Dirección y guion: François Ozon. Novela: Emmanuèle Bernheim. Intérpretes: Sophie Marceau, André Dussollier, Geraldine Pailhas, Hanna Schygulla y Charlotte Rampling. País: Francia. 2021. Duración: 113 minutos.
zon no se conforma con hacer lo fácil ni lo conveniente. Su cine sufre sacudidas, funciona como una caja de sorpresas donde no siempre se acierta, pero donde siempre se autoexige lo más posible. Esta excelencia a veces se rompe por un exceso de retórica. La que aquí se impone habla del derecho de decidir a una muerte asistida cuando las circunstancias y la voluntad personal así lo reclaman.
Con un desmoronamiento físico comienza su relato. Con el ataque sufrido por André, padre de Emmanuéle. Un ictus le ha paralizado medio cuerpo. Con la cara desfigurada, apenas puede hablar, y con una dependencia absoluta para poder sobrevivir, reclama de su hija la peor de las peticiones que uno espera recibir de un padre: que le facilite la muerte.
Lo tremendo del argumento, algo habitual en el cine de Ozon, lo suyo es de cazalla, terciopelo y aguardiente, da lugar a un recorrido emocional intenso y áspero. Conocedor de que el terreno que pisa puede encallar en lo emocional, Ozon dota a su personaje de un carácter incómodo y abrupto. Ese empeño en eludir el exceso de melodrama que conlleva esta mirada a la vejez, a la enfermedad y a la muerte, conforma un relato desesperado en su deseo de equilibrar lo didáctico con lo narrativo.
El director francés que con más insistencia en los últimos años ha radiografiado la sexualidad y sus límites, sus derivas y sus perversiones, se pertrecha con un reparto femenino de altos vuelos. Sophie Marceau carga con el peso decisivo pero a su lado, y con más o menos presencia, Geraldine Pailhas, Charlotte Rampling y Hanna Schygulla componen un poderoso coro para acompañar el viaje definitivo del personaje interpretado por André Dussolier. Empeñado en no ceder al sentimentalismo, Ozon echa mano a cierto humor negro e incluso barroquiza el intimismo de la situación con una subtrama de ecos homosexuales y conflictos hereditarios.
No hay escape. El subrayado pretendidamente cómico o el añadido erótico no distrae ni aligera el núcleo duro del relato: el deseo de (mor)irse. La necesidad de ese mar adentro nos enfrenta a uno de los grandes debates que nos aguarda: ahora que tanto hemos hecho por sobrevivir, ¿cómo haremos para poder morir?