en la noche del pasado sábado, La 1 realizó un ingente esfuerzo profesional para llevar a los televisores la 30ª edición de los Goya, en una noche cargada de glamour, gente guapa a carros y desfiles de trajes, vestidos y galas en intento frustrado de imitar la venidera apoteosis de los Oscar. Seguí parte de la gala y no aguanté más allá de una hora larga, cansado de tanto Rovira, no especialmente inspirado y con recursos conocidos y desgastados. Habrá que ir pensando en recambio y por qué no, en Karra, posible anfitrión cargado de explosiva presencia y alternativa a la formalidad acartonada de lo políticamente correcto actual. La gran sorpresa fue la presencia de variados políticos en las butacas de la sala, en un momento de intensas negociaciones entre los cuatro partidos aspirantes a tocar pelo en el reparto del poder. Pablo Iglesias, Alberto Rovira y Pedro Sánchez, amén del ministro del ramo y el animoso líder de los restos de IU, que se presentaron en la gala sin temor ni temblor, cuando las relaciones entre políticos y mundo del cine no han sido muy animosas en los últimos tiempos. Flipado me quedé cuando las cámaras enfocaron a los tres líderes y nos dieron brevemente la imagen de un Iglesias enfundado en traje de ceremonia y portando breve pajarita mostrando cierta timidez mediática. Me vino a la cabeza lo de mona que se viste de seda, mona se queda, y lo mismo le ocurrió al nuevo líder de la izquierda a la que el traje de gala le sentaba como a un cristo dos pistolas, traicionando sus esencias de clase, por mucho que algunos quisieron ver descaro y burla con el prestado traje, más disfraz que traje, ya que la vestimenta elegida por Iglesias la frecuentan la derechona y burguesa y no líder garibaldino moderno. No me lo esperaba en un tío con dos bemoles capaz de presentarse ante el Rey, vestido de vaqueros, camisa y coleta.