- Los dos pasos iniciales se dieron a mediados del pasado mes de junio en Agurain. Después de cuatro meses de parón en la agenda cultural del territorio, solo roto por la actividad online de diferentes iniciativas públicas, privadas y asociativas, el 14 de junio se produjo el primer concierto con público. El 19 llegó la primera representación teatral. En ambos casos ya se dieron la mayor parte de las medidas de seguridad e higiene que ha impuesto la aparición del covid-19, unas normas que se están siguiendo al pie de la letra, como no puede ser de otra manera, para poder hacer que tanto artistas, personal técnico como espectadores puedan reencontrarse con todas las garantías.
Eso sí, el miedo es libre, y en las últimas semanas, la proliferación de rebrotes y la aplicación de nuevas restricciones como el uso obligatorio de la mascarilla, han creado un caldo de cultivo para algunas cancelaciones en distintos puntos de la provincia que, en algunos casos, tienen poca explicación, como los propios creadores se han encargado de denunciar a través de las redes sociales. Pero más allá de esos casos puntuales, lo cierto es que el posible temor de los potenciales espectadores es una de las grandes preocupaciones del sector, a pesar de que no se ha producido ningún contagio en eventos culturales ni dentro ni fuera del territorio, y de que, a título privado, se están llevando a cabo campañas para reivindicar que la cultura se está desarrollando en ámbitos de seguridad. Es el caso de la reciente Kultura segurua da. Ekitaldiak mantendu, kultura zaindu!, por ejemplo. Con todo, la incertidumbre ante la evolución estas semanas está más que presente, y no son pocos quienes, a pesar de que los datos en Álava no tienen nada que ver con los de Gipuzkoa y Bizkaia, temen que posibles decisiones restrictivas vuelvan a pararlo todo.
Tampoco hay que perder de vista, como apunta más de un promotor privado del territorio, que la crisis sanitaria también está siendo utilizada como excusa para algunas decisiones y algunas sonoras cancelaciones en plena nueva normalidad que, en realidad, tienen más que ver con la mala taquilla. Pero al margen de estas anecdóticas situaciones, la apuesta en estos meses de verano parece clara, sobre todo por parte de las instituciones: todo, o casi, tiene que ser en la calle.
Plazas y parques se han convertido en los nuevos escenarios, tablas acotadas donde todo el mundo tiene que estar sentado, con mascarilla y con suficiente distancia con respecto al resto. Sillas desinfectadas antes y después; entradas y salidas escalonadas para evitar cruces; geles aquí y allá... Todo ello supone activar un ejercito de personas para hacer posible cada representación, concierto, saio, performance..., actividades que también se han tenido que modificar, algunas de manera sustancial, para adaptarse a un formato mucho más rígido. Aún así, se rechazan calificativos como frío, distante, impersonal... Todo lo contrario, en la capacidad de amoldarse a las nuevas circunstancias tiene el sector cultural una de sus mayores virtudes, aquí y donde sea.
Con aforos que, como máximo, suelen rondar entre las 150 y las 200 personas, espectáculos y conciertos -de manera fundamental- se están pudiendo llevar a cabo, incluso con el respeto del tiempo. Parece mentira en Álava, pero pocas son las propuestas que este mes de julio han tenido que suspenderse por la aparición de la lluvia, aunque alguna ha habido. Eso sí, no todo el mundo dentro del sector comparte la idea de que la inmensa mayoría de estas citas se esté llevando a cabo de manera gratuita, sin que haya una aportación mínima o casi simbólica, y más allá de que sean entidades públicas las que estén detrás de las contrataciones.
Pero la calle, con todo lo que supone para lo bueno y lo no tanto, no es la única referencia para creadores y público. También los especios cerrados se han activado. Los aforos reducidos son la norma. Por ejemplo, el Principal se ha quedado en 492 butacas. O la sala Baratza está celebrando un ciclo de conciertos con 44 sillas disponibles. O la sala Jimmy Jazz está recurriendo al streaming para poder sortear la limitación presencial, combinando ambas fórmulas. A esa limitación hay que sumar las normas de seguridad e higiene ya conocidas para poder afrontar un verano que se considera crucial porque ni los más optimistas creen que en el otoño y el invierno vayan a alcanzar un mínimo de actividad. Aquí, todas las esperanzas están puestas en que las instituciones puedan y quieran estar a la altura -parece que se están dando pasos en este sentido-, asumiendo que habrá quien no pueda volver a abrir sus puertas.
En realidad, ese pesimismo se ha acrecentado de manera notable de un tiempo a esta parte. A finales de junio y principios de julio había bastante más confianza en poder compartir, por lo menos, este verano, sobre todo contando con compañías, grupos, agentes, técnicos y personal alavés. Pero las noticias sobre rebrotes están dando la vuelta la situación, unido a ciertas campañas que se están dando en las redes sociales, insultando por ejemplo al circo que tiene previsto llegar a la capital alavesa dentro de unos días o a los músicos de jazz que hace nada tomaron parte en unos conciertos por actuar sin mascarilla.