La 31 edición de lo premios Goya transcurrió en un tono blanco roto, como el humor que practicó Dani Rovira, que reivindicó el papel de la mujer en el cine calzando unos zapatos rojos de aguja. La gala cumplió con los tiempos previstos (casi tres horas justas de duración), con mucha música en directo a cargo de la Film Academy Orchestra y escasas alusiones políticas por parte del mundo del celuloide. Ya desde la primera intervención de Rovira en el discurso inicial se podía entrever que los políticos no serían los protagonistas de la noche. El actor avisaba de que dedicaría a los políticos “el mismo tiempo” que ellos han dedicado a la cultura en sus discursos, campañas y debates. Tras un par de segundos, el actor añadió un “ya está”.
Rovira, simpático, ágil y por momentos tierno, llegó a vestirse de Superman, pero no fue nada irreverente, andándose con “pies de plomo” toda la noche, como ya dijo, no sea que luego en Twitter, como ocurrió el año pasado, le persiguieran con críticas muy duras e irrespetuosas. “¿Vais a tener el valor de criticar a esta criaturita?”, tuiteó en directo junto a una fotografía suya de niño. Aunque, eso sí, justificó con humor su tercer año consecutivo como presentador, le dijo a Donal Trump que cine se escribe “con i latina”.
Desde esta intervención, los premios se sucedieron con relativa rapidez y, a diferencia de otras ediciones, los números intercalados entre ellos brillaron prácticamente por su ausencia. También los premiados colaboraron en esta ocasión, puesto que sus intervenciones se ajustaron su mayoría al tiempo establecido por la Academia. Para esta edición, además de la música que se sobrepone al discurso de aquellos que sobrepasan el límite, la organización incorporó un sonido similar al de un reloj previo, que avisaba a los premiados. Aun así, hubo algunas excepciones, caso de los actores Manolo Solo o Emma Suárez (en su segundo Goya), que se lo tomaron con humor y pudieron terminar sus agradecimientos.
Con varias piezas musicales entre las categorías, la gala transcurrió con ligereza y toques de humor la mayoría de las veces de la mano del propio maestro de ceremonias -incluida una referencia a las gafas de Pedro Almodóvar que no pareció hacer mucha gracia al aludido, que antes le había firmado uno de los zapatos rojos de tacón que se alzaron en unos de los protagonistas de la gala-. La Academia había fijado la duración de la gala en dos horas y media (duró casi tres) y la Film Symphony Orchestra interpretó en directo diferentes temas de películas marcando los tiempos. Pero esa presencia de la orquesta también dejó el escenario más pequeño y sin mucha emoción y sin coreografías que brillaron y sorprendieron en pasadas ediciones. Solo se vio cantar a los actores en dos ocasiones: una de ellas a cargo de Manuela Vellés y Andrián Lastra y en otra ocasión el propio Dani Rovira, subido a sus tacones rojos y dirigiéndose a Penélope Cruz con La bien pagá. Silvia Pérez Cruz, que se llevó a el Goya a la Mejor Canción, sí subió un poco la temperatura con una canción dedicada los desahucios.
Emotivo estuvo Daniel Gúzman, quien recordó que solo el 8% de los actores viven de su trabajo, una idea que reiteró Emma Suárez.
El presentador se permitió bromear con la mayoría de los nominados, siendo uno de los momentos destacados el beso que se dieron en la boca el propio Rovira y su excompañero de reparto en Ocho apellidos vascos (y en esta gala también nominado) Karra Elejalde. Con Antonio de la Torre (que se fue de vacío) también sacó su vis cómica, ofreciéndole un altavoz para que se liberase y el protagonista de Tarde para la ira aprovechó para gritar Gibraltar español o ironizar con que Trump “habla español en la intimidad”, un gag que quedó un tanto extemporáneo dando paso sin mayor transición al In Memoriam.