bilbao - La fiesta de todos se llama la gira internacional de Carlos Vives, autor de éxitos clásicos como La gota fría y recientes como La bicicleta, compartido con su compatriota Shakira, que acercará el viernes 31 al BEC de Barakaldo. El colombiano, con sangre vasca y admirador del trikitilari Kepa Junkera, apuesta por el folclore de su tierra, reniega del reguetón y asegura que “el vallenato es el rock de Colombia”.
Tras el éxito de ‘La bicicleta’, ¿se considera en el momento cumbre de su ya larga carrera?
-Es indiscutible que sí, que es nuestro mejor momento en un trabajo que se inició hace ya muchos años y en el que siempre se aprende.
¿Vio claro desde el inicio las posibilidades de éxito que le proporcionaba esa canción?
-No, no (risas). Al hacer La bicicleta se la presenté a la compañía porque estaba hecha con el corazón y provenía de las raíces de Colombia. Luego, Shakira se interesó por ella y eso fue muy importante. Ahí sí supimos que iba a ir mejor, pero sin pensar realmente el éxito internacional que tuvo luego.
Estuvo unos años alejado de la música, al menos sin editar discos en el Estado español. ¿Qué pasó?
-Fue el final de mi contrato con EMI, que pasó a otra compañía que no estuvo interesada en mí. Estuve frustrado porque me quedé sin equipo de management y seguí trabajando muchos años en mi país en el teatro y la televisión. Tengo un teatro con mi familia que hace también veces de estudio de grabación y restaurante. En estos ocho años, no he dejado de trabajar para otros artistas, produciendo canciones o en una comedia musical para niños sobre la obra del poeta Rafael Pombo.
Reapareció hace cuatro años con el disco ‘Corazón profundo’. Y, parafraseando una de sus canciones, volvió a nacer como artista. Al menos, fuera del mercado colombiano.
-Claro, así fue. Fue un momento muy emocionante para mí y mi esposa, empezar de nuevo y seguir con el futuro disco, que incluirá La bicicleta y mi último single, Al filo de tu amor. Se titulará Vives, como mi apellido.
No solo eso, parece una declaración de principios.
-(Risas). Sí, es cierto. Estaba previsto editarlo hace unos meses, pero habrá que esperar a abril o primeros de mayo. No llegará para esta gira, lo que habría sido perfecto. De todas formas, en estos conciertos suenan canciones que nunca lo han hecho en vuestra tierra, temas que se quedaron fuera porque no pudimos volver, además de La gota fría o Fruta fresca, por supuesto.
En su último single, como en toda su carrera, sigue el acordeón en primer plano. ¿Qué significa el vallenato, para usted y, en definitiva, para la música colombiana?
-Colombia es un pueblo humilde y el acordeón llegó para quedarse. Es el exponente de la música más enraizada en nuestra cultura, en la juglaría del vallenato. Siempre se le ha llamado el piano de los pobres y está presente en las fiestas, cumpleaños... A mí me resulta entrañable, lo rescaté desde el principio, siempre está ahí, he crecido con él. Es un orgullo que nos conecta con Europa.
Y, sobre todo, con Euskadi, con nuestros trikitilaris.
-Claro, a Kepa Junkera, por ejemplo, lo conocimos cuando hicimos la primera gira y supimos la importancia de la triki en la cultura vasca. Mi acordeonista de siempre, mi compadre Egidio Cuadrado, es muy fanático de Junkera. Y no cabe en sí desde que sabe que volvemos a Bizkaia.
Resulta curioso que siempre reivindique la música de raíz colombiana, pero que no renuncie al pop o el rock.
-En la Escuela Superior de Arte Dramático donde estudié tenía un profesor que nos enseñó que el folclore era una cosa y la industria, otra. Cuando se sube uno a un escenario con luces y micrófonos, no haces folclore. No lo hacemos porque el folclore es el alma, lo que está en los campos. Y cuando me preguntan qué debemos hacer para no perderlo, suelo decir que no es grabar vallenatos sino que nuestros campesinos no desaparezcan en los cordones de miseria de las grandes ciudades. Que sigan con la agricultura y el ganado, y que su vida sea cada vez más sólida. Si vive el campesino, el folclore lo hará; en caso contrario, desaparecerá.
Entonces, ¿se siente usted en el mercado del pop?
-Yo aplico cosas prestadas del folclore colombiano, como hicieron los rockeros al principio con sus baterías, teclados y guitarras eléctricas. Cada cosa que parece nueva ya estaba inventada; ahí está la cumbia, el forro o el ballenato.
Lo que no parece gustarle tanto es el reguetón ¿no?
-Parte de patrones cogidos como nosotros para el vallenato y la cumbia, que encajan muy bien. Con La bicicleta empezamos a trabajarlo con ritmo de vallenato y en el estudio le añadimos ritmos dancehall, que se confunde con el reguetón a veces. Es una música ligada a los sonidos contemporáneos y que nos abre puertas aunque, en el caso del reguetón, sus letras son muy pobres y rayan la pornografía en algunos casos, faltándole el respeto a la mujer. Le falta poesía. Hoy, en la radio hay pocas oportunidades para la poesía y le dan espacio al trap, que es pornográfico.
¿Qué veremos en el concierto de Bilbao?
-Un espectáculo mejorado, con un gran repertorio que ha crecido y explica cómo nos conectamos al mundo a partir de cosas muy sencillas de nuestra música y de nuestra diversidad cultural que gustarán en España. Y digo España desde su diversidad porque somos canarios, andaluces o vascos.
¿Tiene alguna raíz vasca?
-Tengo un apellido Etxebarria y la mitad de mi familia proviene de Euskadi; la otra, de Catalunya. Pero soy también de la Nueva Andalucía, como se llamó a mi tierra al principio. Y me siento orgulloso de todas.