Vitoria - De una conversación casual, según recuerda el propio Gustavo Adolfo Almarcha, nació el proyecto. A pesar de que su obra está en colecciones públicas y ha sido expuesta en lugares gestionados por las administraciones o editada en catálogos apoyados por ellas, jamás el artista nacido en Miranda de Ebro, aunque residente en Gasteiz desde hace décadas, había mostrado su obra de manera individual en un espacio dependiente de una institución. Hasta ahora, claro. Porque mañana se inaugura en el centro cultural Montehermoso una retrospectiva que no es tal bajo el título Hard.
La palabra (duro en castellano) no está seleccionada al azar. De hecho, tiene doble significado, como explica el comisario de este recorrido por la producción de Almarcha entre principios de los 80 hasta la actualidad, Iñaki Larrimbe. Hace referencia, por supuesto, a la forma de hacer y entender sus piezas por parte del creador, aquellas sensaciones y emociones que trasmite a través de sus pinturas y dibujos. Pero también quiere incidir en la situación por la que atraviesa la cultura alavesa.
“En los últimos años nos encontramos ante el abandono institucional con respecto a la cultura que promueve e incita el pensamiento”, según el también artista vitoriano, lo que se traduce en una “situación dura” que hace que sea “muy complicado trabajar así”. De hecho, Larrimbe pone como ejemplo la propia situación de Montehermoso, un centro casi sin recursos que se traduce en dos situaciones palpables en este arranque de 2015. Primera, que el espacio sólo va a contar con dos exposiciones más a lo largo de los próximos meses. Segunda, relacionada con Hard, que ni Almarcha ni el comisario van a poder cobrar por el trabajo realizado.
“Los artistas estamos tirados, absolutamente desamparados. Los cocineros son los que están bien”, dice con una sonrisa el propio Almarcha, cuya labor en la muestra que estará abierta hasta el 1 de marzo no termina con la inauguración de mañana. En uno de los espacios del recorrido que plantea la muestra, el autor va a pintar cada semana un dibujo nuevo, una intervención en la pared alumbrada por un proyector, queriendo así reivindicar la figura del pintor frente al actual concepto de artista multidisciplinar.
Pero esa intervención se encuentra al final de la exposición, es el broche. El inicio lo marca un retrato realizado por Alejandro Almarcha, el padre de Gustavo, hace décadas, en las que enseña a su hijo adolescente posando con un par de marionetas en las manos. Entre medio, Larrimbe estructura una mirada a la producción del creador sin orden cronológico ni tesis temática. “El hilo conductor, si es que hay uno, es que su obra no es amable”.
De hecho, aquellos que a lo largo de las exposiciones realizadas por Almarcha en estas décadas se hayan asomado a sus propuestas se encontrarán con lenguajes conocidos, aunque el comisario haya querido jugar también con el ojo más acostumbrado a las pinturas del artista rompiendo dípticos, alterando composiciones. Gritos, tristezas, dudas, furias, vísceras, mutilaciones... animales pero sobre todo seres humanos (en algunos casos, personas conocidas del sector cultural) se reúnen en las paredes de Montehermoso tras un proceloso proceso de revisión, selección y montaje.