azpeitia - Viejos profesionales del periodismo internacional dicen de él que duerme con las botas puestas (Ramón Lobo). Es la conexión directa de radios, televisiones y periódicos cuando Oriente Medio vuelve a estar en el punto de mira. Mikel Ayestaran es una de esas personas a las que no dejan indiferente las historias de la gente que ha conocido, los lugares que ha visto y las situaciones que ha vivido. Vecino de Azpeitia hasta 2015, cuando se mudó a Jerusalén con su familia, padre de dos niños a los que dedica su libro “por tantas noches sin un cuento”, y fiel seguidor de la Real, por la que no escatima ocasión para difundir sus colores por Oriente Medio. Admite que el fútbol abre fronteras, incluso en la parte más caliente del planeta. Confiesa que, durante esta entrevista, “se le han puesto los pelos de punta recordando algunas cosas”.

¿Cómo se mueve un periodista occidental entre las fronteras de Oriente Medio?

-Son lugares complicados, necesitas a alguien que te lleve a todos los lados. Necesitas un tipo que se dedique a conducir, porque tienes que salir pitando, y un intérprete. Muchas de las crónicas que escribo deberían firmarlas ellos también, porque hacen un trabajo fundamental.

En el libro, no acude a fuentes expertas para explicar los pormenores de la guerra, sino a gente de a pie que la ha vivido en primera persona. ¿Por qué decidió hacerlo así?

-Yo creo que son dos mundos complementarios pero, en la información del día a día pesa, sobre todo, el lado más académico, el de los analistas. El caso del califato es curioso. Hemos estado tres años hablando del Estado Islámico (EI) sin que ninguno lo hayamos pisado porque te cortaban la cabeza, y nos hemos basado en fuentes que eran su propia propaganda, y en la información que nos daban los servicios de inteligencia. Nos faltaba una tercera pata fundamental que era la gente que había estado ahí, que está a mano ahora que han huido. Mi pregunta es, ¿dónde estaban los analistas antes de que surgiera el califato? La opinión de un experto sirve para el contexto pero, lo cierto es que los hechos nos han superado.

Muchos corresponsales quieren estar en la avanzadilla del combate pero usted recorre la retaguardia.

-Vuelve a ser complementario. Los compañeros de gráfica, cámaras, fotógrafos lo que necesitan es el bang bang, los tiros. Pero una vez que vas a un frente, vas a todos. A nivel de imagen es impactante, pero si tienes que escribir dos páginas de periódico necesitas algo más y en esa segunda línea es donde vas a encontrar las historias: el colegio que se acaba de cerrar y que los desplazados se ven obligados a abandonar, los colegios de campaña, los mandos del ejercito que tienen la estrategia, etc. No es algo nuevo, se ha hecho siempre pero durante un tiempo ha perdido peso en favor de esa primera línea.

Hay veces en las que dice que no sabe si grabar, fotografiar o tomar apuntes. ¿Ha perdido alguna buena foto o historia por tomar la decisión equivocada?

-Seguro. En los momentos más peligrosos o duros que he pasado, no sé por qué, guardo la cámara. Por ejemplo, ir grabando detrás de un convoy de la ONU y verte envuelto en una emboscada en la que empieza a aparecer gente con palos y piedras. Un buen fotógrafo saca la cámara y fotografía, yo guardo la cámara y me quedo tieso pensando “que no me confundan a mí con estos, que me dejen en paz”. Y cuando quieres transmitir eso, te falta la imagen. La portada del libro, por ejemplo, era una foto genial pero era también una buena imagen para televisión. Ahí tienes que decidir. En ese caso acerté, en otros casos se te escapa porque no puedes hacer todo a la vez. Sé donde están mis límites e intento no pasarme.

Escribe en caliente y en cualquier sitio. ¿Es esta forma de hacer periodismo es el reverso al periodismo de reposo?

-Cuando voy a Mosul y tengo tres horas de coche de vuelta, no duermo, aprovecho el tiempo. Es más escritura automática, no es el periodismo narrativo que se puede permitir la gente que tiene todo el día para hacer una crónica. Yo en un día de trabajo tengo que hacer cuatro conexiones para la televisión, diez para la radio y escribir dos páginas, además de tener el Twitter actualizado. Yo no puedo hacer un artículo reposado y analítico.

Y, ¿el libro se lo permite?

-El libro sí me ha dado ese reposo, pero las notas en las que se basa el libro están escritas en el coche. Lo que intento es que sea la crónica de esas crónicas, más reposada.

Se declara “periodista de guerras muertas”.

-Guerras muertas me parece una definición buenísima de Plácido García Planas. Yo he viajado a sitios donde ya habían callado las armas, ya no había tiros, pero no es solo por el silencio, sino porque realmente están muertas. No hay solo una destrucción física, te das cuenta de que hay una destrucción absoluta de lo que ha sido el tejido social durante siglos. Estás en un sitio que dices, “esto es la muerte, de aquí no va a salir nada”, y te sientes así, periodista de silencios, de ruinas de víctimas, refugiados, desplazados...

¿Se acostumbra uno a ver la muerte cara a cara?

-No te acostumbras porque sino serías un cínico y yo no lo soy. Te habitúas volviendo una y otra vez. Cuando ves la barbaridad de Alepo, la de Mosul no te impacta lo mismo porque ya has visto un Alepo arrasado. Te acostumbras antes a la muerte que a los heridos. Te acostumbras antes a ver cadáveres entre las ruinas, cómo evacúan a muertos en bolsas que a entrar en un hospital y ver a gente jodida que sabes además que no tiene escapatoria. A eso sí que no te habitúas. A ver chavales mutilados, gente con cuerpos quemados, con su familia alrededor... Cada vez lo llevo peor además.

¿Por qué?

-No lo sé, tal vez desde que soy padre me afecta todo mucho más. Con los hospitales... es que no puedo. Pensar que se quedarán marcados para siempre... Aquí siempre tienes una oportunidad, una posibilidad de rehabilitación; allí no.

Reconoce que frente al trabajo de los voluntarios de las ONG, se siente diminuto.

-En momentos de máxima emergencia, te das cuenta. En Gaza, por ejemplo, hemos pasado unos cinco mil periodistas por allí y no pasa nada. Sin embargo, ves la labor de Médicos Sin Fronteras, Médicos del Mundo, doctores, enfermeras y esa gente, están salvando vidas; tú no. Soy bastante crítico, no pienso que tengamos tanto poder como creemos que tenemos para esas cosas.

¿Cuál es la recompensa de su trabajo entonces?

- Escribir libros de ensayo sobre Oriente Medio y que la gente los compre y se los lea. Mi recompensa es que al menos cuando la gente vea la noticia de un minuto, el tuit de 140 caracteres o escuche treinta segundos en la radio las cosas le suenen más. Intentar darles herramientas para que puedan entender las cosas que pasan. Cuando vengo aquí me doy de cuáles son las prioridades, lo bien que vivimos, y todo aquello queda muy lejano.

Valora las cosas de otra manera.

- Claro. La gente aquí no se da cuenta de que esto es absolutamente irreal. El nivel de preocupaciones que tenemos, las cosas por las que la gente se moviliza... Es bastante Disneylandia comparado con la situación en el mundo, sin tener que ir muy lejos.

Afirma en el libro que la guerra no ha sido contra el Estado Islámico sino contra una ideología. ¿Se puede combatir una ideología?

-Claro. Pero de la forma que se está haciendo en Occidente desde 2001 es a base de grandes ofensivas militares, grandes ejércitos, y no se aprende de los errores. Se falló estrepitosamente en Afganistán, en Irak, en Libia. En Siria se ha sido más cauto pero, en lugar de una intervención oficial, lo que hay son un cúmulo de intervenciones. Se prioriza la vía militar, y no es suficiente. Siempre nos venden la idea de que se van a hacer planes de reconstrucción, pero nunca llegan. En el momento en el que se callan las armas no hay nada y eso genera caldo de cultivo.

Usted aboga por la educación.

- Sí. La verdad es que la frase queda bonita pero cuando tratas de profundizar en el tema te encuentras con contradicciones como que los cabecillas del Estado Islámico son gente educada en Londres, en Ceuta, en Bélgica. A medio plazo yo no veo otra salida que apostar por la educación y por mejorar las condiciones de vida porque la inmensa mayoría de los que se han enrolado con el EI, sobre todo en Siria, lo han hecho por un plato de arroz, no por una ideología. Si consigues cambiar esas condiciones y que la gente vea que esa forma del Islam no es el Islam, habremos ganado mucho.

¿Qué opina de la actuación de Europa?

- El máximo promotor de esta forma de Islam es nuestro gran aliado Arabia Saudí. Es el país que ha sembrado esta forma tan ultraortodoxa de entender el Islam. Creo que tendríamos que ser más cuidadosos con este tipo de aliados y sobre todo no dejar que los petrodólares influyan de forma tan determinante en nuestra política exterior. Te das cuenta de que tu máximo aliado es el que está sembrando el germen que estamos sufriendo.

¿Por qué ha incluido en el libro su experiencia personal y familiar?

-Este grupo ha vivido con nosotros, ha sido nuestra vida desde que nos mudamos a Jerusalén. Nuestra pesadilla. Ha sido una parte del día a día que he decidido meterlo. No busco un efecto lacrimógeno. Me ha jodido tantas noches de no poder estar con mis hijos contándoles un cuento, he tenido que hacer tantos viajes imprevistos que ha formado parte de mi vida y eso no sale en la televisión, no sale en las crónicas del periódico.

También admite que se emociona.

-Sí, me emociono mucho. El día que no me emocione abriré un bar o no sé lo que haré. Mi trabajo es emocionante, que te hagan entrevistas, que la gente te salude, el aprecio... Con tantas redes sociales hemos perdido el contacto directo con la gente, no nos miramos a la cara. La gente que sale del Califato te cuenta cosas que tú no te imaginas ni en una película. Cuando vi las jaulas en las plazas de los pueblos... Ahí metían a la gente, a tu vecino y lo mataban y lo colgaban, en el árbol que estaba al lado; esos niños lo han visto.

¿Qué le diferencia de otros periodistas de la zona?

-La gran diferencia es que yo soy muy cabezón y muy pesado y que yo vuelvo y vuelvo. Yo creo que soy el periodista que más ha viajado a Siria desde 2011, según el Ministerio de Información porque soy el más pesado. Hay que volver a los sitios. En Mosul, por ejemplo, se hace periodismo de kleenex: la gente va, hace todo corriendo, se pira y no vuelve más. Pero aquello sigue.

¿Cómo es vivir en Oriente Medio?

-En Jerusalén las condiciones de vida son muy parecidas a las que tenemos aquí, vives en una burbuja para expatriados y la inmensa mayoría de nuestros amigos son del colegio. El conflicto está, pero tú estás de espectador. Es la ciudad más segura de Oriente Medio, vamos al cole andando, como en el pueblo.

¿Fue difícil tomar la decisión de llevarse a la familia a Jerusalén?

-Era más difícil mantener la situación que tenía antes, estuve siete años yendo y viniendo y era un enviado especial eterno. Vivía con la cabeza allí y el corazón aquí pensando en los críos, no les vi crecer y se los debo. Jerusalén me fascina y creo que a ellos también. No hay ciudad como esta, es una ciudad de todos, del mundo mundial.

¿Que va a resurgir de las cenizas?

-El califato lo han perdido, eso está claro, pero ellos siguen vivos. Lo que yo pienso que va a resurgir en algo todavía más radical y van a volver a su esencia que es la insurgencia. Golpear a base de atentados y mantendrán en su cabeza ese chip de formar su califato físico. La guerra va a seguir, sus frentes están abiertos y han conseguido exportar un modelo de yihad desde casa. Eso es muy peligroso.

¿Duerme con las botas puestas?

-No duermo con las botas puestas pero sí con la maleta y el equipo siempre preparados. Es algo que aprendí en los años de enviado especial. Siempre estás esperando la dichosa llamada, pero es una buena señal. El día que deje de sonar el teléfono, me preocuparé.