La impotencia de no tener sitios donde exponer. Éste fue el detonante para que Ana Díaz de Espada López de Heredia diera un gran paso en su vida y se planteara gestionar en Dulantzi su taller de pintura y sala de exposiciones hace siete años.
Tras estudiar la carrera de Bellas Artes en Cuenca y con su proyecto de fin de carrera bajo el brazo, un gran mural de en el punto de mira con más de 150 retratos, muchos de ellos de Dulantzi, se acercó hasta el propio Ayuntamiento de la localidad en busca de una sala donde exponer su obra. Las trabas con las que se encontró en ese momento y las precarias condiciones en las que realizaba su trabajo “en una lonja sin luz, baño, ni calefacción”, según relata la artista dulantziarra, le animaron a buscar una nueva ubicación para su principal proyecto: pintar. Tras visitar varios locales se topó con un bajo en la calle Mayor de Alegría que, casualidades de la vida, años atrás había sido “la cuadra de mi abuela”.
Animada por sus padres y tras rehabilitar el espacio un año más tarde su sueño se hacía realizar. “Contar con un lugar donde pintar para explicar. Pintar para decir. Pintar para contar. Pintar para gritar. Pintar para aprender. Pintar por necesidad. Pintar para pensar. Pintar por pintar. Pintar, pintar y pintar”.
A lo largo de estos siete años, que son los que tiene el local -una sala de exposiciones de unos 60 metros cuadrados y un taller de pintura-, esta artista ha contado con ayuda incondicional de su padre. “Él es el que me ayuda a la hora del montaje de las exposiciones, ya que se necesitan dos personas”, reconoce.
Los principios fueron duros. Recuerda aquellos tiempos con nostalgia. “Pocos alumnos, exposiciones de amigos y mías”, rememora antes de hacer balance de sus años al frente de La Cuadra de Dulantzi, su taller de pintura y sala de exposiciones en la villa de la Llanada. “Si miro para atrás me doy cuenta de que por aquí ha pasado mucha gente y muy importante. Desde Eduardo Alsasua, Víctor Alba, Marcote, Sagastizábal o Gerardo Armesto. Todos ellos nombres de mucho prestigio”, reconoce al tiempo que señala que gracias a esta galería autogestionada ha conseguido “hacer grandes amigos”.
La apertura del local fuera de la propia capital alavesa permitió que la provincia contara con un espacio que da la oportunidad a los artistas y al público de poder encontrarse en el territorio de donde son o en donde trabajan unos y otros: Álava. Algo que debería ser sencillo o cuando menos habitual pero que se ha convertido en los últimos años en misión imposible, sobre todo por la inacción de lo público.
A lo largo de los años han sido decenas los alumnos que han pasado por su taller para aprender las técnicas del lienzo o la acuarela y muchos los artistas que han colgado sus cuadros y fotografías en las blancas paredes de La Cuadra, cuyo logotipo es un cerdo rosa en alusión a los animales que la propia Ana ha visto corretear por donde hoy descansan los pinceles, los lienzos y el aguarrás. “Cada mes programa una exposición, menos en verano”, como camino para encontrar, impulsar, coordinar, e incluso generar un espacio digno y dirigido al arte que sirve además para cohesionar a artistas y colectivos locales y de fuera del territorio, de manera que pueda generarse interculturalidad y un trabajo en red.
“Al principio era mucho trabajo mío, de lo que había hecho a lo largo de la carrera y de muchos amigos, pero ahora, por suerte, son los propios artistas los que acuden y ya tengo la agenda casi llena”, explica con orgullo. “Como en Vitoria hay mucha fotografía procuro no traer mucho, aunque por aquí han pasado fotógrafos de la talla de Estíbaliz Díaz o Ángel López de Luzuriaga”, apunta. La artista y gestora del local se decanta por diferentes técnicas para ofrecer al público local y foráneo. “Me gusta que la gente vea muchas técnicas, aunque destaca la pintura porque yo me relaciono con muchos pintores”, reconoce desde su taller.
Los primeros miedos, esos que se plantean sobre “si la gente ya vendrá aquí” se han diluido con el tiempo y admite que se ha creado tal interés que incluso “hay gente que me pregunta constantemente cuándo es la siguiente exposición, quién será el próximo artista o qué vamos a aprender”.
Ganas de aprender El ansia por aprender que han demostrado muchos de los que se han acercado hasta el estudio de la calle Mayor de Dulantzi es lo que le da fuerzas para seguir en el proyecto. “Me flipa que la gente que viene aprenda” y que “valore y hagan crítica constructiva”. Al local acude todo tipo de gente desde paseantes, expertos en arte o aficionados a las diversas técnicas. “Suelen venir dos niños, de 3 y 7 años, a los que sus padres tienen acostumbrados a que tienen que dar una vuelta por todo el local y ver las obras antes de comer el picoteo que se pone y hay días en los que me sorprendo con sus comentarios cuando, por ejemplo, me dicen que le gusta un cuadro. Cuando le pregunto por qué me dicen que porque ese azul que tiene es muy bonito. Es muy buena señal, porque empieza a apreciarlo”, explica orgullosa.
Ana Díaz de Espada compagina su labor al frente de la sala de exposiciones con talleres de dibujo y pintura para grupos de edades mezcladas. “Funcionan muy bien porque aprenden mucho unos de otros”, señala. Estos alumnos tienen la oportunidad de exponer en la sala en el mes de junio, mes que Ana les reserva para que cuelguen sus trabajos.
Díaz de Espada no se plantea el futuro a largo plazo. “Trabajo año a año, a corto plazo”, señala al mismo tiempo que este año le hace especial ilusión la presencia de Daniel Castillejo en La Cuadra, “que seguro que nos sorprende”.
La artista reconoce que a lo largo de su andadura al frente de la sala ha tenido mucha “suerte porque de esas relaciones y esas conversaciones de bar un día salen cosas maravillosas”. Entre sus retos: la presencia de la obra de Antonio López o de Mieg en su local. “Cuando artistas de esa talla pasan por aquí y ven mi obra, yo me siento como si estuviera en un examen de la universidad. Con nervios por saber que esas personas son maestros en lo suyo y están aquí”, apunta.
En las paredes de su local de la calle Mayor 39-41 de Alegría-Dulantzi Ana mantiene su pasión rodeada de sus cuadros, autorretratos desnudos, sus flamencas, sus mariposas o sus “minianas”. “Es un proyecto que empecé tontamente en un cuaderno de dibujo cuando vivía en Cuenca. Me dibujaba y escribía frases con las que identificaba mi estado emocional. Poco a poco fui sacándolas del block y metiéndolas en pequeños marcos. Los textos se volvieron positivos y repetitivos, así empezaron mis alumnas, amigos y familia a decorar sus rincones.
La filosofía principal es el positivismo. Me gusta ver cómo la gente piensa donde ponerla, a quién regalársela, qué texto se identifica más con ellos”, comenta.
El acrílico sobre lienzo es su forma de plasmar su pensamiento, su cambio, su evolución como la de esas mariposas que adornan su pared como pequeños seres preciosos que vuelan y mantienen el misterio de su polvo mágico en esas alas tan delicadas como las que Ana Díaz de Espada se puso en la espalda hace siete años para hacer realidad su sueño, que el local que un día fuera la cuadra de su abuela hoy sea espacio de encuentro de cultural y de visibilización y acercamiento al público de artistas.