GASTEIZ - Juanjo Mena tiene un curriculum tan largo que resulta imposible resumirlo en unas solas líneas. Con tan solo 16 años, ya empezó a dirigir escolanías y a los 18 formó su primer coro. Después, vino la dirección de la EGO, la de la Sinfónica de Bilbao, las grabaciones de música de Jesús Guridi y Andrés Isasi, el debut, como director invitado, con la Orquesta Sinfónica de Baltimore y en 2010 su elección como titular de la BBC Philharmonic Orchestra, formación que condujo hasta 2017, cuando decidió repensar su futuro y tener más tiempo para decidir. El maestro gasteiztarra está considerado uno de los directores más importantes del panorama internacional. Tiene una agenda de vértigo, reclamado por las orquestas más prestigiosas del mundo. Nueva York, Zurich, Salzburgo, Boston, Berlín... Esta semana tiene también una cita muy especial. El domingo, a partir de las 12 horas, recibirá en el Teatro Arriaga el premio Sabino Arana “por su brillante carrera profesional al frente de las orquestas más prestigiosas del mundo, llevando el nombre de Gasteiz y el de Euskadi hasta los principales escenarios del planeta”. Con estos galardones, que este año cumplen su XXX edición, Sabino Arana Fundazioa reconoce a personalidades, instituciones o colectivos que destacan por su capacidad de entrega y vocación de servicio a la sociedad.
Cuenta con una lista interminable de premios y reconocimientos. ¿Éste es uno de tantos o es especial para usted?
-Es muy especial, agradezco mucho este premio porque, además, tiene connotaciones personales. Se lo concedieron también a mi maestro Carmelo Bernaola; recuerdo haber estado con Antxon Zubikarai y Koldo Narbaiza, dos personas que han sido muy importantes para la cultura de nuestro país. Voy a recibir este premio con mucho cariño.
Ha confesado en alguna ocasión que cada vez que levanta la batuta lo hace en nombre de los músicos vascos.
-No puedo olvidar de dónde vengo, del barrio de Zaramaga, de Vitoria, de la cultura de base... De Antxon Lete, que un día apareció por el colegio Samaniego, comprobando qué sabíamos de música y si podíamos entrar en un coro. Aquel día cambió mi vida. Me enseñó a cantar de una manera totalmente desinteresada, sin cobrar ni un solo duro. Hablo también de Feliciano, aquel txistulari con el que iba de pasacalles, del director de la banda municipal... Vengo de la cultura de base, del folklore. Después, la vida evoluciona y confiaron en mí para poder liderar la Orquesta Sinfónica de Bilbao (BOS), en un momento muy importante. Toda esa gente está conmigo.
En su familia no había tradición musical y, sin embargo, usted se ha dedicado a dirigir orquestas y su hermano Carlos es un reputado contratenor.
-Y mi hermana, que era la inteligente de la familia, dirigía, cantaba... Hoy es físico, químico cuántico, y está metida en investigaciones. Pero mi dedicación a la música no fue por causalidad; quiero una vez más resaltar con este premio la importancia de la educación, reivindicar algo tan sencillo como el cantar. Ahora es muy bonito hablar de un director de orquesta prestigioso, pero todo viene porque hay que invertir desde abajo, hay que pensar por qué ocurrió esto. Sin toda esa cultura de base, sin esa gente sencilla, que desinteresadamente enseñaba a cantar, no hubiera podido ser.
¿La dirección de orquesta es una profesión solitaria? ¿Ha tenido que renunciar a muchas cosas por el camino?
-Creo que no he perdido nada, me siento muy afortunado de todo lo que me ha aportado esta profesión. Otra cosa es que el tiempo de no estar con la familia es muy importante. Lo intento compensar cuando estoy, como esta semana, en casa, en Legutiano. Hago mi agenda pensando mucho en la familia, en el tiempo que puedo estar en casa; a veces he dicho que no a cosas muy importantes, algo que en el business nadie entiende. Ahora mismo, por ejemplo, cuando llevaba ya once semanas trabajando, y tenía que meterme otras tantas más, me llamaron para ofrecerme un concierto en Nueva York. Les dije que no porque quería estar con mi mujer y mis dos hijos.
¿Cómo es el día a día de Mena?
-Es un trabajo muy duro: te levantas a las seis, para desayunar, estudiar tres horas antes del ensayo, darte en cuerpo y alma, con un nivel de estrés muy alto, reuniones hasta las seis de la tarde... Y, después, como ocurre cuando estás en cualquier país de mundo, cada uno tiene su vida personal y tú te encuentras solo. Salir a cenar solo es duro, pero valoro mucho también que me da tiempo para un mejor conocimiento personal y saber más sobre música, un arte que es disfrute para mí y mi profesión. Significa mezclar la vida con lo que amas.
¿Un director de orquesta tiene que ser autoritario?
-No estamos en momentos en los que un director tiene que ser un gran dictador. Cuando tenía 16 años y formé aquel coro de 100 niñas en el colegio del Niño Jesús, empecé a entender lo que era intercambiar energía. Es lo que busco cuando estoy delante de una orquesta. Los primeros momentos son de tanteo, empiezas a establecer un diálogo con los músicos, pero es un diálogo, no un discurso del maestro hacia la orquesta continuamente. Si tú no eres capaz de escuchar al que tienes enfrente, ellos tampoco te pueden entender. Cuando tengo que ser duro lo soy, pero es muy puntualmente y siempre por razones de causa mayor.
Cuando se pone de espaldas al público, ¿nota también su energía?
-Acabo de dar un concierto en Salzburgo con un público superrespetuoso; recuerdo otros conciertos en los que las toses son continuas, a veces entre movimientos, cuesta conseguir el silencio en algunas ciudades de Europa y América. Pero, normalmente, siento que la gente está conectada conmigo, sin mirarla. El público está silencioso, esperando los momentos de máxima tensión o relajación.
¿Y cómo es el publico de su tierra, el vasco?
-Es un público interesado y quiere formar parte de lo que está ocurriendo durante el concierto, tiene ganas de conocer más, se nota la cercanía. Sin duda, escucha, en algunos casos, con más conocimiento que otros, pero es bueno que el que no está habituado, lo intente. En ese sentido, el público de aquí quiere aprender y saber. Yo intento que la gente comprenda que la música es una experiencia vivencial. Por ejemplo, acostumbro a depositar en la recepción del hotel donde me hospedo un sobre con entradas que tengo asignadas a los conciertos para quien me atendió en el desayuno, me limpió la habitación o simplemente conversó conmigo, para gente que no está habituada a asistir a los conciertos, para que vayan y disfruten con ellos.
¿En qué momento se encuentra Juanjo Mena en la actualidad?
-Es un momento bonito, los años que he estado dirigiendo la BBC Philharmonic han sido muy interesantes, pero intensos. El trabajo en Inglaterra es tremendo, en una semana tienes que hacer tres programas sinfónicos, cuando normalmente otras orquestas hacen solo uno. La exigencia y la preparación han sido salvajes, han sido años agotadores, de estar a un nivel muy exigente, en ese sentido esa presión ha sido muy dura. Ahora estoy en un momento diferente, recogiendo frutos de todo ese trabajo, con mayor sabiduría, mayor conocimiento, mayores experiencias... En ese sentido, vienen años muy bonitos por delante, hay que esperar un poco para ver dónde me llevan, no tener prisa, escoger bien, y, sin duda, ver si te escogen a ti; es una doble moneda. En cualquier caso, hay mucho trabajo, con conciertos muy interesantes.
Su agenda para este año y el siguiente es de vértigo...
-Así es, voy a dirigir ahora cuatro conciertos con la Boston Symphony Orchestra, en la que realicé una sustitución en 2008 y desde entonces, estoy prácticamente todas las temporadas. Luego, varios con la London Philharmonic Orchestra, con la Orquesta Nacional de España, con la Konzerthausorchester Berlín... En mayo, volveré a dirigir el Cincinnati May Festival... La agenda está muy activa y hay que seguir pensando en intentar dar lo máximo para poder recibir lo máximo también.
Últimamente, hemos tenido oportunidad de verle con más frecuencia sobre los escenarios de aquí.
-El 24 de noviembre me volví a poner al frente de la Orquesta Sinfónica de Bilbao para dirigir Fidelio, de Beethoven, que celebraba la función 1.000 de ABAO. Ha sido un trabajo muy intenso y muy agradable, siempre es de agradecer el apoyo que he tenido muchos años del público de Bilbao, cuando salía al foso todas las noches. Juanjo Mena no sería Mena sin el apoyo del público de Bilbao, sin el que iba al teatro Ayala, a Euskalduna o al Arriaga.
Tiene dos hijos, Alain y Clara. ¿Le gustaría que se dedicarán a esta profesión?
-Alain tiene 17 años, toca el clarinete y está interesado por la imagen y sonido, y mi hija Clara, con 12 años, ya toca el violín, el piano, canta... y también le gusta el atletismo. ¿Si me gustaría que fueran músicos? Como hicieron conmigo mis padres, todos tenemos que dar a nuestros hijos aquello que es bueno para ellos. Han tenido la oportunidad de disfrutar de la música todos estos años, el futuro no se puede escribir, lo tienen que decidir ellos, pero ahora mismo disfrutan mucho con la música y eso me alegra.
En 2016 cuando ganó el Premio Nacional de Música donó los 30.000 euros para la educación musical. ¿Tan mal está?
-En este mundo en el que vivimos, todos vemos que lo que prima son las matemáticas, los ordenadores, el deporte, el inglés y punto. Ésta es la sociedad que estamos creando. ¿Qué voy a decir de lo que está pasando también con los móviles? La gente no habla, está todo el tiempo con el móvil. Estoy hablando de por qué antes se cantaba mucho más, de por qué pude juntar a 1.000 niños para que cantaran en Anoeta una obra de estreno de Francisco Escudero hace años... Había interés, ganas de cantar, y esto viene desde la base, desde la educación. He hablado con la gente que lidera la cultura y les he dicho que es tan sencillo como lo que me ocurrió a mí: pongan un profesor de canto, de dirección coral, en cada aula.
¿Qué opina de que haya ya programas informáticos que componen música clásica?
-Si ese es el mundo que queremos, la sociedad perderá toda la parte humanista y al final, acabaremos sin comunicarnos. Hay que empezar música desde la más temprana edad, incluso ahora hay un método fantástico para iniciar a bebés, como es el método Gordon que les permite tener la opción de desarrollarse musicalmente. Yo aprendí solfeo como si fuera el sarampión, en un mes; en esas edades no cuesta nada. Me parece una pena que estemos pensando en tantísimas otras cosas que no son más que materiales, puntuales, de corto recorrido y que no estemos desarrollando al individuo.