lisboa - Portugal se vistió de luto ayer por la muerte de su cineasta más internacional, Manoel de Oliveira, cuya desaparición a los 106 años de edad en su Oporto natal deja un vacío en el séptimo arte de culto. El fallecimiento de De Oliveira, el director de cine en activo más veterano del mundo, provocó una cascada de reacciones en el país, que perdió a uno de sus principales referentes culturales de los últimos 50 años.
El jefe del Estado, Aníbal Cavaco Silva, el Gobierno, partidos políticos, colegas de profesión y medios de comunicación rindieron un tributo a la figura cultural más icónica del país desde que falleciese José Saramago, en 2010. El Ayuntamiento de Oporto, ciudad en la que nació y donde residía, declaró tres días de luto por la muerte de su hijo predilecto, mientras que el Ejecutivo, dos a nivel nacional. “Portugal ha perdido a uno de los mayores exponentes de su cultura contemporánea y que mucho contribuyó al reconocimiento internacional del país”, aseveró Cavaco Silva. El primer ministro, Pedro Passos Coelho, destacó la influencia que tendrá en las nuevas generaciones de “realizadores, actores y productores”.
A pesar de ser un autor de minorías que tuvo más reconocimiento fuera de Portugal, De Oliveira se ganó la admiración de los circuitos intelectuales de Europa y Brasil y de los principales festivales. Cintas como Francisca (1981), El Convento (1995) o Viaje al principio del mundo (1997), La Divina Comedia (1991), No, o la vana gloria de mandar (1990) y Una película hablada (2003) son algunas de sus emblemáticas obras, muchas de ellas producidas por Paulo Branco. Su estilo a contracorriente -usaba planos cuidados y lentos en un intento de establecer una armonía entre la palabra y la imagen- atrajo a famosos actores como John Malkovich, Catherine Deneuve, Marcello Mastroianni, Marisa Paredes o Pilar López de Ayala. Los grandes festivales le premiaron con el León de Oro de Venecia (1985) y galardones en Cannes (2008) o Berlín (2009), entre otros. El cineasta, que durante su juventud destacó como deportista y como piloto de carreras, se mantuvo hasta los últimos meses de vida en activo con cintas como O Velho do Restelo (El Viejo de Belén), lanzada a finales del pasado año. “Mi mejor regalo de cumpleaños es seguir haciendo películas”, repetía cada año desde que su edad comenzó a sumar tres dígitos. Desde entonces (2008), logró filmar casi una obra por ejercicio.
humanismo cristiano Iniciado en el cine mudo, con el documental Douro, Faina Fluvial (1931), su heterogénea y vasta obra supone una continua reflexión sobre el cine del siglo XX y muestra una sensibilidad especial para adaptar obras de escritores y poetas lusos, como Eça de Queiroz (1845-1900) o el Padre António Vieira (1608-1697). Su última pieza, O Velho do Restelo, es ejemplo de ese afán de condensar en una pantalla la profundidad de las obras literarias. En este mediometraje interpreta los textos de los clásicos Luís de Camões y Miguel de Cervantes y de Teixeira de Pascoaes y Camilo Castelo Branco. “Hoy las personas van a ver películas cada vez con menos atención”, se lamentaba en una entrevista en Cahiers du Cinéma. El público “solo se interesa por los efectos especiales y en los efectos sonoros espectaculares. La proyección ya no es suficiente. La creencia en el cine está muy rebajada”, analizaba.
Influenciado por el español Luis Buñuel, el danés Carl Theodor Dreyer y Charles Chaplin, el cineasta se reconocía en el humanismo cristiano y abordada, sin tapujos, la inevitabilidad de muerte. “Todos mis filmes muestran que, de hecho, todos los hombres entran en agonía en el momento en el que llegan al mundo -dijo en una entrevista en la década de los noventa-. Soy un gran luchador contra la muerte (...) Pero la muerte acaba por llegar”.