la campaña que está a punto de finalizar se ha caracterizado por la presencia ineludible de la tele y la proliferación de debates en busca de los numerosos indecisos. Como por ensalmo, los estados mayores de los partidos han descubierto el valor mediático de los debates, y cuando antes los despreciaban, evitaban y esquivaban, ahora se apuntan a un bombardeo y exigen formatos de su personal querencia.

Y en tal coyuntura, hemos asistido en la noche del pasado lunes a un cara a cara entre el candidato del Partido Popular y el del PSOE, que durante más de cien minutos escenificaron un producto con escasos momentos de oro y reiteración de argumentos, acusaciones, denuncias con reproches al borde de la agresión, y repetición de “mentira, mentira, mentira”, porque al parecer ambos candidatos mienten, tergiversan y manipulan con descaro y ante las cámaras de la Academia de la Televisión, que nos ofreció una realización plana, usual, con aromas de mediático alcanfor.

Manuel Campo Vidal, en otro tiempo referencia de buen hacer y pluralismo, ofreció una interpretación acartonada y seca, con momentos de duda sobre su papel en semejante cambalache. Solamente se calentó el debate, cuando el socialista sacudió estopa a Rajoy con la acusación de “corrupto” haciendo saltar al gallego como tigre escaldado y convirtiendo el plató en campo de duelo dialéctico con dos hijosdalgo defendiendo honor y honra al hispano modo. Uno, acuchillador del contrario y el otro, a punto de solicitar duelo a espada florentina.

Y entre desangelados gráficos, abundante batería de recursos dialécticos sabidos, saltos al cuello de Sánchez que quería ganar sí o sí, pasaron largos minutos que dudo sirvan para decantar voto. En el tramo final del debate, reconozco que me quedé profundamente dormido. Cosas de la edad o del aburrimiento.