Dirección: Waad al-Kateab, Edward Watts. Intérpretes: Documental. País: Reino Unido. 2019. Duración: 93 minutos.
i como se nos dice en la película, Sama significa cielo, el título en castellano de este filme sería Para el cielo; un trampantojo de ruinas, un espejismo de dos caras. Doble cara porque ese cielo al que se refiere se presenta bajo un ambiguo valor alegórico. De un lado Sama/Cielo es el nombre del bebé de la joven realizadora; pero al mismo tiempo la película insiste en mirar de forma obsesiva hacia arriba para ver cómo, desde el cielo de Alepo, los aviones vomitan la peste del apocalipsis. Tenemos dos cielos para una tragedia.
Esa dualidad, esa sensación dialéctica en la que confluye lo bueno y lo superfluo, la sombra de la manipulación y una verdad sobrecogedora, marca las idas y venidas de una película que no permite la indiferencia. Fascina e irrita, abruma y estremece. Posee en su interior brasas de vida pero lo desgrana a través de un relato simplista bajo el pobre y demagógico artificio de lo que exige mucha fe a cambio de casi nada.
La cuestión es que Para Sama se presenta como un diario íntimo, como una colección de reflexiones con las que la codirectora, la siria Waad al-Kateab, se dirige a su hija en un proceso por el que se insta a que el público se identifique con ella. Todas y todos somos o estamos en Sama.
Durante los largos meses y años del asedio de Alepo, Waad al-Kateab grabó hasta la obscenidad aquellos terribles días de sangre y muerte. A su hija Sama la vemos crecer, nacer e incluso la vemos casi concebir. Y esa Sama que nunca llora, habita entre bombas, en un hospital hostigado por los cazas rusos donde su padre sutura heridas y remienda vacíos. En el cielo, desde el cielo, en planos que como una letanía se repiten, llega el armagedón. Desde las alturas se vomita fuego y miseria sobre una población civil compuesta por mujeres, niños, heridos y sanitarios. Nada se dice de la milicia resistente, ni de ISIS, ni del fundamentalismo. Tan solo vemos lo que Waad al-Kateab recoge en un filme que nació a partir de relámpagos plasmados sin otra idea que reflejar lo que cada día acontecía.
Si la joven realizadora (ex)pone sus vivencias, cabría pensar que Edward Watts, un fajado documentalista británico, la otra mirada de este estremecedor testimonio, las reordena. De manera que la dramaturgia con la que se recrea y se reúnen los fragmentos, las imágenes casi robadas de Waad: rastros y sombras de su marido y su hija, de sus amigos, de los heridos, de los muertos y de ella misma; ha sido cortada y cosida bajo la batuta de quien lleva años construyendo relatos como Escape from ISIS (2015).
Aquí, ese relato se reduce a verdugos: Rusia y Bashar Háfez al-Ásad; y mártires: los disidentes y resistentes de Alepo. Pese a esa simplificación resulta imposible permanecer impasible ante el horror que muestra Para Sama. Imposible no empatizar ante los testimonios de cientos de protagonistas anónimos a quienes vemos morir delante de la cámara. Paradójicamente uno de los instantes más perturbadores recoge un milagro aparente cuando un recien nacido lanza, tras un esfuerzo denodado para que le atraviese la vida, su primer respiro fuera del útero materno.
Esa inexorabilidad de lo que muere y de lo que llega esculpe un retablo desolador, inquietante y perturbador. Un testimonio incontestable cuyo horror interroga al mundo entero sobre nuestra pasividad política ante la guerra de Siria. Pero ese sobrecogedor testimonio presenta dos temibles manchas. Una, las dudas éticas acerca de la pornografía del dolor que muestra. Y otra, el maniqueísmo y la falta de información sobre la complejidad de la guerra que registra.
La voz de Waad y la partitura de Watts reiteran la culpabilidad de un dictador sediento de venganza y de unos malvados rusos que asesinan a una población indefensa. Pero si algo sobra aquí son palabras. Las que se dicen son redundantes; las que se callan, sospechosas. Pero con ellas o sin ellas, Para Sama aparece como una película temible que debe ser vista y debatida.