una obra que también habla de la sexualidad de cualquiera, como por ejemplo de Iñaki Rikarte?

Sí, sí. Es que no hay ninguna diferencia. Lo que se plantea en la obra es que son cuerpos que desean y eso nos incumbe a absolutamente a todas las personas, desde luego.

¿Dirigir un montaje infantil como ‘Uniko’ o una propuesta como ‘Supernormales’ es igual, el trabajo en realidad es el mismo?

Todos los proyectos son distintos. Nada se parece a nada y todo es lo mismo realmente. Hay una cosa maravillosa que tiene el teatro y es que te permite poder entrar a fondo en temáticas a las que, de otra manera, no accederías. Te llevas grandes sorpresas. En el caso de Supernormales, hubo que tomar muchas decisiones a la hora de concretar este texto. Planteaba muchas preguntas y pocas respuestas. Nosotros, a la hora de hacerlo físico, teníamos que responder algunas. Eran preguntas que nos comprometían, eran difíciles. Pero estuve muy acompañado por parte de asesores que tiene el Centro Dramático Nacional en temas de inclusión y, desde luego, fue una suerte poder contar con ellos para poder sumergirme en un mundo que, para mí, era desconocido. Pero luego dirijo una obra de teatro infantil y me encuentro con retos y curiosidades distintas. Es lo mejor de este oficio.

¿Al actor lo tiene abandonado o...?

(Risas) Por ahora, digamos que está dormido. Y no sé si se despertará. Es cierto que ahora mismo tengo la sensación de que puedo aportar más desde el otro lado, desde el patio de butacas, desde la mirada externa.

¿Y al dramaturgo?

También está dormido (risas). Es que para eso hace falta tiempo que es algo que últimamente no tengo. Pero bueno, conociéndome, sé que es algo cíclico y que volveré más tarde o más temprano. Es algo a lo que tiendo de una forma natural.

Se cumplen ahora cinco años del Max a ‘Solitudes’. Ahora ha dirigido también ‘Forever’, otra obra con máscaras. ¿Se ha terminado de asumir este lenguaje entre el gran público y los programadores?

Siempre ha habido reticencias con los montajes de máscaras porque hay mucha gente que no conoce el lenguaje. Asocia la máscara en muchas ocasiones al teatro para niños. O tiene prejuicios. Poco a poco, por el trabajo de diferentes compañías, esto se está rompiendo. Con todo, todavía no hemos logrado que el prejuicio desaparezca del todo. Sigue existiendo. Es cierto que el Max dio visibilidad. Igual que va a pasar ahora, que vamos a poder estar cinco semanas en Madrid, en el María Guerrero.

Hace justo 20 años que se licenció en la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid). ¿Qué le diría a aquel Iñaki Rikarte?

Lo que te espera, chaval (risas). Vivir del teatro cuando yo empecé en esto era un sueño inalcanzable. Afortunadamente, en estos 20 años he podido vivir de este oficio y no pido más. Creo que, en ese momento, si alguien me hubiera dicho que esto iba a pasar, no me lo hubiese creído.

¿Superada la pandemia?

No sé decir. Seguramente eso lo podría contestar un gestor cultural, por ejemplo. Sí que tuvimos un momento en el que había más reticencia a acercarse al teatro y creo que eso, poco a poco, se está superando. Pero veremos. En mi caso concreto, la agenda de trabajo se ha recuperado. Pero no sé si eso tiene que ver más con lo ocurrido o con que estás en un ciclo de más labor y ya está. Yo sé que no me puedo quejar. Tengo trabajo y en ello estoy.

¿Lo próximo?

Pues ahora me voy a Madrid a volver a ensayar Supernormales y tengo algunos proyectos ahí, pero todavía no me dejan decir nada.