bilbao - “Me he traído el ordenador a Bilbao. No aguanto el calor de Madrid, cada vez me parece una ciudad más inhabitable”. Pedro Olea (Bilbao, 1938) sigue muy vinculado a la parte vieja de la capital vizcaina (la familia de su madre regentaba el restaurante Retolaza) y cada vez que puede regresa al Casco Viejo bilbaino para pasar largas temporadas. A sus 75 años, muestra una vitalidad y una energía desbordantes que le permite seguir preparando nuevos proyectos, entre los que se encuentran dos series de televisión y algún largometraje, aunque es consciente de que estos le costará sacarlos adelante debido a la mala situación que atraviesa el sector del cine. Y, sobre todo, en los últimos meses se dedica a recoger muchos premios, entre los que se encuentra el de cine vasco que recibirá el próximo día 22 en el Teatro Victoria Eugenia de Donostia, en el Zinemaldia, de manos de su amigo Imanol Uribe.

No para de recoger premios...

-Es gracioso, estoy haciendo una gira como si fuera un estrella de rock. Está siendo una época maravillosa, a finales de año me llamaron de Canadá y me ofrecieron ser jurado del festival de Montreal. En primavera me dieron el gran premio del Festival de Ourense, luego la Academia de Cine ha proyectado un ciclo de mis películas, y ahora en solo dos semanas, me han dado el premio de cine de autor de Lugo, el de toda una vida en Astorga... A este tipo de premios los llamo premios de jubilación, ja, ja, ja. Yo no quiero jubilarme; no quiero ser como Manuel Oliveira que con más de 100 años hace una película al año, pero sí como esos de ochenta y tantos años que dirigen una de vez en cuando. Como decía Buñuel, lo importante para hacer cine es la salud.

Y el día 22, el Zinemaldia le otorgará el premio Zinemira.

-Para mí es el premio gordo, es el premio de cine vasco, que me lo dan en el año justo. Es un año muy especial, yo fui de los que empezó con lo que se llamaba cine vasco, y me lo dan en una edición en la que en todas las secciones hay películas vascas. A concurso compite una cinta en euskera, Loreak, de Jon Garaño y José Mari Goenaga, de los autores de 80 egunean, que a mí me deslumbró. ¡Y mira que era difícil sacar adelante ese tema! A mí me lo dan y no me hubiera atrevido. Espero que Loreak gane un premio. Está también fuera de concurso la película de Pablo Malo sobre Lasa y Zabala, y la de Borja Cobeaga, Negociador, que se proyectará a continuación de la entrega de mi premio. Es la edición con mayor presencia vasca.

A lo largo de estos años, ha participado en todas las secciones del Festival de Donostia.

-Sí, tres veces en la sección oficial con Tormento, Pim, pam, pum... ¡fuego! y Un hombre llamado flor de otoño, que supuso la primera Concha de Plata para Pepe Sacristán. Inauguré oficialmente el festival con El maestro de esgrima (1992) y he sido miembro del jurado. Ya tenía el premio de toda una vida del festival, pero el de cine vasco me apetecía mucho. Y como dice su director, José Luis Rebordinos, ya era hora de que me lo diesen.

Estará como en su casa...

-Es mi festival. Recuerdo que aita y ama me daban permiso de chaval para quedarme en casa de una familiar, que era locutora de Radio San Sebastián, y así podía asistir a las proyecciones de las películas. Incluso llegué a colarme en la habitación de Hitchcock en el María Cristina.

¿Llegó a conocer a Hitchcock?

-Personalmente no, pero conseguí una dedicatoria suya. Me colé en el hotel y llamé a su habitación. Por supuesto, no me abrió él, me abrió su secretaria. Con mi inglés de indio le pedí un autógrafo. Todavía lo tengo en mi despacho enmarcado.

¿Ya entonces había decidido que quería dedicarse al cine?

-Todavía no, pero cuando estudiaba Económicas empecé a hacer cine universitario. Fue entonces cuando me di cuenta de que era mi auténtica vocación. Cogí una botella de whisky, me agarré una borrachera tremenda y me planté en casa y solté esa frase tan cursi de que prefería barrer un plató que ser el mejor economista del mundo. Mis aitas se preocuparon mucho, pensaron que me pasaba algo. Les hice la promesa de que si aprobaba el ingreso en la Academia de Cine, que era casi imposible, estudiaría Económicas por la mañana y Cine por la tarde. Aprobé pero, por supuesto, no pasé por Económicas más que cuando había manifestaciones contra Franco y había que correr delante de los grises.

¿Qué recuerda de esa época?

-Recuerdo aquel primer trabajo que grabé en la universidad en súper 8. Un crítico dijo que “había balbuceos de buen cine! Ja, ja, ja... En realidad, era muy pedante, empezaba con una cita de Kant: Soñé que la vida era bella y al despertar vi que era un deber. Hacía cine de aficionado, me iba a Biarritz, sacaba fotos de las cosas prohibidas, compraba revistas de cine francesas, que en alguna ocasión las requisó la Policía española porque aparecía alguna actriz desnuda. Recuerdo la grabación que hice de Serrat del tema La, la, la (1968), cuando dio la espantada en Eurovisión porque el régimen franquista no le permitió cantar en catalán. TVE quemó la cinta, pero yo robé una copia. Hace poco, se la entregué a la Filmoteca Española. Fue una época difícil porque tuve que lidiar con el franquismo, pero muy apasionante.

¿Cómo llevaba el tema de la censura?

-Como todos los cineastas en aquel tiempo. La censura era terrible. Trabajé en televisión antes de hacer cine, y tuve que enfrentarme a Fraga Iribarne con todo lo que hacía, aunque la 2 era algo más aperturista. A mi primera película, Días de viejo color, la gente la llamaba Polvos de cierto color. Nos cortaron casi todo.

También estuvieron a punto de prohibir su tercer largometraje El bosque del lobo (1970).

-Pues sí, pero no lo consiguieron. A Carrero Blanco le llegó noticias de que la película era una visión de la España negra y me pidió una copia. Se rasgó el uniforme y la quiso retirar, dijo que se mezclaba la religión con la superstición de una manera lamentable. Pero el Festival de Valladolid, que entonces se llamaba Festival de Cine Religioso y de Valores Humanos, me dio un premio. Y Carrero Blanco se la tuvo que tragar.

Años después decidió regresar a Bilbao dispuesto a participar en el “nuevo cine vasco”.

-Había muerto Franco, había Gobierno vasco y había posibilidad de hacer cine buen cine porque se apoyaban y se subvencionaban los proyectos. Tenía un contrato con Frade para producir un filme por año, pero yo quería acercarme al mito de las brujas imitando lo que había hecho con el hombre lobo en El bosque del lobo. Estudié euskera, me documenté a conciencia, mantuve entrevistas y consulté la obra de especialistas en el tema como Julio Caro Baroja. El proyecto me llevó cinco años, pero así surgió Akelarre.

Parece que tiene fascinación por las películas de terror.

-Cuando era muy crío, iba a pasar los veranos con mis hermanos a un caserío que había entre Berriotua y Ondarroa. Recuerdo que un primo nuestro, paralítico, nos juntaba alrededor del fuego y nos contaba historias de crímenes y brujas. En este sentido, siempre me han interesado los orígenes de una leyenda y géneros como los de terror o cine fantástico.

Después rodaría en Euskadi Bandera negra y ¿luego? ¿Qué ocurrió para que se enfadara tanto?

-Presenté un proyecto para rodar Presentimiento, con Concha Velasco, basada en el crimen de Beizama, y el Gobierno vasco se negó. Pero no fue tanto por la negativa, sino porque un señor que se encargaba entonces de cine y que no sabía nada de este sector adujo que mi película daba una imagen negativa de Euskadi. Me enfadé y me largué.

¿Y como venganza hizo ‘El día que nací yo’ con Isabel Pantoja?

-Ja, ja, ja... Fue mi pataleta. Víctor Manuel me ofreció producirla y acepté. Pero era una película progresista porque al novio de la Pantoja lo terminan fusilando. No funcionó demasiado bien porque la gente quería que Pantoja cantara más.

¿Cómo ve la situación del cine en la actualidad?

-Difícil, muy difícil. En realidad, yo estoy trabajando para tener trabajo. Tengo proyectos de cine, pero está todo muy complicado, la cultura no interesa a nadie, los IVA suben y la profesión apenas existe. Tengo varias propuestas, pero me tienen que gustar, siempre he hecho lo que me interesa. Y si no me sale algo que me guste, me refugiaré en el teatro.