pamplona - Llega la prueba de fuego. Los preliminares fueron bien. Las críticas de los expertos y los comentarios del público que asistió al último Festival de Cine de San Sebastián repartieron elogios, levantando la mejor y más cómoda rampa de lanzamiento. Después, la película ha pasado por prestigiosos festivales internacionales de Zurich, Londres, Corea del Sur y Tokio, donde las actrices protagonistas compartieron premio. La cosa no podía haber empezado mejor para Loreak, el segundo largometraje que firman Jose Mari Goenaga y Jon Garaño después de 80 Egunean, que tampoco pasó desapercibido. Ahora, a ver qué ocurre desde mañana, cuando la película se instalará en las salas para recibir a los espectadores. Sin ocultar el miedo que la compleja situación de la exhibición cinematográfica les genera, ambos realizadores prefieren agarrarse al optimismo y mostrarse “esperanzados” y dejar que esta historia intimista con el recuerdo y el olvido como ejes temáticos centrales se busque la vida con el público. Confían en ella.

“Sabemos que no es un pelotazo como Ocho apellidos vascos, pero sí creemos que puede conectar con un público amplio y variado porque habla de sentimientos”, indica Goenaga, que reconoce que la historia no es un fast-food, sino que exige una cierta reflexión. A los directores les gustaría que el público se la llevara a casa, que la pensara y que incluso generara debate. En ese sentido, esta es una película que no se esfuma nada más cruzar la puerta del cine, sino que se impregna en el cerebro durante un tiempo. Y que nadie piense que esta es un cinta solo para mujeres, advierte el productor, Xabier Berzosa (Irusoin). “Nos hemos llevado un montón de sorpresas, tras los pases en el Zinemaldi nos venían muchos hombres a comentarnos que les había gustado mucho”, cuenta.

Loreak empieza con Ane, una mujer joven de apariencia triste que un jueves recibe en casa un ramo de flores sin remitente. Y otro al jueves siguiente. Y así durante semanas. La irrupción de este elemento da un vuelco a su vida. El obsequio no procede de su marido ni de su entorno más cercano, así que es un misterio aparentemente inocuo que consigue hacerle sonreír. La vida de Lourdes y Tere también se ve afectada por unas flores. Un desconocido deposita semanalmente un ramo en el lugar en que una persona muy importante para ellas falleció en accidente. Así, esta es la historia de tres mujeres, tres vidas alteradas por la mera presencia de unos ramos de flores y más conectadas de lo que creen. Flores que harán brotar en ellas sentimientos que parecían olvidados... En torno a este núcleo central, la película aborda muchos otros temas, “es muy poliédrica”, indica Goenaga, que, a la vez, subraya cómo todos los asuntos convergen en uno: el conflicto entre el recuerdo y el olvido. Uno de los personajes apuesta por preservar los recuerdos; otro cree que olvidar será la mejor cura para las heridas, y el tercero no tiene mucho que olvidar ni recordar, pero se encuentra perdido en la vida. “Todo esto está contando en clave intimista, la historia no tiene un trasfondo político o social”, pero, a juicio de Goenaga, sí que se puede extrapolar “a lo que ocurre en nuestra sociedad”, donde la confrontación entre los que quieren olvidar y los que defienden que hay que recordar “está al orden del día”. De hecho, en el primer montaje, el largometraje duraba 2 horas y 20 minutos porque se había introducido una trama con la aparición de una fosa con restos de fusilados durante la Guerra Civil en la obra en la que trabajan varios de los personajes. Sin embargo, “al final la quitamos porque nos pareció que dispersaba mucho la atención de lo importante y rompía el ritmo”, añade el director.

en euskera Loreak se rodó íntegramente en euskera y en la mayoría de las salas del Estado se estrenará en versión original con subtítulos en castellano. “Aunque también saldrán algunas copias dobladas”, dice Goenaga con una cierta mueca en el rostro. Para él y para Garaño dar ese paso ha sido raro, pero entienden que puede mejorar las posibilidades de distribución de la película y su duración en las carteleras. Pero no pasa nada, ellos siguen trabajando en euskera porque es lo que les resulta más natural y “en festivales internacionales no les importa si es en un idioma u otro, porque todo se pasa en original”. Además, sacar fuera el euskera es una forma de visibilizarlo y de explicar su historia y su situación actual. Ya les tocó hacerlo con 80 Egunean, cuando “hasta hubo gente que nos preguntaba si es que habíamos recuperado una lengua muerta para hacer la película”. En ese sentido, que el cine en euskera recorra el mundo es, sin duda, una buena noticia para demostrar que la lengua y la cultura vascas están vivas.

Jon Garaño y Jose Mari Goenaga llevan 14 años impulsando sus proyectos desde Moriarti, su productora. Normalmente realizan cortometrajes en solitario, pero los dos largos que han firmado hasta la fecha los han dirigido juntos. “Y no es fácil”, admite Garaño, que añade: “Con 80 Egunean discutíamos y nos peleábamos mucho, pero hemos mejorado, seguimos discutiendo, pero de otra manera”. “Llevamos 14 años juntos y a veces nos comportamos como un matrimonio o una familia, y hemos llegado a la conclusión de que casi siempre discutimos por cosas que no tienen mucha importancia; supongo que es un mecanismo para soltar presión”. Goenaga cree que codirigir “tiene sus ventajas”. “Al principio te puede parecer que tu sello autoral se va a diluir, pero en todo este tiempo hemos establecido una sinergia y unas dinámicas que han generado un sello colectivo”, termina.