BILBAO - “Soy un omnívoro cultural”, asegura en esta entrevista Andrés Calamaro, que hoy actúa en Euskalduna Jauregia, en formato de cuarteto tango-jazz, con el pianista Germán Wiedemer al frente, para repasar sus éxitos y su último disco, The Romaphonic Sessions (Warner). “La corrección política es el enemigo natural de los intelectuales y los artistas”, explica el músico argentino.
‘The Romaphonic Sessions’ fue fruto de un ensayo.
-De dos tardes en una habitación aledaña a la sala de grabación, que estaba ocupada. Tomamos mate, nada tóxico, e hicimos un registro de canciones no habituales para unos ensayos previos a un concierto en Donostia.
Muchas grandes canciones surgieron espontáneas, como grababan las orquestas de jazz, Coltrane o los rockeros de los 60.
-Dicen que hay 50 maneras de grabar un disco. Hace 60 años no había muchas más opciones que encontrarse en el estudio y tocar. Hay que reconocer que las posibilidades de las técnicas de grabación también resultaron en discos interesantes, pero no siempre mejorando el sonido, el concepto y el contenido de aquellas grabaciones. Me gusta el jazz de los 50 y no soy oyente frecuente del rock de los 60, pero hay cosas interesantes.
Cantante y compositor. ¿Está igual de cómodo con canciones ajenas?
-Es importante cantar versiones, cotejarse en las canciones escritas por los grandes autores. Es una forma de perfeccionarse y probarse. Hay que desconfiar de quienes únicamente cantan canciones propias.
¿’Paloma’ está a la altura de algunas de sus versiones, de ‘El día que me quieras’ o ‘Milonga de un trovador’?
-Milonga del trovador es una canción peculiar, casi una canción pop, escrita por Piazzola en París. Pero El día que me quieras es un clásico entre los clásicos. Dudo que alguna de mis canciones se le pueda comparar. Gardel fue un gran autor e interprete, un gigante.
¿Cómo elige el repertorio de la gira? Tiene ya tantos discos y canciones, además de posibles versiones...
-Elegimos las que preferimos tocar y con las que nos encontramos mejor. El repertorio debe darnos seguridad para interpretar bien y llevarnos buenas sensaciones del escenario. Y confiamos que el público lo acepte con agrado. Solemos partir de 40 canciones y el ensayo decanta la elección.
¿La gira traslada el sonido del disco con un cuarteto?
-El disco es anecdótico, no una declaración de principios. Grabamos para sumarle armónica y guitarra acústica, pero ahora estamos haciendo otro repertorio y otro sonido. Encontramos un compás propio: bolero y compás. Con armonías enriquecidas por la conciencia de músicos curtidos en el jazz y en el circuito europeo.
¿Qué le aporta el jazz o el tango que antes le ofrecía el rock?
-Soy omnívoro cultural: llevo el rock en la sangre, escucho jazz todos los días y el tango es una liturgia, además de una colección extraordinaria de canciones.
Su discografía remite a Prince, a la libertad absoluta; y a un eclecticismo que impide la catalogación.
-Ya no vivo prisionero del estudio pero gracias por el cumplido. Hace tiempo que renuncié a las sesiones interminables. Mi último periodo así fue hace tres años, y fue lo que podría entenderse como una recaída en el abuso de las mieles del tiempo envuelto en plástico fino.
¿A su bola cuando edita o piensa e el fan y se deja condicionar?
-No hago los discos pensando exclusivamente en el público, pero lo tengo en cuenta. Para un argentino, o un migrante, la necesidad de ganarse la vida es importante. No podemos darnos el lujo de aparentar un género o reflejar una tendencia porque tenemos que sobrevivir. Entiendo la mecánica alternativa, pero crecí con la urgencia de vivir por libre.
Loquillo siempre le reivindica, junto a Bunbury y Jaime Urrutia. Dice que faltan talento y agallas, y que sobra pose en el rock en castellano.
-Soy un espíritu sedentario en una piel nómada, esperando convertirme en calabaza y seguir viajando. Mientras puedo respiro profundo el oxígeno de una vida austera y cultural. El público también tiene que poner agallas y no ir a la deriva de la música ligera.
Vive con la polémica. ¿Es el precio del rockero y el del no silencio?
-La gente está acostumbrada a escuchar aquello con lo que está de acuerdo, les falta curtirse el cuero, reconocer la importancia de la fricción. Supongo que el estallido tecnológico tiene este tipo de consecuencias. No seré un artista de la demagogia.
Iba de kamikaze y se le idolatraba; ahora que vive una vida de “persona normal” le caen de todos los lados.
-La corrección política es el enemigo natural de los intelectuales y los artistas. Sin internet no existiría este escarnio tibio, ni la ecología masoquista de los animalistas radicales, ni esta revolución frívola y aparente que abraza causas cómodas.
¿Puede usted llevar una vida normal en el sentido tradicional?
-Cuando puedo. Cuando me llama la carretera y transito aeropuertos con frecuencia, resigno a mi pura vida, a despertarme para leer novelas, escribir, escuchar discos y comprar el periódico y buenos alimentos. Al vivir por vivir.
¿Le sigue apeteciendo la carretera?
-Vivo de la música y no tengo suficientes ahorros para consagrarme a la lectura de novelas francesas o permanecer frente al mar. Además, me gusta ensayar y tengo ilusión y paciencia para creer que puedo encontrar buenas sensaciones en el escenario. No necesito el aplauso pero nunca es buen momento para pensar en una jubilación prematura. Me mantiene activo creer que el próximo concierto puede ser el mejor.