Con unas gradas bastante llenas, no así en lo que respecta a las mesas de la pista, el Iradier Arena ha cerrado este viernes con una nueva doble sesión de tarde-noche que, como sucedió el jueves, ha estado llena de contrastes en los fondos y en las formas. Dos maneras diferentes de entender y afrontar la música se han dado la mano gracias a la presencia del sexteto de Kathrine Windfeld y de Moisés P. Sánchez y su quinteto.

Parte del público, el que ha salido del Principal con el tiempo más que justo, ha llegado cuando la pianista, compositora y arreglista danesa ya había hecho acto de presencia junto a Tomasz Dabrowski (trompeta), Hannes Bennich (saxo), Marek Konarski (saxo), Johannes Vaht (contrabajo) y Henrik Holst Hansen (batería).

Antes de nada, hay que decir que contar con ella en este 2021 es, de por sí, una buena noticia. El suyo era el único nombre confirmado para el año pasado, ese 2020 que se quedó en el limbo. Pero por fin la creadora ha podido cumplir con la cuadragésimo cuarta edición del Festival de Jazz de Vitoria.

Sin querer ningún protagonismo como intérprete, ella ha marcado el concierto como compositora y directora. Y en esas dos facetas ha demostrado ser una artista a seguir muy de cerca. Es verdad que se está especializando en trabajar con big bands y que sería bueno poder verla en ese formato, porque da la sensación de que es donde realmente puede desplegar todo su genio. Pero no están los tiempos para estas cosas y por lo menos ha podido venir con un sexteto de lo más apañado.

Dabrowski, Bennich y Konarski han sido las herramientas principales para que Windfeld haya ejecutado su plan, un viaje por diferentes emociones y sensaciones pero siempre dentro de una misma atmósfera, una forma de hacer reconocible. Ha habido momentos de brillantez innegables en un concierto que ha empezado igual un poco frío y con un sonido muy regular. Lo primero se ha podido encauzar rápido. Lo segundo, ya si eso, otro día.

Tras ella, el turno ha sido para Sánchez, que repetía tras su actuación con Pablo Martín Caminero el jueves. Esta vez ha traído su proyecto, completado por Cristina Mora (voz y teclado), Miron Rafajlovic (trompeta), Toño Miguel (contrabajo) y Borja Barrueta (batería) para presentar su último disco, There's Always Madness. Eso sí, con el contrabajista y con el baterista se ha tocado un par de temas solos para recordar que llevan 20 años tocando juntos, cuando, como ha dicho el pianista, los tres tenían pelo.

Más allá de los guiños de humor, lo cierto es que el intérprete y su gente han derrochado calidad por los cuatro costados, haciendo que su último disco crezca todavía más. Es curioso porque aunque no comparte casi nada con la artista danesa, sí que hay algo en lo que coinciden ella y Sánchez: son dos pianistas que donde crecen de manera exponencial es en la composición.

El pianista y el creador han brillado en la noche gasteiztarra y ni siquiera el problema técnico que ha habido con un amplificador han podido parar el ritmo que ha llevado la actuación, un concierto en el que los temas han ido invitado a los presentes también a reflexionar sobre cuestiones como el miedo a la soledad. Detrás de la música de Sánchez hay muchos fondos en los que uno se puede permitir el lujo de perderse sin miedo.