Fernando Arrabal, escritor y artista incombustible, de paso por Nueva York, dice que quiere ver en España un museo dedicado a los “desterrados”, que recoja “lo que ha dejado la emigración”.

En la habitación de un céntrico hotel neoyorquino y a punto de cumplir los 85 años, Fernando Arrabal afirma contar con una vasta colección de obras de arte y objetos heredados que atestiguan la historia del exilio español. “Se me ha regalado en mi vida, y nunca he vendido nada, lo que toda esta gente quiso dar a la inmigración española”, aseguró el escritor (Melilla, 1932). También aprovecha la ocasión para elogiar la labor de los que, como él, tuvieron que abandonar España. “Es maravilloso. Esos hombres que eligieron el destierro y han colaborado en el surrealismo a hacer un mundo mejor”, afirmó.

Arrabal regresa a Nueva York después de la crisis cardiovascular que sufrió en 2013, acompañado de su hija, para asistir al estreno de la versión en inglés de su obra El jardín de las delicias. “Los médicos no querían que volviera a América y llevo ya tres años sin venir. Y ahora he venido a lo loco, a lo bestia. Estoy haciendo mucho el loco por la calle”, aseguró, divertido, el autor. Sin desprenderse de su característico doble par de gafas y luciendo una camiseta con su imagen inserta en un cuadro de Courbet, Arrabal relató cómo en 1959 llegó por primera vez a Nueva York becado por la Fundación Ford como joven promesa de la literatura. La extensa y prolífica trayectoria profesional del escritor surrealista y más tarde fundador del Teatro Pánico lo convierte en una figura clave de la historia cultural del siglo XX. Pero Arrabal rehúsa medirse con Duchamp, Dalí, Breton, Warhol y todos aquellos grandes artistas con los que compartió amistad y espacio creativo. No obstante, se muestra agradecido por los reconocimientos recibidos. “En mi entorno son tan generosos que tengo todos los premios en todas las disciplinas”, dice.

el hijo de su padre Al ser preguntado por la fama póstuma, Arrabal respondió: “Yo pienso que probablemente la posteridad no hablará de mí; o si habla de mí, va a hablar de Milenarismo. Va a hablar de eso. Y es una parte importante”, señala, en alusión a su polémica intervención televisiva de 1989, donde mostró señales de embriaguez. El escritor explicó que ser “conocido por una borrachera es muy interesante porque ha habido muchas borracheras muy interesantes, y --matizó- había algo verdadero en la mía. Yo no me emborracho, no sabía beber. Y digo cosas, cosas que podría decir un mago”. Tan poliédrico como enigmático, el universo arrabalesco es un mundo dominado por el juego en el que, según asegura, la política nunca tuvo cabida. “Yo nunca fui político, me parece una tontería total la política porque a mí me gusta la poesía y es incompatible completamente”, apunta. Sin embargo, no desaprovecha la oportunidad para señalar a la clase política. “Son una panda de gamberros, son gamberros muy simpáticos estos políticos de izquierdas, de derechas. Todos son iguales”, asevera sonriente Arrabal.

Esquivo a la hora de responder sobre quién hay detrás del escritor de apariencia excéntrica, Arrabal dice: “Aun hoy la gente viene a verme como si yo fuera el hijo de mi padre. Yo no soy Arrabal, soy el hijo de mi padre (...) Cuando me rinden homenaje rinden homenaje a mi padre”. Al escritor le inquieta la escasa visibilidad de los artistas y la miseria a la que esto les condena y defendió la buena salud de la creación española. “Podríamos decir lo mismo que cuando Quevedo escribió aquello de ‘miré los muros de la patria mía’. Es una mierda. Pero Quevedo no supo ver que tenía al lado a Cervantes”, puntualizó con énfasis el dramaturgo.

Sobre lo que aún le queda por decir y hacer como artista, Fernando Arrabal suspira y afirma: “Siempre tengo la impresión de que no tengo tiempo, de que no he hecho nada”.