Una vida puede albergar muchas vidas. Tras repasar la de Xabier Amuriza, la frase cobra sentido. Nació el 3 de mayo de 1941, en el caserío Torreburu, sito en el barrio Etxano (Amorebieta-Etxano), y no soltó una palabra hasta la tercera primavera. Lo hizo, cómo no, recitando versos de Xenpelar. Su madre respiró tranquila pero él no. A los siete años improvisó por primera vez, sobre la barra de un bar y azuzado por su padre, y a partir de ahí fue requerido en banquetes y homenajes. Él se escondía cada vez que llegaba el postre.

A los 11 años se fue (o le llevaron) a los Carmelitas de Zornotza y más tarde al seminario de Derio. Salió con 24 años, concienciado y respondón. En 1965 fue ordenado sacerdote y, junto con Joxe Alkiza y Abel Muniategi, fue pionero en eso de cantar con sotana, pero su prédica fue más allá del Evangelio y exploró límites más peligrosos, que rayaban lo político y lo social. Las injusticias no le dejaban dormir. Junto con otros curas formó el grupo Gogor y una huelga de hambre les condujo a la trena. El franquismo no estaba para bromas. Aunque Amuriza ya conocía el frío de los calabozos (había sido detenido antes), esa segunda vez fue condenado a seis años de prisión. La cárcel de Zamora no mitigó sus ansias de libertad y su compromiso con el euskera y con Euskal Herria. Además, aprovechó el tiempo para estudiar euskera, para analizar los misterios del bertsolarismo (expuestos, sobre todo, en Hitzaren kirol nazionala, Hiztegi errimatua y en Bizkaieraz bertsotan) y para aventurarse en la poesía (Menditik mundura) y en la narrativa (Hil ala bizi).

Fue párroco en Gizaburuaga y Amoroto, donde se hizo muy popular, sobre todo entre los jóvenes que se enfrentaban a la represión de la dictadura. En 1976 dejó la sotana y se estrenó de civil, dispuesto a cambiar las reglas del bertsolarismo tradicional. Con él, la vieja tradición amplió su imaginario y su lenguaje, además de su propio horizonte. Amuriza es uno de los pilares de la renovación de esta disciplina ancestral. Sus ideas y sus modos provocaron también polémicas que se han diluido con el tiempo, pero que en los 70 y en los 80 se vivieron con mucha intensidad en los ambientes euskaltzales: ¿euskaldun berris en el bertsolarismo? ¿Mujeres en la plaza? ¿Un discurso más culto? ¿Nuevas rimas?

Ganó los campeonatos de Euskal Herria de 1980 y 1982. De su mano surgieron también las primeras escuelas de bertsolaris (bertso-eskolak), que también se miraron con recelo desde los círculos más cerriles, donde se defendía ese don innato que se les suponía a los bertsolaris. Ante ellos, Amuriza demostró que el bertsolari nace, pero también que se hace.

Conoció la cárcel una vez más, mientras militaba en Herri Batasuna, y colaboró como articulista en varios medios de comunicación. También es autor de infinidad de melodías y letras.

Sus libros sobre el euskera han denunciado las carencias de nuestro idioma y han mostrado también sus virtudes. Amuriza lleva años exigiendo un renacimiento del euskara unificado, para que pueda adaptarse a los tiempos y ser una herramienta “competitiva y precisa”. Dos de sus trabajos ahondan en esta parcela: Euskara batuaren bigarren jaiotza (2010, Lanku) y Zazpi ebidentzia birjaiotzarako (2012).

Ahora, vive volcado en la narrativa. En 2007 prometió 7 volúmenes, siguiendo la estela de Proust y recordando su À la recherche du temps perdu, y de estos ha publicado ya cuatro, mientras anuncia un quinto tomo para este año. El 19 de mayo ofrecerá un adelanto de este trabajo en la Biblioteca de Bidebarrieta. Ni una operación de faringe ha podido con la voz poderosa de este pionero, que se retira de las plazas tras predicar con el ejemplo durante más de 52 años.