Andrés Portero

bilbao - A pesar del contexto festivalero y de la dureza que atesoran sus últimas canciones, PJ Harvey asentó su ya longevo trono de reina del indie en la jornada inaugural del BIME, en el BEC, a la que asistieron algo más de 9.200 personas, con un concierto sin mácula en actitud, repertorio y sonido, apoyada en un grupo sobresaliente. Igualmente emotiva pero más cercana resultó la cita con un Edwyn Collins positivo y resistente a la enfermedad, y arriesgada la de Suede, que interpretó íntegro su último disco con el apoyo de una película antes de arrollar con sus éxitos.

La de PJ Harvey era la cita con mayúsculas de la inauguración de BIME Live 2016? y no decepcionó. La británica, que ha renegado de la guitarra y ahora prefiere el saxofón, aunque en su estreno vasco lo paseó más que tocó, salió a escena con su grupo (hasta 10 personas en escena, todas de negro) como parte de remedo de kalejira militar, en tono de marcha, al ritmo de Chain of keys. Con un sonido nítido, potente y compacto, que siempre reforzó el conjunto en lugar de a instrumentos concretos, solo fue el aperitivo del largo buceo de Harvey por sus dos últimos discos.

Con un sonido con grano, crudo y tan febril y desesperado como las letras de las canciones, Harvey estuvo acompañada por un grupo excelso que tiró de saxo, cítara, violín, teclados y guitarras (sin desdeñar samplers ocasionales, como el del Séptimo de Caballería en The glorious land) y estuvo liderado por John Parish y el antiguo Bad Seeds Mick Harvey. Harvey sonó creíble (y necesaria) y nos removió las entrañas a pesar del contexto, que convirtió en surrealista la interpretación de temas como Dollar, dollar, con los niños de las calles del Tercer Mundo pidiendo limosna entre las risas de los asistentes, bien provistos de katxis de cerveza.

emoción y valentía En las antípodas de planteamiento y sonido apareció en el escenario Antzokia Edwyn Collins. El escocés, líder en los 80 del grupo Orange Juice, salió airoso de un concierto que pintaba mal al principio, cuando le vimos aproximarse con evidentes problemas de movilidad y la ayuda de un bastón, consecuencia de un derrame cerebral sufrido hace una década.

El escocés tuvo que cantar sentado y aunque su garganta, profunda y con timbre a lo Bowie en su juventud, también se ha resentido, salió airoso gracias a un repertorio incuestionable que picó de la actualidad y del pasado.

A la emoción de Collins, algo después en el mismo escenario, le siguió la valentía y la entrega de Suede. Los británicos, reagrupados y en gran forma física y artística, arriesgaron en la primera parte de su recital, en la que desgranaron, íntegro, su último y séptimo disco, Night thoughts. A la empresa, difícil de por sí, se le sumó que el quinteto estuvo escondido tras una pantalla semitransparente en la que se proyectó una película del fotógrafo Roger Sargent. Anoche ya fue el turno de Chemical Brothers, The Divine Comedy y Moderat entre otros.