- Este 2018 va camino de su final, un año en el que, aunque parezca mentira decirlo, Eduardo Alsasua ha expuesto por primera vez de manera individual una parte de su obra tras dos décadas de trayectoria artística, de un camino jalonado de reconocimientos, buenas críticas, ventas y muestras en otros lugares. Pero a pesar de lo ya hecho, por delante todavía queda mucho por llegar.

Pertenece a unas generaciones de artistas que en la inmensa mayoría de los casos ha optado por el audiovisual, la instalación, lo performativo, lo escultural... para expresarse. En ese contexto, aparece casi como un ‘rara avis’. ¿Por qué la pintura, sólo la pintura?

-Desde el principio, los artistas que siempre me han gustado siempre han sido pintores. También te diría que mi padre ha tenido que ver en esa dirección. Empecé en la escuela de artes y desde el inicio tiré por la pintura. Pero es verdad que cuando llegué a Bellas Artes me llamaba la atención que la gente tiraba más hacia otras cosas, entendiendo que la pintura ya no era un lenguaje actual, que pintar era un trámite. Se prefería tirar por lo audiovisual o lo escultórico. Parece que se impone que lo que tienes que hacer debe ser contestatario con lo anterior, que debe ser vanguardia, y se fuerza la idea de que con la pintura eso no es posible. Yo veía mucha gente en Bellas Artes que pintaba genial, que se podía haber dedicado a la pintura pero la veía, como te decía antes, como un trámite. Siempre he pintado, es mi lenguaje, mi línea. No necesito más medios que la pintura.

No sólo optó por la pintura, sino que lo hizo por el hiperrealismo frente a otras corrientes que se consideran más contemporáneas. Es como optar, por así decirlo, por lo menos de moda dentro del sistema del arte.

-Necesito las imágenes completas. Me interesa el mundo real. Encuentro mis temas, o ellos me encuentran a mí, en la realidad. Por eso mi arte refleja tanto la realidad porque encuentro lo que me interesa en lo que tengo al lado.

¿Cree que esto le ha cerrado todavía más puertas?

-Siempre he tenido la sensación de que la pintura que he hecho nunca ha estado dentro del arte considerado emergente. El hecho de hacer pintura y de hacer pintura realista te enfrenta a una serie de prejuicios que dicen que es un arte del pasado, que no forma parte de la vanguardia, que no es arte emergente... En muchas convocatorias e historias, no entras ya de principio.

De hecho, no es una corriente de creación que hoy puedas ver en un museo de arte contemporáneo aquí, por ejemplo.

-Eso es. Esto o te lo crees o no hay manera.

Sin embargo, estoy seguro que mucha gente le ha dicho en más de una ocasión: “lo tuyo, por lo menos, lo entiendo”.

-Sí, claro. Esto, para el público en general, entra más que un cuadro tal vez abstracto o una performance ya que tiene que ver con una realidad que conocemos todos. Creo que la gente ve mis cuadros y tiene la sensación de haberlos vivido antes, que ha formado parte de ellos.

Ésta es una profesión, también desde el punto de vista económico, muy complicada. ¿Alguna vez ha pensado que se equivocó, que podía haber tomado otro camino fuera del arte?

-Pero es mi vocación, nunca me he planteado otras opciones. Tampoco he pensado muchas veces en qué hubiera pasado si hubiera hecho esto o lo otro. Es muy complicado vivir de esto. Bueno, en realidad, más que vivir, es cuestión de sobrevivir de la pintura. Pero... Cuando descubrí la pintura, empecé a ser una persona. Poder pintar todos los días, aunque no tenga el sustento garantizado, lo es todo para mí.

Lo curioso es que se hace este año la exposición en ARTgia, la primera individual en su ciudad en 20 años de camino, y la gente ha acudido de manera muy importante. En la propia sala estaban sorprendidos de la afluencia constante.

-Sí, sí. Yo mismo me quedé muy sorprendido. Ha sido una de estas exposiciones que, sin saber la razón, empiezan a funcionar, se hace una bola de nieve que va creciendo y creciendo. Además, parece que a la gente le ha gustado, que al final es lo importante, que acuda pero también que le parezca interesante, por las razones que sea, lo que se encuentra.

Exposiciones aquí y allá, participar en concursos... pero donde más a gusto se siente, seguro, es en el estudio, ¿verdad?

-Aquí no sufro (sonríe). Aquí es donde meto mil horas. En las exposiciones y demás... igual no me siento tan cómodo. Me cuesta mucho hablar de mi obra, dar explicaciones sobre ella. Soy un poco mudo en ese sentido. Mi pasión es pintar, no me importa exponer pero luego tener que dar explicaciones me cuesta más.

¿Cuánto le cuesta decir: hasta aquí, esta obra ya está terminada?

-Incluso hay gente que ve un cuadro y me dice: si esto ya estaba bien hace tiempo. Sencillamente hay un momento en el que el cuadro repele las nuevas pinceladas, en el que lo que vas a hacer lo único que va a conseguir es generar un peor resultado del que ya tienes. Muchas veces, porque te entra un encargo o lo que sea, tienes que parar el proceso de un cuadro y se queda a la espera. En ocasiones durante bastante tiempo. Y cuando vuelves a él, ves que si haces algo más, te lo vas a cargar. Cada obra lleva su proceso. Estoy ahora con un cuadro [el que se puede ver en la fotografía de esta entrevista] que plasma un tema que vi en 2012. Vi al hombre en un pueblo de La Rioja y le pedí permiso para hacerle fotos. Se puso a posar como si fuera un actor. Me gustaba mucho la escena. Pero tenía las fotos ahí paradas hasta hace poco, que terminé con otra obra. Empecé hace un par de meses y espero terminarlo para primavera. Así que todo es un proceso largo, ya desde antes de empezar a pintar.

¿Qué es lo que más le preocupa a la hora de afrontar un nuevo proyecto?

-Seguramente el color. Es lo más complicado. Las formas las puedes acotar. En el color, en un matiz, puedes estar horas y horas, y siempre parece que se te escapa.

Alguna vez ha dado a alguno por imposible.

-Tanto no, pero mirar alguno acabado después de un tiempo y pensar que no ha quedado como quería, sí. Sí que de cuadro a cuadro intento meter cambios en mi procedimiento para ver si llego más lejos o qué tal se me da una cosa u otra.

Cuando una de esas obras deja este taller para tener una nueva vida en otro lugar, ¿le da pena?

-En cierto sentido, sí. Me gusta disponer de cuadros para exponer y enseñar. Por lo general, de quien te compra sabes que va a cuidar el cuadro y eso te tranquiliza.

Como decía, también por una cuestión económica, se reciben obras por encargo. ¿En esos casos, se siente un poco forzado?

-Sí, la verdad. Es necesario hacerlos porque el tema está muy complicado pero me dan pereza. Estoy mucho más a gusto con mis temas. Con los encargos suelen pasar cosas como que es complicado dar un presupuesto en pintura. Terminas metiendo muchas más horas. Muchas veces sientes que no es un cuadro al 100% tuyo. Estás limitado por tamaños, temáticas...

¿Y los concursos?

-Lo mismo, al final tienes que tocar muchos palos para poder sobrevivir como pintor. Durante la carrera me empecé a presentar y vi que tenía facilidad. Hay una parte de mí que es capaz de sacar un tipo de trabajo de manera rápida.

Ha habido momentos en los que también ha dado clases, por ejemplo en Artes y Oficios.

-Sí, pero hace tiempo que ya no doy clases, salvo igual algo muy puntual, una master class, como las llaman. No tengo vocación docente. Creo que me cuesta bastante transmitir.

Pero si alguna persona joven le pide un consejo...

-Le diría que si está convencida, que haga lo que tenga que hacer para pintar. Está muy complicado, pero si cree que es su camino, adelante.

Es verdad que de manera colectiva, junto a Ar-La, sí había expuesto en Vitoria, en su casa, pero ha tenido que esperar, como decíamos, dos décadas para hacer una muestra individual aquí.

-La labor de un pintor se ve cuando está toda la obra en grupo, cuando se ve la película entera, no un fotograma. Los cuadros se refuerzan entre sí cuando están juntos. Me gusta cuando veo mi obra en una sala reunida. Ahí es cuando se ve el estilo, el discurso.

¿Por qué esa invisibilización?

-Igual es porque hay mucha distancia entre los artistas y el público, y ahora también entre ambos y los espacios expositivos, sobre todo institucionales. Es muy complicado llegar al público.

A raíz de la muestra en ARTgia, ¿alguna frontera se ha roto?

-La verdad es que ha ido mucha gente. Ha sido como la puesta de largo en mi barrio. Incluso gente que no sabía que pintaba, que no conocía mi obra, se ha podido encontrar con ella. Pero de cara a poder mostrar mi obra en otros espacios, de momento no hemos avanzado. Esa barrera sigue ahí. También un poco por lo que decías antes, por el hecho de ser pintor. Además, aquí en Vitoria, el ser joven o tener una trayectoria que no es de 50 años, parece que te lleva a que no te hagan caso.

¿Nos cuesta entender que podemos tener arte en casa?

-Mucho. Eso para el ciudadano medio de Vitoria es algo impensable. ¿Comprarte un cuadro? Imposible. Creo que se ha perdido un poco el afán de tener arte. Ahora parece que interesan cosas más intangibles: viajar, ir de comida con los amigos... Yo lo veo en mi entorno. Mis amigos tienen las casas vacías (risas).

¿Cómo se presenta 2019?

-Pues tenía una exposición apalabrada, una muestra con Cos para ¶espazioa, pero no quiero juntarla demasiado con la de ARTgia. Me apetece contar con obra nueva y no repetir en tan poco espacio de tiempo. Así que esa exposición la haremos en 2020. Así que acabaré con lo que estoy ahora, seguiré haciendo, y seguiré moviéndome.