Vitoria - Pasadas las tres de la madrugada del ya domingo, en el Ciudad de Vitoria se escucharon los últimos sonidos de la cuadragésimo tercera edición del Festival de Jazz de Gasteiz, que se cerró con una jam a la que se quisieron apuntar Makaya McCraven y Ambrose Akinmusire, así como varios de los miembros de sus respectivas bandas como el contrabajista Junius Paul o la MC Nappy Nina. Fue un momento único e impagable, como pasó el martes con Danilo Pérez, Avishai Cohen, Johnathan Blake y Tivon Pennicott, todo ello gracias a la generosidad del pianista Theo Hill, que estuvo soberbio todos los días capitaneando el Jazz de Medianoche. El certamen le debería estar muy agradecido.
Ahí se puso de verdad el broche a un año en el que se ha estrenado la nueva junta que lleva las riendas del evento, un 2019 en el que se han mantenido las estructuras y pilares básicos del certamen pero en el que también se han introducido unos cuantos cambios -algunos más visibles y otros más a pequeña escala- que quieren ser punta de lanza para el futuro. Lo que el festival tiene que sacar en claro es que esas variaciones -algunas más formales, otras más de fondo- han conseguido, como mínimo, darle otro aire a la propuesta, una sensación que el público ha percibido y compartido. Ahí está la clave. El pálpito que queda después de las seis jornadas de música no es de preocupación por el qué pasará y eso, en sí mismo, ya es una buena noticia.
Por supuesto que se han podido cometer errores, que no hay que perder de vista que la mejor entrada del polideportivo se produjo una noche en la que el jazz cedió su protagonismo (la del viernes con Omara Portuondo y Jorge Drexler), que aunque ha habido un aumento general de público se ha optado por tener inhábil de manera permanente el fondo de un lateral de Mendizorroza, que... pero estas y otras consideraciones no pueden ocultar que el festival parece haber recuperado en parte el pulso que tenía no hace tanto y que puede reconquistar la confianza de los espectadores. Y hacerlo, además, siendo fiel a su pasado pero sin perder de vista el mañana.
La intención es que la edición de 2020 mantenga, más o menos, las mismas características generales de este 2019, a la espera de seguir sumando patrocinadores y apoyos, y de ir implementando nuevas líneas de trabajo hacia dentro y hacia fuera. Al fin y al cabo, la idea es asentar, durante el próximo lustro, los cimientos que garanticen la pervivencia del certamen, más allá de que el trabajo para conseguir un relevo generacional entre el público vaya a costar más tiempo y suponga la implicación de otros agentes.
En lo que las actuaciones se refiere, el festival se cierra con un triunfador indiscutible, Marco Mezquida. Lo que el intérprete hizo, a piano solo, el martes por la tarde sobre las tablas del Principal es, sin duda, lo mejor de este 2019, sobre todo con una primera hora ininterrumpida espectacular en la que el músico dio una lección impecable. Aquello fue de otro planeta. A partir de ahí, es complicado destacar nombres propios, más que nada porque en Mendizorroza ha pasado algo que no sucedía en los últimos años y es que ha funcionado la idea de globalidad. Sería imposible destacar a MAP con la Banda y no hablar de lo que hicieron Danilo Pérez, Avishai Cohen, Chris Potter y compañía. No sería justo poner en valor a Gregory Porter y olvidarse de Regina Cartet. No tendría sentido mencionar a Kamasi Washington y no tener presente a Makaya McCraven. Por eso, hay que subrayar lo sucedido en conjunto en el viejo polideportivo el miércoles, el jueves y el sábado.
A eso hay que añadir un Principal que, siguiendo la línea que lleva desde hace tiempo pero sabiendo introducir más nombres estatales y vascos en su cartel, ha mantenido calidad y atractivo. Y, por supuesto, hay que poner en valor el acierto que, más allá de las mejoras que haya que hacer a futuro, ha supuesto el escenario de Falerina, tanto por la asistencia de público -que ha superado, con mucho, las expectativas iniciales- como por la filosofía que tiene detrás. Esto en cuanto a los puntos oficiales de referencia, porque no sería acertado dejar de lado la apuesta y compromiso de no pocos bares y clubs que estos días tampoco han parado y con los el certamen debería estrechar más lazos.
Quedan muchos pasos por dar, pero el primero, el más importante, el que suponía detener los síntomas de fatiga vividos en las últimas entregas del festival, ya se ha producido. Quedarse ahí sería un error. No saber valorar toda la historia y el trabajo realizado hasta el año pasado, otro. Pero como hay que confiar en que no se va a producir ni lo uno ni lo otro, lo cierto es que este año ha servido para demostrar que el evento tiene en sus manos las herramientas necesarias para seguir recuperándose y crecer. Sólo tiene que desarrollarlas sin tampoco volverse loco. Que la apuesta le salga bien será bueno para todos.
Lo mejor. Sin duda, el concierto a piano solo de Marco Mezquida en el Principal es ya parte de la historia del certamen. Además, hay que destacar, en su conjunto, las dobles sesiones en Mendizorroza correspondientes al miércoles, jueves y sábado.
El acierto. La apuesta por el escenario de Falerina ha funcionado mucho mejor de lo esperado, sobre todo en lo que a asistencia de público se refiere.