ue hace cinco años, gracias a una de las residencias artísticas impulsadas dentro de la actividad de la sala Baratza. El gasteiztarra Aritz López y el barcelonés Jordi Vilaseca se encontraron allí, en ese momento, y se dieron cuenta, casi al instante, de que coincidían en muchos intereses y puntos de partida en torno a la danza contemporánea. “Sentimos que estábamos en la misma línea y que compartíamos la manera de entender la danza y la forma de querer compartirla con el público. Así que nos decidimos a empezar con el proyecto para ver dónde nos podía llevar” recuerda el intérprete vitoriano. Así fue como Larrua comenzó a dar sus primeros pasos dentro de un camino imparable de crecimiento personal y artístico.
En este lustro intenso “hemos ido definiendo nuestro camino, encontrándonos. También eso se ha hecho equivocándonos. Hemos ido encontrando nuestra manera de hacer y nuestra forma de entender. Creo que en un principio era más importante el pensamiento sobre la manera de moverse, de encontrar un vocabulario, y según hemos ido creciendo, hemos ido encontrando una narrativa que nos ha interesado, sin olvidar también el interés que tenemos en la compañía no solo por interpretar sino, además, por trabajar con los públicos. Eso nos ha hecho crecer mucho. Lo que hemos ido definiendo en estos años es la narrativa, la manera de moverse y la filosofía alrededor de la danza, no sólo en la escena, sino también fuera de ella”, describe López. Una labor en la que coincidieron dos trayectorias paralelas, con nexos, pero también diferencias. No hay que olvidar, por ejemplo, los inicios en el break dance del vitoriano, más allá de su formación y su trabajo dentro de la danza contemporánea. “No hubo choque entre nosotros porque la intención era la misma, solo cambiaba un poco la manera de moverse”.
Por supuesto, como en toda pequeña empresa cultural de este tipo, estos cinco años también han supuesto especializarse en áreas que van más allá de la creación o la labor con las audiencias, que tienen que ver con labores de administración, producción, comunicación... “En una compañía así hay que ser un poco como el hombre orquesta. Además, con el paso del tiempo te vas embarcando en proyectos más grandes y vas aprendiendo muchas veces sobre la marcha. Por suerte, existen las gestorías y estas cosas, y te pueden echar un cable, pero la estructura es tan pequeña que no puedes tener a alguien de oficina. Aprendes muchas veces haciendo las cosas mal. Pero también hay muchas cuestiones en las que ya nos desenvolvemos mejor”. Todo ello para hacer posibles los espectáculos Larrua, Baserri, Idi Begi -del que está pendiente el estreno de su versión ampliada para sala-, Ozkol y LarruaBaserriIdi BegiOzkolOtsoa, justo el montaje que a principios del pasado mes de marzo les tenía en Donostia, dentro de la programación de dFeria.
Fue estando allí cuando el covid-19 hizo acto de presencia. “Como artistas nos reinventamos cada día. Sabemos adaptarnos a los tiempos. Para mí, esto que nos está pasando es una metamorfosis más. Es mudar de piel. Es una de las cosas que hemos transmitido a las instituciones estas semanas: tenemos ideas y formatos en la cabeza que pueden funcionar sin poner en peligro a nadie. Estamos preparados y con ideas para aforos reducidos, para que la gente lo vea desde las ventanas, para…”, apunta López, más allá de que se nota en su tono de voz cierta pena por lo perdido a causa de la pandemia. “Teníamos una gira en verano de esas que te caen una en tres años, de un montón de actuaciones. Eran unos meses sin parar, además participando en festivales muy potentes, también en otros países. La verdad es que si estás solo y te van llegando las noticias de cancelaciones, el disgusto te lo comes solo. Pero como hemos estado acompañados en el inicio del confinamiento, ha sido más llevadero”.
De hecho, esa estancia en dFeria obligó a que el inicio de la pandemia se viviese dentro de Larrua de una manera distinta. “Allí habíamos estado expuestos a un montón de gente y situaciones”, así que tanto López como Vilaseca -cuya residencia se reparte entre la capital alavesa y Madrid- decidieron, para no correr riesgos, encerrarse en la casa del primero en Vitoria junto a la también intérprete -y compañera de andanzas profesionales y personales- Helena Wilhelmsson. Así se empezó una cuarentena en la que no poder estar quietos. “Esta es una profesión en la que vives del cuerpo y tienes que estar listo siempre porque si mañana dan el pistoletazo de salida, hay que salir corriendo. Claro, si estás dos meses y medio en casa sin hacer nada, el cuerpo lo nota. La danza es bastante desagradecida en este sentido”.
En esa reflexión y puesta en práctica de los primeros ejercicios, entre los tres pensaron que por su misma situación estarían pasando otras personas con las que comparten profesión, y por ello decidieron dar un paso más. “Hemos tenido la suerte de estar los tres en casa y nos hemos apoyado, pero la realidad es que hay mucha gente que está sola y es muy complicado ponerte tú solo a trabajar. Así que dijimos: ¿y por qué no hacemos nuestro propio paquete de medidas de emergencia para la danza?”. Dicho y hecho.
Para ello, sirviéndose de las nuevas tecnologías, pusieron en marcha un proyecto (VirtuaLab) con dos partes que sigue activo. Por un lado, de manera periódica, se ofrecen diferentes contenidos como clases de técnica de danza contemporánea y trabajo de suelo, por ejemplo, al tiempo que se recogen recomendaciones de terceros que en estos tiempos también están llevando a cabo propuestas interesantes. La iniciativa se distribuye a través de newsletter a las personas interesadas, proponiendo a quienes acceden un donativo de 6 euros, aunque hay un número 0 gratuito para quien se quiera hacer una idea (la información se puede solicitar a través del correo electrónico larrualab@gmail.com). “Igual un piso no es el espacio apropiado para bailar, somos conscientes de ello. Pero aunque sea difícil no es imposible”.
Por otro lado, con la idea de generar comunidad y exponer los trabajos de creadores del panorama estatal, la compañía está desarrollando en sus redes sociales unas charlas en directo con coreógrafos, directores y distintas personas del mundo de las artes escénicas. Se trata de compartir experiencias, inquietudes, formas de trabajo..., para realizar encuentros que suelen durar unos 45 minutos (se pueden seguir de manera abierta a través de Instagram), aunque luego también se comparten en Youtube tanto en su versión original como en un resumen de cinco minutos. “Son conversaciones muy informales también pensadas para el público que siente interés por la danza”. De hecho, esa preocupación por las audiencias no ha quedado suspendida estas semanas, más allá de que la pandemia haya dejado paralizado en el tiempo el programa que Larrua estaba desarrollando al respecto junto a la compañía Doos Colectivo.
Las mencionadas charlas también están sirviendo, además, para testar el estado de ánimo de los creadores participantes ante el actual contexto, sensaciones distintas dependiendo del punto de partida de cada uno. Con todo, “sí que hay una sensación pesimista. Como una gran parte de la sociedad, no sabemos cuándo vamos a poder volver a salir a trabajar”, más allá de que Larrua esté pensando en mantener algunas de las partes de VirtuaLab, como los encuentros con los agentes del sector, en caso de que la pandemia pase. De momento, siguen aprendiendo en todo lo que supone el manejo de las nuevas tecnologías para hacer el proyecto posible. “En esto también nos hemos convertido en aprendices de muchas cosas. Somos de todo, como en el punk, do it yourself, sonríe López.
Hoy, aunque Vilaseca ya ha podido regresar a Madrid, la propuesta sigue adelante, mientras la compañía espera que se vayan abriendo poco a poco las posibilidades para volver a actuar, para estrenar, como estaba previsto ahora, la versión para interior de Idi Begi y recuperar, en la medida de lo posible, algo de lo perdido en estos meses. Pero al igual que sucedió hace cinco años, cuando los dos se juntaron por primera vez solo para probar qué podía pasar sin mayores pretensiones, el futuro se les presenta, más allá de las incertidumbres, con ímpetu y ganas. Habrá que amoldarse, no queda otra. Pero parece claro que tirar la toalla no es una opción. Larrua sigue en movimiento dentro de un camino que se empezó en Gasteiz y que ya ha transitado por escenarios muy diferentes, tanto cercanos como lejanos, tanto a cubierto como bajo el cielo. Una senda que seguirá creciendo.
En estos años, el grupo no solo ha producido cinco espectáculos, sino que también se ha involucrado en el trabajo con los públicos
En las últimas semanas, la compañía ha iniciado un programa de talleres, clases y charlas con profesionales de la danza a través de Internet
En verano, la formación tenía prevista una amplia gira que se ha visto truncada, aunque “estamos preparados para adaptarnos”