Cuando un artista quiere exponer en esta ciudad con cierta dignidad, lo tiene complicado: no hay espacios adecuados para ello. Ni públicos ni privados. La semana pasada hablábamos, por ejemplo, de una sala de exposiciones situada en el sótano de la librería Zuloa. Un espacio que ahora lleva una programación mucho más relajada que hace años. Pues llevar una programación expositiva requiere su tiempo y dedicación. Hace unos meses Gorka y Txintxu, sus propietarios, declaraban lo siguiente: “La crisis en Vitoria, a nivel cultural, ha supuesto un bajón importante. Nosotros hemos seguido con nuestro criterio, dando oportunidad a gente con propuestas un poco distintas, a artistas alaveses... tenemos un espacio que no es alternativo pero que sí está fuera de lo comercial. Apoyar eso nos gusta. Tal vez en los últimos años ha tomado más relieve porque es que ya no quedan espacios en Gasteiz. Cada vez nos viene más gente diciendo que quiere exponer. Pero nosotros llegamos a donde llegamos, hasta donde podemos. Ante el parón del resto, nos piden, pero...”. Y continuaban afirmando que desde Zuloa se percibe “la constatación de la realidad: no hay salas. Lo privado ha cerrado, lo público está como está. Nosotros, pues bueno, tenemos una librería que tiene un espacio, pero en todo caso es triste que sea así en un ciudad como ésta”.

Por otra parte la única galería privada dedicada al arte contemporáneo con sede en Gasteiz como es Trayecto lleva tiempo sin realizar ninguna actividad. Queda claro, por lo tanto, que nuestra ciudad es de las pocas capitales españolas, europeas, que carecen de galerías de arte dedicadas a la venta de arte contemporáneo. Cuestión ésta que pone en evidencia varias realidades: por una parte que los artistas visuales en esta ciudad carecen de espacios para exponer y vender su obra; por otra, el escaso interés de los vitorianos por la compra de arte; y, finalmente, la desidia institucional en la búsqueda de soluciones a estas problemáticas. Recordemos que las normativas locales tratan a las galerías de arte como si fueran tiendas de muebles olvidando que también realizan una labor cultural. Mas tampoco se realiza desde lo público ninguna actuación con el fin de concienciar a la ciudadanía de que de igual modo que es interesante adquirir libros, entradas de cine, conciertos o teatro también la compra de arte es una buena manera de participar en el hecho cultural. Y, además, está al alcance de muchos bolsillos pues hoy en día adquirir una obra de pequeño formato de un autor cercano tiene un coste similar a la adquisición de un pantalón vaquero.

Siempre es sorprendente ver cómo las instituciones ponen en marcha bonos culturales para compra de libros, cómics, entradas a conciertos y, en cambio, siempre se olvidan de las artes visuales. Quizá porque desde esas esferas se entiende que la adquisición de arte es algo elitista y lujoso. Y eso no es así. En otros países no es así: en Europa y Norteamérica la clase media compra arte.