N aquellos cercanos/lejanos tiempos de tecnología analógica y letras de plomo en los talleres de la prensa del momento, se producía indefectiblemente un fenómeno comunicativo, denominado serpiente de verano y que consistía en alimentar durante semanas la historia prodigiosa de un suceso poco habitual, nacido de la necesidad y la imaginación.
Y así por obra de birlibirloque y la necesidad de solucionar la sequía informativa propia de la época, los periódicos anunciaban a bombo y platillo la aparición de una terrible serpiente en los áridos campos de Castilla, o se escribía sobre la presencia de un gigantesco y amenazante plantígrado en las asturianas crestas de los picos de Europa, o se avistaban en las veraniegas noches rastros de objetos voladores no identificados.
Y así durante un tiempo, los periodistas manejaban el bulo, el rumor y la mentira de unas noticias que no eran tales, y que los usuarios de prensa del momento admitían complacientes esta práctica poco ortodoxa y que hoy no es necesaria, ya que se da el fenómeno inverso por obra y gracia de noticias abundantes procedentes de la crisis sanitaria, económica, y política.
Las serpientes de verano eran un imaginativo sistema de animar los veranos inhóspitos de noticias con la actualidad sesteando en las redacciones. Era una inocente práctica periodística que provocaba más risas que enfados, y que la calenturienta imaginación del redactor de turno llegaba a descubrir fenómenos y personajes extraordinarios, novedosos e inusuales. Hoy en día, el panorama informativo proporciona material abundante para construir la actualidad sin necesidad de recurrir a esta práctica espuria. Eran aquellos olvidados y benditos tiempos del cuplé, antecedente preclaro de las mentiras contemporáneas que asaltan la dinámica informativa en nuestros azacaneados días.