Jardiel Poncela fue un escrito de novelas y teatro de cierto prestigio que funcionó a comienzos del siglo pasado y que desarrolló un estilo de humor próximo a lo absurdo y chirene que dio origen a una corriente de humoristas que hicieron de lo imposible e ilógico fuente de inspiración graciosa. Una de las más célebres novelas de Poncela lleva el título que encabeza esta columna y que viene ni piripintada para comentar la noticia parecida en nuestra revista semanal ON y que cuenta la extraordinaria cifra de más de setecientos mil españolitos que el pasado octubre no dedicaron ni un minuto de sus repajoleras existencias a ponerse delante del televisor para deglutir pócimas, extravagancias y otras confituras basura de la pervertida mente de los programadores de la tele de nuestras trituradas vidas. Es la primera vez que veo semejante cifra de insumisión consumista que puede ser de interés para el futuro del medio televisivo porque de forma soterrada se incrementará el número de ciudadanos/as que pasan de las ofertas de Mediaset, Atrestelevisión, Pepértve y otras ofertas que inundan el dial y amamantan a los espectadores en el grito, telebasura, manipulación informativa y otras excrecencias; y ante semejante panorama casi un millón de espectadores ha dicho basta, se ha revelado y se ha puesto de espaldas al medio que sigue escupiendo rollo, cuento chino e historietas informativas que algunos ya no tragan; a estás vírgenes prudentes de la tele moderna no les alcanza el escupitajo mediático y siguen vivas y no necesitan la tele para sobrellevar los penosos y largos días de la jodida crisis que dicen han tocado fondo; a lo mejor, para permanecer ahí, en el fondo como el pecio del Prestige que nadie sabe quién hundió. Sabios televidentes que demuestran con claridad meridiana que hay vida más allá de la tele y si me apuran, hay vida a pesar de la tele.
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