Lo recordaba el desaparecido Antxon Lete en estas mismas páginas hace ya unos años. No entraba en los planes de los centros educativos de la época contar con escolanías o, como ahora es más común que se les denomine, coros infantiles. “La directora del colegio Samaniego, María Ángeles Álvarez Ruiz de Viñaspre [fallecida el año pasado], estaba preocupada por las actividades extraescolares, por dar a los niños una formación integral. Una persona convencida de esto en el 68, cuando todavía no había salido el libro blanco de las actividades extraescolares -1970-, buscó un director y aparecí yo por allá”. “Empezamos con niños” de 10 a 14 años, seleccionados por él aunque “la directora dijo que de machismos nada” y, por supuesto, también entraron niñas.
Era 1968. Por Vitoria y por el centro educativo de la calle Monseñor Estenaga han pasado 50 años, que se dice pronto, y aquel proyecto nacido como un oasis en el desierto es hoy un joven veterano compuesto por 27 personas de entre 11 y 18 años, aunque la agrupación tiene también una pre-escolanía, que cuenta con la participación de 22 voces de 6 a 10 años. “Para ellos y ellas es un sitio donde venir y pasarlo bien. Se les exige mucho porque, al final, hay muchos conciertos y ensayos extra, que además en ocasiones son bastante largos. Pero tampoco puedes pasarte de un límite, no puedes convertir esto en un marrón en vez de ser una diversión. Tienes que conseguir que se lo pasen bien a la vez que aprenden”, explica María Piérola, en cuyas manos está ahora la máxima responsabilidad de que ese equilibrio sea posible y se conjugue sin problemas con la calidad propia de medio siglo de andadura.
Cada martes con los más pequeños y cada viernes con los mayores, ella no para. Ha tomado el relevo de Lete -fallecido en 2015-, Garbiñe Ortega -cuya senda profesional se mueve ahora en el sector audiovisual, ocupando cargos de relevancia como la dirección del festival Punto de Vista-, y Sandra Perea -que cuenta, a pesar de su juventud, con un largo currículum dentro de los coros infantiles y la pedagogía musical-. “Cuando era pequeña, igual tenía compañeras que les costaba ir a los ensayos, pero yo siempre quería ir. Es más, cuando estaba con Garbiñe y con Sandra, pensaba que me gustaría ser ellas” confiesa con una sonrisa Piérola.
Las tres, al igual que Lete, son parte fundamental de la historia de la primera escolanía del País Vasco formada en un centro escolar. “El colegio es, por supuesto, una de las claves de que esto haya llegado a celebrar 50 años. Al final, han pasado diferentes direcciones y si no se hubiesen implicado con el proyecto como lo han hecho, habría desaparecido”, apunta Joseba Piérola, ex componente de la agrupación (“¡soy de los más viejos!”), quien además recuerda que “ha habido gente que ha pasado por la escolanía que hoy se dedica profesionalmente al mundo de la música o del teatro, o que sigue metida en coros de la ciudad”, como le sucede a él.
“Para cualquier centro educativo, un grupo, un coro, una escolanía es una herramienta educativa tremenda”, apunta por su parte Cristina Arguijo, directora del centro. “Además, te da proyección exterior y genera un nexo de unión. La música es medicinal y cura diferencias culturales, desarraigos sociales, riesgos de exclusión? Antes, había pruebas de entrada, era algo más encorsetado, contaba la voz. Hoy cuentan las ganas y la pasión de la persona. Nuestra escolanía está llena de colores, países, costumbres y conseguir que eso funcione es algo que tiene que estar en manos de una persona que sepa, como es el caso de María, puesto que un proyecto como éste, como factor educativo, es un tesoro”.
Del ayer al hoy Como apunta Arguijo, en la actualidad no se hacen pruebas de selección a principios de curso. Entra quien muestra interés en hacerlo, como “un chico de 4º de la ESO que se ha apuntado ahora”, dice con cara de asombro Joseba Piérola. Eso sí, que haya desaparecido el proceso de selección no está reñido, ni mucho menos, con la calidad de lo ofrecido. “Suenan muy bien”, dice quien tiene en sus manos la batuta de una escolanía y una pre-escolanía que a lo largo del curso, en ocasiones juntas pero también por separado, actúan en diferentes citas, desde el Día Coral Infantil que organiza Arabatxo (Federación Alavesa de Coros Infantiles) hasta los Viernes Corales pasando por actuaciones especiales en congresos, conciertos pedagógicos, recitales en colaboración con el barrio del colegio...
Lo que no ha cambiado es la necesidad, antes de nada, de hacer sentir a los cantantes que son algo más, que forman parte de un grupo humano. Ya en su día, como recordaba Lete, se aprovechaban algunos fines de semana para salir al campo y “hacer un bloque entre los chavales”, algo que, aunque sea con cambios, se mantiene hoy. “Me gusta que hagamos una escapada a principios de curso para que la relación entre los chavales sea la mejor posible”, apunta María Piérola, que esta vez se ha llevado a los suyos a Monasterioguren. “Siempre intento tener una relación muy cercana con mis alumnos, trabajando desde el respeto; pero además de directora, intento ser una amiga, que si tienen un problema un día me lo puedan venir a contar. Creo que eso es importante para todo”.
Junto a esa parte más, por así decirlo, personal se encuentra el trabajo musical, el eje central del proyecto de la Escolanía Samaniego a través de estos 50 años de actuaciones, viajes al extranjero, grabaciones de discos, obtención de premios... “En los repertorios se ha cambiado con los tiempos, aunque creo que yo también le doy un toque un tanto diferente con respecto a lo que se hace ahora. Proponemos piezas que sean atractivas para los chavales. Estamos haciendo, por ejemplo, muchas cosas de teatro musical adaptadas a coro. Son canciones más modernas y atractivas para ellos” y también para el público, en el que, como apunta Joseba Piérola, también se encuentran muchos ex componentes, punto en el que Arguijo señala que “la implicación en el hoy de la escolanía de antiguos miembros es destacable. Esto crea arraigo”.
María Piérola, eso sí, tiene claro que hoy “no se le da la importancia que tiene a la música en particular y al arte en general”. Por eso, “necesitas que los padres se involucren”, sobre todo en el caso de los más pequeños. “A veces siento que soy muy pesada con los padres. Siempre les estoy recordando que hay ensayo, concierto, que hay que llevar esta ropa, la otra?”, sonríe, al tiempo que Arguijo señala que “también tenemos presente que algunos padres tampoco dominan del todo el idioma y que hay diferencias culturales. Hay que estar un poco sobre ellos, aunque con el tiempo, van sintiéndose más a gusto y participando más”. Al fin y al cabo, todos son parte de un proyecto cultural que mira con orgullo a su pasado, con confianza a su presente y con ilusión a su futuro.