- "Necesito estar equilibrado y poder escribir lo que surge de mi imaginación y mi sentimiento". Por eso, en esta situación de confinamiento, "no estoy inspirado", apunta el escritor vitoriano Adolfo Marchena. Es, por tanto, un buen momento para detenerse y hablar de la creación literaria y el camino recorrido hasta ahora.

Son ya tres décadas dedicado a la literatura. ¿Si pudiera volver en el tiempo, qué le diría a aquel Adolfo Marchena que daba sus primeros pasos en este camino?

-Curiosa pregunta. Yo me inicio en el 87. Mi vida va un poco por etapas literarias y del 87 al 2007, vivo ese momento de juventud, esa etapa en la que aprendo, me pongo en contacto con otros autores, músicos, pintores... por ejemplo en el Caruso, que es un lugar que frecuentábamos mucho. Yo era un joven que lo tenía todo a mi favor. Aprendía mucho pero vivía muy alocadamente, muy deprisa. Hacía demasiadas cosas al mismo tiempo. Me creí ser más de lo que era en realidad. Había algo de impostado. Eso es lo que me reprocharía. Con el tiempo vas aprendiendo que la impostura es algo innecesario en la literatura. Fueron tiempos en los que publiqué Cartapacios de Lucerna, en los que trabajaba con las revistas, iba a congresos, recitales... Y a ese Adolfo le diría: sigue captando de tu entorno, sigue aprendiendo de otros poetas, de otras lecturas... Pero hay cosas que te las va dando el paso del tiempo. La juventud es muy traicionera en ese sentido. Y el ego, también. Aprender a manejar ese ego es imprescindible.

¿Es la literatura una compañera de viaje complicada?

-Generalmente es agradecida pero también tiene su parte de dificultad. Cuando entras en el mundo de la edición descubres muchas cosas y a muchas personas. En aquella época yo era muy echado para adelante y no admitía ciertas cosas, ciertos rigores. Me enemisté con algún editor. Creo que eso se habrá olvidado. No es que fuera díscolo, si no que era muy sincero y honesto, y eso también me perdía un poco. Además, me presentaba a concursos que estaban muy fuera de mi alcance. Me creía que iba a ganarlos. Ahora soy mucho más prudente. Hay dos vertientes en este campo de la creación. La literatura amable y esa otra en la que tienes que bregar incluso con otros autores, con los que llegas a tener discrepancias, con los editores, con el mundo del marketing, las librerías... Al final, la literatura engloba muchas cosas y vas aprendiendo poco a poco.

¿Son diferentes el Adolfo Marchena que escribe poesía del que se decanta por la narrativa?

-Estoy en un trance en el que me siento muy cómodo como poeta, aunque hay quien me está diciendo que mi poesía es muy narrativa, y creo que es cierto. De hecho, cada vez me voy inclinando más a la narrativa. La poesía es más espontánea. Surge de repente. La narrativa, como decía Gabriel García Márquez, requiere de una arquitectura. Es más sopesada, lenta. Es una construcción. Tengo un par de novelas escritas que me llevaron su tiempo, pero están en el cajón porque todavía son novelas en las que estoy aprendiendo. Pero es verdad que cada vez me inclino más hacia la narrativa. Creo que es mi campo. Entre poesía y narrativa, eso es evidente, existe un punto en común que es la creación. La creación carece de muros. Si los tiene o se los ponemos, mal asunto, porque estaríamos fracasando.

¿Qué cree que distingue a la firma de Adolfo Marchena?

-Adolfo Marchena es, desde sus comienzos, la suma de muchos autores, tanto vivos como muertos. Comencé copiando estilos, pero además descaradamente.

Bueno, como todos, ¿no?

-Sí, sí, todos lo hacemos. Y así vas aprendiendo hasta que, poco a poco, llega un momento en el que te das cuenta de que vas adquiriendo tu propio sello. Te desprendes de las capas de cebolla y ya estás en el camino de crear lo que quieres, aunque en realidad nunca lo vayas a conseguir. Como dijo Rilke, hay que agradecer a todos esos escritores que fueron y los que están y nos siguen ayudando a hacer y definir lo que hacemos. El estilo es importante. De hecho, al autor que tiene un estilo definido, en seguida se lo notas: éste es Juan Cobos Wilkins, éste puede ser Hemingway...

En su caso, seguro que muchos lectores pueden percibir su gusto por la música y por otras artes tan presentes en lo que escribe.

-Al final, somos un compendio de muchas cosas. Otro pecado de juventud que se me ha olvidado antes fue pensar que solo existía la literatura. Ahora creo y siento que existen todas las artes. Bebo también del cine, de la música, de la clásica pero sobre todo del jazz, de la pintura, del teatro... Eso nos engrandece. Nunca vas a conocer todo de todos, eso es evidente. Pero vas cogiendo de aquí y de allá, y eso te va agrandando la visión, el campo de actuación.

Aún así, parece que hoy incluso entre la ciudadanía en general, quien se acerca a la literatura solo se queda en ese campo, igual con la música u otras artes.

-Sí, a veces nos falta un poco ampliar el campo de visión que comentaba. Es cierto que de eso pecamos todos o casi. Hay quien lo va viendo y aprendiendo y hay quien no. Pero necesitamos que el pintor no sea solo pintor, que el escritor no sea solo escritor... Necesitamos amamantarnos de la creación en general. No todo el día puedes estar escribiendo. Hay que escuchar música, ir al teatro, escuchar un recital, ver una película... porque en todo hay, además, algo literario, cinematográfico, musical... Las artes están conectadas. Y es necesario romper los espejos, las puertas y que todas las artes estén juntas y las percibamos así. Ninguna es mejor que otra. Ese es un pensamiento tonto que tenemos: esto es lo mejor porque yo lo hago. No. El arte en general, la cultura, es lo más maravilloso que podemos tener, por lo menos bajo mi visión.

Por cierto, ahora que mencionamos a quien no crea sino consume cultura, ¿cómo suele ser su relación con quienes leen sus libros o prefiere mantener las distancias?

-Soy una persona más bien solitaria. Gusto mucho de estar en mi cubículo, en mi habitación, en donde trabajo. Pero cuando tengo algún contacto con el público, siento un hormigueo especial. Cuando hago una presentación o doy un recital, si hay comunicación entre el público y el autor, es como una terapia, es algo que disfrutas porque ves cómo otros disfrutan con tu obra. Recuerdo ahora la presentación en Jakintza de En mi barrio no hay Quijotes porque sentía que el público quería un poco más de poesía. Me dejó una satisfacción muy grande. No seríamos nada sin los lectores y las lectoras. Mi conexión es muy importante cuando estoy en ello, pero luego me desvinculo. No me importa lo que pueda suceder con mis libros. Ojalá se lean y gusten, pero ya no estoy en esa parte, sigo trabajando en silencio.

Sigue colaborando con revistas, pero es cierto que tuvo una época en la que era responsable de diferentes publicaciones literarias. ¿Qué era lo más difícil? Lo digo porque tener que juzgar a otros autores tiene que ser complicado.

-Era muy difícil. En una de las revistas cuando se recibía el material, que era mucho, y tenías que decidir, era muy complicado. Tenías que dejar a gente fuera, claro. Y estaba el tema de los conocidos o los principiantes, que te mandaban sus obras con toda la ilusión. A todos tenías que decirles algo, los incluyeses o no, y siempre había que ayudar un poco a quien estaba empezando. También, posteriormente, me tocó pedir poesía a los autores que me gustaban. Era una época en la que no había Internet, todo se manejaba con correo postal. Así que mandabas una carta solicitando la colaboración, pasaban los días, llegaba la respuesta... ponerse de acuerdo era cartearse. Recuerdo una antología de poesía al desnudo, con Factorum, que fueron meses de trabajo, cartas y elaboración. Pero sí es cierto que aquella parte de la selección era dura. Al final, tenías una responsabilidad con el escritor. A mí me ha pasado que si no me publicaban, me decepcionaba un poco. Y yo trataba de evitar generar esa misma sensación en los otros.

Aprovechando ese mirada crítica que ha tenido que desarrollar hacia la producción de terceros. ¿Cómo ve el panorama literario hoy, el que se da en el País Vasco o en España?

-En general hay buena calidad. Pero también hay una poesía que no quiero llamar del desecho porque sería usar una palabra muy fuerte, pero que está hecha por aprovechados de la situación de los medios, de la rapidez, de escribir un poema de cualquier cosa... Bukowski ya tuvimos uno. Y ahora hay muchos Bukowskis que son un plagio. Hay una poesía que se está vendiendo que, francamente, no creo que merezca la pena. El que merece la pena es el que trabaja, el que lo hace en silencio, el que elabora, corrige, y llega a buen puerto porque el faro que le guía es el de la paciencia y el de la humildad. Esa es la literatura.

¿Y en estos momentos de nuevas tecnologías y de vivir deprisa, hay lectores?

-Hay más que nunca, lo que pasa es que no nos damos cuenta. También hay un handicap para el escritor y es que se publica muchísima obra. Somos tantos y tantas que el exceso de obra hace que el lector no pueda alcanzarlo todo. Sobre todo, y eso lo muestran las estadísticas, lo que hay son muchos lectores fieles.

¿Tras los dos últimos poemarios, en qué está trabajando ahora mismo?

-Hace poco me han incluido en una antología vasco-ecuatoriana, pero en estos tiempos estoy trabajando sobre todo el campo del artículo, sobre todo para una revista digital con la que colaboro, Galeradas. Tengo un poemario en homenaje a mi padre, que falleció el año pasado, que lleva prólogo de Ángela Mallén y que me gustaría poder publicarlo un poco más adelante para cerrar, por lo menos de momento, mis publicaciones en poesía. Quiero centrarme en el campo de la narrativa. Bueno, y sigo aprendiendo en muchos sentidos.

Si alguien joven quiere empezar su camino literario y le pide consejo, le diría...

-Primero, le diría que lea mucho. Y luego, que ejercite. Para encontrar su estilo, que no le importe copiar, que haga ejercicios siguiendo a otros autores como, por ejemplo, Rimbaud, Bécquer... que varíe poetas y que se ejercite con ellos porque va a llegar un momento en que se va a soltar y va a dejar de ser otros para ser él. Está ese maravilloso libro que es Cartas a un joven poeta de Rilke, que le va a enseñar mucho. Yo soy un viejo joven y lo sigo leyendo. Le diría: ten confianza, sigue adelante y no te creas nadie pero tampoco nada. Pierde miedos, guíate por la intuición, sé humilde y lee mucho.

De esta situación de confinamiento que estamos viviendo estas semanas hay quien piensa que saldrán grandes creaciones culturales y quien opina que el sector va a quedar muy, muy tocado.

-La situación es crítica. Está repleta de incertidumbre. En mi caso, y lo he hablado también con otros poetas, no estoy inspirado. Yo necesito estar equilibrado y poder escribir lo que surge de mi imaginación y mi sentimiento. Pero ahora no me brota. No creo que los escritores vayan a desaparecer por esto pero vamos a vivir un periodo de inflexión. Vamos a ser otros, eso desde luego. Va a haber otra temática, otra literatura, más allá de que siga existiendo la que tenemos.

Esperemos que tenga un final feliz.

-Ojalá. Espero que el final llegue pronto. Está todo parado y vamos a ver cómo arrancamos luego todo, porque esto no es un interruptor, que lo enciendes de repente. ¿Cómo vamos a salir del confinamiento? Tal vez temerosos. Va a surgir una nueva literatura, versada precisamente en este hecho. Desde diarios, ensayos o novelas apocalípticas. Y el escritor de alguna manera va a conciliar con el silencio. Habrá otro tipo de literatura, como un impasse, donde quedará siempre la antigua literatura.