“La clama es fuerza”, apunta Kepa Murua. Por eso, el poemario Pastel de nirvana (Cálamo) “no es un libro nervioso, sino dulce, sereno”. Entre otras cosas porque, como explica el autor, “en la serenidad y en la calma se puede hablar de muchas cosas”, también “de temas sociales como los malos gobiernos, la corrupción, los desahucios, la falta de posibilidades que se les da a determinadas personas para que tengan una mínima posibilidad”. Junto a esa esfera pública, está lo privado, lo íntimo, lo personal. Al fin y al cabo, el todo se compone de partes en apariencia diferentes.
Esta nueva creación -este año que ahora se termina también ha alumbrado su Autorretratos- es ya una realidad palpable, aunque será el próximo día 21 cuando se produzca su presentación oficial en esta Vitoria a la que Murua dedica un poema específico dentro de Pastel de nirvana. En concreto, a partir de las 19.30 horas y con la presencia de Catalina Garcés -autora que en este libro se ha encargado del prólogo-, el encuentro con los lectores tendrá lugar en el Centro Regional Gallego, un espacio atípico para este tipo de actos en la trayectoria del creador. “Ofrecí una conferencia en su momento que les gustó y quedamos en hacer algo más adelante”. Dicho y hecho. Junto a él estará además Manuel López, presidente de esta casa regional. “La idea es hacer algo distinto, muy ameno, también para encontrarse con un público diferente. Como pasa a veces con el jazz o la música clásica, el lector en ocasiones todavía tiene miedo a entrar en la poesía, aunque cuando le explicas las claves, la situación cambia”.
Como en “una tertulia por la que pasamos por diferentes registros”, Pastel de nirvana abre un amplio abanico de cuestiones públicas y privadas. “Te ofrezco el postre, coge el bocado que quieras, pero que sepas que hay bocados dulces y otros envenenados”, sonríe. Así, se habla, por ejemplo, de la religión y la política, que “son dos temas que ponen muy nerviosa a la gente. En mi caso, los toco con mucha tranquilidad literaria”. El lector sabrá qué lectura hace y si, en algún caso, se siente reflejado. “Quizá alguno se retrate y piense en lo que está haciendo”. Con todo, no se trata de sentar cátedra, “no hay por qué coincidir en los pensamientos, sino sencillamente escuchar y opinar para que todos podamos mejorar en el discurso público. Es verdad que parece que no estamos en esas como sociedad, pero yo sí; debo ser un raro, pero estoy ahí. En el silencio, en la reflexión, en la calma está lo más poderoso en estos momentos. Sobre todo en la escritura detenida que permite la poesía”.
En este sentido, Murua asegura que “yo estoy tranquilo pero no soy un hombre ciego y cuando abro los ojos, coloco sobre la mesa mi queja, mi rebeldía, mi crítica”, también su reflexión sobre conceptos como el tiempo ya que “pensamos que es sólo el pasado el que nos enseña, que lo hace, pero si no vives intensamente el presente, no puedes gozar del nirvana. Si estás pensando en los problemas que tuviste en el pasado y en las inquietudes que puedas tener en el futuro, te pierdes”. De todas formas, aunque defiende que estos bocados son parte de un todo, de un mismo pastel, él no duda al seleccionar su parte: “me gusta el tema del amor y del perdón en el amor”.
Con este poemario se cierra un 2018 que “ha sido un buen año desde el plano de la creación y la edición”. Llega un 2019 en el que el escritor afrontará la recta final de un proyecto al que al final se ha decidido. “He sido editor y no me han gustado las antologías”, pero al final se ha decidido a aceptar la oferta tantas veces recibida de mirar a la obra realizada hasta ahora. “Entiendo que son libros que tienen mucho recorrido, también porque hay títulos que ya no se pueden encontrar pero la gente los sigue pidiendo”, describe. “La verdad es que estoy contento. Y tranquilo”.