Hay libros que, por razones azarosas o insospechadas, vuelven a uno con el tiempo y se revelan tan valiosos y necesarios como una lección moral. Me sucede esto cuando, días después de la muerte de Tzvetan Todorov, retomo algunas páginas de El hombre desplazado, la autobiografía que publicó en 1996. El libro, de título nada gratuito, muestra la grandeza de un hombre comprometido con el ser humano en todas sus variantes: bien como animal social o como sujeto expuesto a las tiranías del Poder.
Todorov (1938-2017) ha sido uno de los intelectuales europeos más respetados de estas últimas décadas, no sólo por sus aportaciones culturales sino por su ejemplaridad cívica y postura ética ante el mundo. Nacido en Sofía en 1938, en los años sesenta fijará su residencia en París, lugar donde encontrará la libertad que se le niega en su país origen, Bulgaria, dominado entonces por un régimen comunista de carácter dictatorial.
Autor de un sinfín de ensayos que van de la sociología o la historia a los estudios del lenguaje o la antropología, Todorov tuvo una preocupación constante por lo que él llamaba “la moral en política” que, no en vano, es el campo de batalla que determina la convivencia entre las sociedades. Las consecuencias derivadas de esa vida en común -los abusos de poder, las múltiples formas de violencia, la lucha por los derechos civiles- es lo que analiza en sus obras, siempre con voluntad crítica pero constructiva.
Perteneciente a una saga de intelectuales comprometidos como Imre Kertész o Amos Oz que, a su vez, conecta con una generación anterior vinculada al mundo del pensamiento, todos beben de esa rama de la filosofía ligada a cierta visión trágica del mundo que es el existencialismo. Una corriente que abordó el absurdo de los conflictos bélicos y el sentido de la vida humana en ensayos tan certeros como El hombre rebelde, rotundo alegato contra la sumisión y la servidumbre de Albert Camus.
Uno de los últimos libros traducidos al castellano de Todorov tiene también un título revelador: Insumisos (Galaxia Gutenberg, 2016). En él reúne a una serie de personajes -Mandela, Hillesum, Pasternak- que, ante situaciones hostiles, demuestran su capacidad de rebeldía. A partir de documentos autobiográficos de los protagonistas, traza un retrato que subraya la integridad moral de todos ellos y su resistencia radical a cualquier forma de totalitarismo; llámese apartheid, discriminación racial o genocidio nazi.
Decir que algunos libros nos hacen diferentes o nos cambian la vida, puede resultar un lugar común. Pero uno no es el mismo después de leer a Nietzsche o Rousseau, Camus o Thoreau. Hay libros que despiertan conciencias, que tienen la virtud de humanizar y, por encima de todo, que hacen pensar. Y pensar, hoy en día -ante tal sobreabundancia de información interesada- es un acto que el hombre debe ejercer para, al menos, ser un poco más libre. Y menos manipulado. Y humillado. Y para luchar contra la borreguez y la ceguera.