- Sonrío, es verdad que con tristeza, al ver en un diario conservador (ABC) lo que parece el aplauso a las barricadas ardientes y la lluvia de piedras de Cádiz. "Brotes de hartazgo", se congratulaba en portada la vetusta cabecera bajo una imagen de los disturbios. En otro rotativo de la misma acera ideológica (El Mundo), un columnista de acreditada diestridad se mofaba ayer de los sindicatos policiales convocantes de las manifestaciones de uniformados contra la derogación de la Ley mordaza. "Dicen que el sábado, cuando descansen de atosigar y golpear a los trabajadores de Cádiz, saldrán a protestar 100.000 agentes", les daba en el morro a los teóricos preservadores del orden y la ley. Claro que todo eso se quedó en minucia cuando apareció en escena el obrerista de larga trayectoria Santiago Abascal denunciando la represión de los huelguistas. "La lucha de los obreros del metal es la reivindicación legítima de una provincia condenada a la miseria", clamó el señorito de Amurrio, a quien no se le recuerda solidaridad semejante en las incontables protestas de sus convecinos en Tubacex o Acenor.
- Cantaría Paco Ibáñez con letra de José Agustín Goytisolo que "Todas estas cosas había una vez cuando yo soñaba un mundo al revés". O quizá no tan al revés, porque hay una hueva larga de precedentes de megaprogresistas gobiernos del PSOE mandando atizar a los currelas. Yo estaba en primera fila hace treinta y pico años cuando la reconversión industrial de Felipe Equis González se impuso a pelotazo de goma limpio en la Euskal Herria de nuestros pecados. Y luego he vuelto a ver las mismas escenas en ni me acuerdo cuántas ocasiones, tanto aquí como allá, siempre con idéntico o parecido final. Las empresas chapaban o se jibarizaban a lo bestia (El gigante Altos Hornos de Bizkaia quedó comprimido en la Acería Compacta de Sestao, que hoy también está a verlas venir) y solo salían medio bien los empleados de las firmas de postín. Los pringados de las empresas auxiliares se quedaban con una mano delante y otra detrás.
- Me temo que es lo que les espera también a quienes estos días defienden a pedradas sus alubias en la provincia andaluza. Su destino está escrito. Mientras, sus protestas sirven de excusa para los buscadores de selfis de aluvión, una fauna tan variada que incluye al anticapalista alcalde Kichi González, igual que a la arriba citada ultraderecha sin matices. En la contraparte, un ministro de interior socialista que no duda en mandar una tanqueta.