Vitoria - Nació en Madrid pero lleva en Gasteiz desde hace más de 30 años, un escenario urbano desde el que José Cos mantiene intacta su relación con la práctica artística pero también su inquietud por compartir, colaborar o participar.

Escultura, vídeo, pintura, escritura, fotografía... ¿Salen del mismo alma o son artistas diferentes?

-Es el mismo alma, aunque haya expresiones distintas. Quizá es la búsqueda de lo mismo en todas las cuestiones. Siempre estoy buscando y cualquier cosa me engancha. No pretendo ser nada, sólo hay algo que me atrae y me meto ahí. Soy consciente de que de lo que más sé es de escultura, además en madera. Pero hago vídeo y en realidad no tengo ni idea. Igual con la fotografía o... pero con cualquier cosa que aprendo, ya me vale.

Y hay otra faceta que es la educativa. ¿Complicado enseñar lo que uno vive de manera natural, transmitir el hecho creativo?

-Eso siempre he creído que lo hacía más o menos bien (risas). El haber sido maestro de EGB me ha ayudado mucho. Así que creo que eso, por lo menos, lo tengo ordenado, aunque vivo las cosas de manera tan intensa que es posible que haya querido influenciar demasiado.

Ahora está en un proceso de, por así decirlo, desenganche de esa faceta pedagógica.

-Bueno, de esa y de otras cosas. La clase, el género, la procedencia, la raza y la edad son elementos muy determinantes. Y ahora la edad para mí es un elemento de profunda reflexión.

¿Pero va a echar mucho de menos dar clase?

-Pues no (risas). Hay muchas maneras de contar lo que uno quiere. Eso ha sido un periodo en el que me lo he pasado muy bien pero echo en falta poder hacer mis cosas. Ahora me voy a dedicar a trabajar de verdad.

¿Ha pensado cuánta gente ha pasado por ese taller de escultura madera en Artes y Oficios?

-Mucha, pero no sé. Algunos años he tenido hasta 120 alumnos, aunque también ha habido mucha gente que ha repetido. Claro, han sido casi 30 años.

Se está marchando poco a poco de una Escuela de Artes y Oficios que cumple ahora 240 años pero que está en un momento delicado.

-Bueno, la escuela me ha pedido que me implicase en los 240 años y en ello estoy. Hemos conseguido ya que el Ayuntamiento declare el centro como Patrimonio Inmaterial de la ciudad, igual que las Juntas Generales, y hemos presentando alguna cuestión en el Parlamento Vasco, donde llevaremos más iniciativas. Pero hay que hacer otro tipo de planteamiento. La escuela siempre ha tenido problemas. Ahora la reivindicación esencial que se tiene que hacer es la de diversificar su sostén económico y ahí el Gobierno Vasco tiene que participar.

¿Es una escuela con futuro?

-Después de 240 años, tiene mucho pasado, un presente y podría tener perfectamente futuro. Cuando se quitaron los oficios y se montó Ignacio Ellacuría, conseguimos que la escuela tuviese futuro y sin embargo nadie daba un duro por nosotros en aquel momento. De hecho, echaron a cantidad de profesores. Hoy, Artes y Oficios tiene entre 800 y 900 alumnos y por lo tanto tiene futuro. Lo tiene como estructura intermedia entre el ocio que plantea el Ayuntamiento en sus centros cívicos y lo reglado que nunca termina de llegar a Vitoria o tiene una expresión muy relativa en el centro de artes aplicadas. Ahí tiene un papel muy importante unido a la educación de adultos. El ser humano está siempre aprendiendo y la escuela tiene que estar ahí. Mira en Artium, cómo ha quedado el departamento de Educación. La escuela no puede entrar a hacer esa labor, pero sí colaborar. ¿Por qué tenemos centros de arte en la ciudad que son completamente desconocidos porque no tienen relación con ella? Y ahí incluso incluyo al propio Artium. La escuela, si es algo, es terriblemente popular, pues es ahí donde puede actuar. Luego ya buscaremos las élites. Se puede hacer, aunque sea algo que no están haciendo las instituciones. Llevan años escondiendo la cabeza bajo el ala sobre cuál es proyecto estratégico-cultural para la ciudad.

Y ahí está la crisis, que golpea a todos de manera fuerte, también, y de manera especial, a la cultura.

-Por desgracia así es. Es un desastre lo que ha ocurrido. Desde las desaparecidas Amáricas, desde el desaparecido Montehermoso, que fue genial lo que ocurrió allí... por no hablar de Krea. Es que la cultura, cuando se mercantiliza, que es lo que está ocurriendo, se convierte en un problema. Ahora cogemos el dinero y nos vamos a Donostia para la Capitalidad Europea de la Cultura. Mira, yo propondría hacer de Vitoria el sitio donde la cultura puede ser participada o capital de la participación en la cultura.

Decía antes que está buscando. ¿El qué? Lo digo porque en los últimos años sí ha estado centrado en las cuestiones de género.

-Estoy trabajando mucho en eso. De hecho, en los últimos años, casi sólo en eso, pero no desde la perspectiva de mujer, sino con la mirada de los hombres. Nosotros también sufrimos de eso que se llama género, también estamos sexuados, lo que pasa es que no nos planteamos esas cuestiones. Las mujeres son ellas las que se tienen que interrogar a sí mismas. Nosotros, lo único que podemos hacer ahí es aprender, pero sin invadir su espacio. Lo que nos sucede a nosotros es que no tenemos estructuras. De hecho, lo último que estoy realizando es una historia sobre las hermanas de Ícaro, que en realidad no las tuvo. Yo las quiero poner ahí, en la historia de los prototipos, de los esquemas culturales que tenemos, al mismo tiempo que reflexiono sobre nosotros.

Es ésta una preocupación que no sé si detecta en otros artistas que son hombres.

-No, pero bueno, eso ocurre en la sociedad en general. Incluso, últimamente, las mujeres artistas se intentan salir un poco de ese encasillamiento. Es decir, no dejan de decir que son feministas pero intentan salirse un tanto del encuadre. A mí no me importa en absoluto que me encuadren, sobre todo porque eso no me impide hacer otras cosas. Las mujeres tienen que reivindicar un espacio, como están haciendo quienes participan en Plataforma A, grupo al que me han dejado pertenecer, y que lo único que hacen es reclamar paridad, que me parece algo fundamental. Nosotros estamos perdidos, subsumidos.

¿Cómo fue el encuentro de la creación con Cos y viceversa?

-De pequeño, en el colegio, siempre preguntaban: ¿quién es el que mejor dibuja? Y yo siempre lo hacía muy bien. Iba en representación de mi colegio a dibujar al Retiro, nos daban una Pepsi Cola y ahí estábamos. Nunca gané nada, pero bueno. Además, mi abuelo era tallista e igual mi padre y de ellos aprendí bastante. En la política también he dibujado carteles y demás. Claro, cuando entré en la Escuela de Artes lo pude relacionar todo.

¿En qué momento llegó a Vitoria?

-Hace 33 años. Vinimos de Madrid porque mi mujer es maestra y había sacado plaza. Además, conocíamos gente con la que habíamos coincidido en el exilio en París.

¿Cuál fue su primera impresión?

-Pensé que era un gran pueblo. Lo primero que vi fue la zona detrás de las vías del tren, donde estaba el Ejército. Imagina, en plena transición. Yo escuchaba la palabra eta en la calle y no veas hasta que supe que eso significaba. Fue interesante. Pero sí me pareció una ciudad un poco gris. Otra de las cosas que me sorprendió es que la gente no subía a las casas de los demás. Pero por lo demás, muy bien.

Hoy puede parece que hemos cambiado más que de siglo de universo o no es para tanto, también en el aspecto cultural.

-En lo cultural había un componente casi nacionalista en aquella época que ahora está más parado. En aquel momento había un nivel cultural posiblemente más alto que ahora. Aquí tenemos atrincherado a Artium ahí, con pocas perras aunque los junteros se echen las manos a la cabeza cuando ven el presupuesto que da la Diputación de tres millones. Otra cosa es que me gustaría que ese dinero se pudiera gastar mirando un poco más hacia los artistas locales. Cada 150 kilómetros tenemos Artiums pero tenemos unos artistas a los que nadie hace caso. Sí, hay muchos comisarios, curators, que nos vienen, que nos modifican, que nos dicen que tenemos tesoros... La situación cultural ha caído muchísimo y hemos perdido años que costará mucho recuperar.

De su faceta política hablamos o...

-No, bueno. Está todo en el aire. Por ejemplo, he participado mucho en el 15M, sigo siendo comunista y del EPK y de Izquierda Unida, pero es una faceta que tengo relajada. Creo que tenemos que abrirnos. Podemos puede caerse pero hay que atender, abrirse, generar estructuras unitarias.

La práctica artística es también una práctica política.

-A pesar de que está muy mal visto. La política debería bajar un poco más y meterse en el mundo de la sociología, de la antropología, del feminismo... Soy marxista y hay muchos aspectos que no hemos abordado todavía bien. Entiendo que la cultura es política. O haces una política que es en la que crees o haces la otra. Ahora estoy trabajando también con un grupo en Bulegoa sobre si el pensamiento, la cultura están subsumidas o no. Es muy importante plantearse esas cuestiones.

Dejando a un lado lo que sucede fuera, ¿el mejor lugar, el estudio?

-Aquí como en ningún sitio. Trabajo lo que quiero, noche y día. De vez en cuando voy a casa (risas).

Es un sitio para recibir o mejor que no venga nadie.

-Me encantaría recibir. De hecho he pensando habilitar un sitio para que los demás puedan contar sus cosas, hacer cinco o seis citas al año. El problema es que la gente del arte necesitamos mucho tiempo en soledad. Pero yo también quiero ser un animal social porque veo la necesidad de la organización, de la estructura. Claro que creo que lo reivindico tanto que los demás se asustan. Por eso con el Proyecto Amarika estaba tan contento. Me fastidió que no tuviera continuidad.

¿Pero no había manera de que aquello hubiera continuado sin la Diputación?

-Todas las maneras. Tenemos que pasar una asignatura: encontrar recursos sin depender de lo público. Reivindico que haya dinero de las instituciones y que la gente tiene que comer, pero también reivindico la militancia. Podíamos haber intentado seguir.

¿Lo volvería a vivir todo?

-Absolutamente. Me lo he pasado muy bien. Tuve una niñez preciosa y una juventud que no cambio por nada. También lo pasé mal, estuve en la cárcel y todas esas cosas, pero iba por la vida diciendo: estamos haciendo algo. Ahora menos. Lo volvería a vivir todo sin problema.