Son muchas las caras que puede presentar a lo largo de un día una ciudad como Vitoria. Jesús María Pérez García, Atxalde, se asoma a su mirador, a veces real y otras ficticio, para mirar a las calles y las gentes de la capital alavesa y así construir el arranque de su nuevo poemario, de un libro donde no faltan otras temáticas y referencias, desde el paso del tiempo y el fin de la vida hasta la defensa y la puesta en valor de la propia literatura.

De todo ello y más trata Desde la ciudad de los miradores (Inquietudes y nostalgias), que tras ser presentado hace unos días en la gasteiztarra librería Arlekin –con la compañía de Jesús Prieto–, tiene previsto realizar en breve un acto similar en Labastida, el otro lugar de referencia para Atxalde, quien vuelve a incluir a la localidad entre los poemas de este nuevo poemario.

Desde un bar de la Avenida Gasteiz, el Prado o la Florida. Es Vitoria la que abre este reciente encuentro con los lectores a través de 15 poemas. “Es una ciudad preciosa. Sus diferentes luces me transmiten, significan mucho para mí. Sí, puede ser lluviosa o fría, tal vez gris para muchos, aunque yo también la veo exactamente al revés”, describe el autor cuando se le pregunta por el lugar en el que nació y al que regresó tras más de 30 años en Labastida. “Lo que tengo muy claro es lo falaz del tópico del alavés, falso y cortés. Para nada”.

Así, Gasteiz se convierte en la puerta de entrada al resto de capítulos que componen este trabajo, a una “segunda parte” en la que pide paso una mirada “más íntima”, tomando un peso específico en el discurrir del libro el apartado Inquietudes. “Es, tal vez, el momento más denso y propio”, en el que se habla de cuestiones como las apariencias, el estoicismo, qué hay después de la vida... Aquí, “la palabra se carga de tal peso que casi puedes tocarla”, dice quien se define como “unamuniano”.

Requiebros y La tiranía del tiempo mantienen abierto el camino de la poesía a través de estas páginas, palabras para hablar de sentimientos -“estoy enfermo de amor hacia mi mujer, no lo puedo evitar”-, del transcurrir del todo a la nada y de otras cuestiones similares, antes de completar el viaje con la parte específica dedicada a la literatura.

“La escritura es el mejor analgésico. Es casi una cuestión de supervivencia. Por eso el capítulo final. Ahí defiendo la poesía, ya que creo que está defenestrada”, apunta Atxalde, mientras recuerda aquel paso por el Seminario en el que Antonio Ortiz de Urbina le empujó a escribir. “Lo sigo haciendo porque para mí es una válvula de escape y un placer. Al final, es desnudarse con cada palabra en un folio que está inmaculado. Y si no me gusta, lo tiro y vuelvo a empezar”.

De hecho, un próximo título ya está tomando forma, más allá de que le vaya a costar llegar a las librerías un poco más de tiempo que los a últimos. Cada día solo tiene 24 horas. “Me suelen decir que tengo una forma de escribir a veces desgarradora y quizás exageradamente rocambolesca en otras ocasiones, pero es todo culpa de la formación que tuve en el Seminario”, sonríe. De todas formas, “cuando un poema sale de mis manos ya no es mío”, así que ahora es la hora de los lectores.