Vitoria - El coche no aparece en escena. Sí su huella, la de un quitamiedos roto. El corazón del conductor se ha parado pero el muerto todavía no lo es del todo, tiene que pasar un tiempo hasta que su cuerpo se funda con la temperatura ambiente. Es en ese momento en el que aparece el ángel de la guarda del fallecido. Hay que cumplimentar los trámites burocráticos típicos en estos casos. Por un lado, hay que firmar el final del contrato de vida y otros papeles. Por otro, el muerto tiene que ser instruido como nuevo ángel de la guarda de un recién nacido. Es lo habitual. Y en ese proceso, entre el humor y el drama, entre las risas y las lágrimas, se hace repaso a una vida.
Tras conseguir el año pasado con Solitudes el Max al Mejor Espectáculo de Teatro, la compañía Kulunka estrena hoy su nueva producción escénica, Quitamiedos, una obra escrita y dirigida por el gasteiztarra Iñaki Rikarte. “Diría que es un espectáculo poético y desacralizado” apunta el creador, que en este caso no ahonda en su faz de actor, un trabajo que deja en manos de Jesús Barranco y Luis Moreno, encargados de dar vida a ese muerto que todavía no lo es del todo y a ese ángel de la guarda peculiar, que, aunque no se puede desvelar mucho, ha tenido su papel en el accidente.
“Estamos nerviosos, la verdad”, apuntan los intérpretes, que tan sólo han hecho un pase con un público muy reducido y cercano, antes de que hoy ambos se adueñen del Principal a partir de las 20.30 horas, cita para la que todavía quedan algunas entradas a la venta por 18, 12 y 6 euros. “Más allá del Max, la exigencia de una representación siempre está ahí. Lo que te da el premio es que te programen en teatros más grandes o que te llamen para inaugurar una cita tan importante como el Festival Internacional de Teatro de Vitoria”, apunta Rikarte. No en vano, con este estreno se va a subir el simbólico telón de la cuadragésimo cuarta edición del certamen.
“Al final, de lo que habla el montaje, lo que está en el sustrato del mismo, es el amor, esa diferencia que existe entre el amor ideal y el amor imperfecto, que es el de las personas como nosotros”, describe el dramaturgo y director sobre una propuesta que cuenta con Luis Miguel Cobo como responsable de la composición musical y espacio sonoro (también ganador del Max por su labor en el mismo campo en Solitudes), Ikerne Giménez en el área de vestuario y escenografía, y con Javier Ruiz de Alegría en el aparato de iluminación.
“Poder trabajar con la persona que ha escrito la obra y que además la dirige es una suerte”, comenta Cobo, a lo que Moreno añade que “Iñaki es muy cuidadoso y amable, una persona que persigue la excelencia” como a buen seguro van a poder comprobar quienes se acerquen hoy hasta las tablas de la calle San Prudencio. Con todo, el propio Rikarte tiene claro que “es el público el que nos va a enseñar por dónde va a pisar de verdad el montaje”. Espectadores que van a poder descubrir una historia que, en realidad, “llevaba tiempo en el cajón, esperando que se diesen las circunstancias especiales que ahora se dan”.