Pasado todo a limpio tú verás lo que corriges. Tú serás la que lo escriba. Julen enviará por su cuenta al periódico las ilustraciones. No le conoces, pero no tienes que conocerle. Hazme caso. Es mejor así. Mándale solamente el título del capítulo cuando lo tengas escrito. Con eso será suficiente. Es bueno. Es muy bueno. No necesita más información. Cuando vayas teniendo todo lo de cada día, porque todavía tienen que ocurrir muchas más cosas, que sucederán, te lo aseguro, en unos días, ya verás, a partir del miércoles dieciocho, cuando el primer capítulo se publique en el periódico de noticias, tienes libertad absoluta para centrarte en las cosas reales que surjan de toda la documentación que consigamos con las aplicaciones espías de los móviles, y también para inventar. Porque tendrás que hacerlo.

En primer lugar, para que no esté todo claro y no puedan encontrarme hasta el capítulo cincuenta. Todo está medido. Por eso lo del cambio de nombres de todo el mundo. Aunque tú, en fin, no sabes cómo se llaman, es mejor así. Yo no te lo diré. Yo les llamaré, cuando me refiera a ellos, tal y como se llaman en la novela. Esto acaba de empezar. Dijo el hombre al que El silencio del virus llamaría Javier Matos.

Lo que tiene que ir sí o sí, Javier continuó, pero en el último capítulo, en el sesenta, el que se publicará el diecisiete de mayo, el resto lo irás viendo, es esto.

Javier sacó una hoja de dentro del cuaderno dinacuatro que ya había sido arrancada antes y estaba guardada entre las hojas de un cuaderno hinchadas por tanta caligrafía y tinta de varios colores y bolígrafos, rotuladores, veledas de panel, pinturas de cera.

Javier le entregó la hoja a Maite. Maite la cogió con temor y a la vez con alegría.

Estaban en la cafetería de Los Ángeles, muy cerquita de la casa de Maite. Estaban en la cafetería de los Ángeles el sábado en el que horas más tarde se decretaría el estado de alarma que intentaría luchar contra la pandemia provocada por un virus que había mutado hace mucho tiempo, algo que la comunidad científica mundial conocía de sobra, dentro de las células de los murciélagos de herradura. Estaban en la cafetería de Los Ángeles bajo uno de los edificios que aparecerían en la novela, el edificio de las casas de diez ventanas, donde vivía la abuela de ambos, Alicia, donde Javier tenía su guarida. Estaban Javier y Maite de espaldas a la sala repleta de gente y muy pegados a las cristaleras. Era la hora del vermú. Casi todos los que llenaban el lugar y parloteaban y sonreían y se acercaban entre ellos, no tenían ni idea de lo que vendría días más tarde.

Maite leyó para sí misma el contenido de la página que le entregó Javier:

Pasado el dolor, hágase la letra y muten los virus dentro de los relatos como los daños hacen defensa de lo natural. Ábranse las hojas de las puertas de la memoria, la del amor, la de la vida. Siempre existirá el riesgo de que todo pase y nada quede, pero la contigencia humana guarda celosa su afán. Cuando lleguemos al último, solo faltará sobrehilvanar todo lo escrito para que ninguno de los flecos escape de su pespunte, de su lugar en el tiempo. Las palabras, como los pensamientos, siempre tuvieron y tendrán un inmenso poder epidémico, una fabulosa capacidad de contagio.

Maite dejó de leer. Se notaba rara. Se pasó la mano por la nuca.

Curiosamente había empezado a escribir algo hace nada, un par de días, pero la mayor parte lo he tirado a la basura. Dijo Maite.

Pon eso en la novela. Le animó Javier.

La cafetería ahora estaba más llena que nunca. Saber que podía ser el último día para encontrarse en lugares como aquel, había espoleado extraños sentimientos de grupo, de rebaño, en los habitantes de la pequeña ciudad. Maite notó que tenía que estrecharse más contra Javier, acercarse más, porque alguien se había sentado a su espalda. Maite notó una tensión inequívoca.

¿Están ellos aquí? Preguntó Maite todavía con la hoja en la mano.

Sí. Están justo detrás de ti. Acaban de llegar. Siempre quedan aquí los sábados. A esta hora. Si te inclinas rozas a uno de ellos con la espalda. Dijo Javier al oído de Maite.

No te gires. Dijo Javier en voz baja al recuperar su postura tras inclinarse para decirle que los tenía detrás.

Mira a tu derecha. Puedes verlos reflejados en el espejo que hay detrás de la barra. Dijo Javier.

Maite hizo lo que Javier le dijo. Maite vio claramente a los dos. Desde el primer momento Maite supo quién era Juantxu. Desde ese instante Maite sabía quién era Unai.

¿Y a ti no te conocen? Preguntó Maite.

No. Dijo Javier.

Pero ¿no se acuerdan de ti? Preguntó Maite.

Lo más seguro es que no. Dijo Javier.

Lo de los nombres es importante. Lo de cambiarlos. Es buena idea. Dijo Maite.

Sí, eso es fundamental. Dijo Javier.

Y lo de los móviles. Dijo Maite haciendo recuento.

Eso ya está hecho. Contestó Javier.

¿Tú crees que a Josu le gustaría que hiciéramos todo esto? Preguntó Maite.

Ni me lo he planteado. Necesito hacerlo y la que mejor escribe de los dos eres tú. Dijo Javier.

Maite bajó la cabeza. Observó la caligrafía de su hermano Javier. Luego volvió a mirarle.

Ya tengo pensada la primera frase. Dijo Maite.

¿Cuál es? Preguntó Javier.

Maite cerró los ojos mientras citaba de memoria: Todo se había hecho impredecible.

Maite abrió los ojos.

Un silencio de virus llenó el local.Fin