Madrid. Periodista y escritora de éxito. Su último libro, Dispara, yo ya estoy muerto, está entre los más vendidos. Entremezcla historias que van desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX. Ha escogido escenarios como San Petersburgo, París o Palestina. Julia Navarro investiga a través de sus personajes cómo puede afectar la política en la vida cotidiana.
Sus dos últimos libros, 'Dime quién soy' y 'Dispara, yo ya estoy muerto', están centrados en conflictos del siglo XX. ¿Cree que es el siglo más cruel de la humanidad?
Sí. Un siglo donde ha habido dos guerras mundiales, donde se ha matado a mansalva y donde han existido los campos de exterminio..., algo así no ha ocurrido en otras épocas, y fíjate que la historia de la humanidad es una historia llena de brutalidad.
Juzgamos la Inquisición como brutal pero el siglo XX no se queda a la zaga, ¿no?
Bueno, la Inquisición tuvo su aquel. La historia de este libro comienza en el siglo XIX con alguno de los progromos, en esta caso del zar Alejandro III contra los judíos, que pasa por París, pasa por Varsovia, pasa por la I Guerra Mundial y las consecuencias que tuvo este conflicto, no solo en Europa, también en el escenario de Oriente Próximo.
¿Qué tipo de consecuencias?
El derrumbamiento del imperio otomano del que Palestina era una provincia... Todo eso son escenarios sobre los que coloco a los personajes de mi novela. Lo que me importan de las decisiones políticas son las repercusiones que estas tienen sobre la gente corriente. A mí no me importa la gran historia, me importa la pequeña historia, su efecto sobre la vida cotidiana de las personas. Por eso digo que no es una novela histórica y tampoco política. Es una novela costumbrista.
¿Qué es lo que pretende?
Mostrar cómo afectan a los personajes las decisiones políticas de otros...
En todos los tiempos para contar la historia hay que hablar de política.
De acuerdo, política es todo. No hablo de la gran política, hablo del día a día, en ese sentido es mucho más costumbrista que política.
¿Su novela más ambiciosa?
Cuando te planteas una historia siempre es ambiciosa, aunque transcurre en el siglo XX, siempre digo que Dispara, yo ya estoy muerto se aleja de los conflictos.
Unos personajes que luchan para no ser lo que son.
Mira, todos nacemos con un pack en el que están nuestras coordenadas geográficas, el tiempo que nos ha tocado vivir, tampoco elegimos a la familia, pero aun así, con todos estos determinantes; al final, es nuestra voluntad la que nos puede librar de un destino marcado. Hay quien se juega la vida por cambiar su vida. Como ejemplo, esos inmigrantes que se lo han jugado todo y han naufragado en Lampedusa: terrible, pero querían otra vida.
Hablemos de usted, ¿cuesta dejar de lado el periodismo para dedicarse a escribir?
Como yo lo he ido dejando de una forma natural y dando pasos atrás, no tengo la sensación de que he tenido que dejar el periodismo; además, lo he ido sustituyendo por algo como es escribir y es distinto a si un día te encuentras con un ERE y en la calle. He dejado voluntariamente el periodismo, aún mantengo un vínculo a través de artículos de opinión. Lo que no hago es periodismo en primera línea, no hago información, tertulias, televisión, radio...; pero aún escribo en los periódicos.
Periodista en la época de la Transición, un tiempo que le apasiona.
Fíjate, yo colaboraba en Deia, mandaba algunas cosas del Parlamento, me hacía mucha ilusión. Entonces yo era una jovencísima periodista que empezaba, eran momentos apasionantes en los que pasaba de todo.
Ha cambiado mucho todo en estas casi cuatro décadas, ¿no?
No tiene nada que ver. Eran años apasionantes para contarlos como periodista; años en los que contábamos cómo estábamos pasando de un estado dictatorial a una democracia. Contábamos cómo se estaba haciendo la Constitución. Estaba allí, jovencísima, con mi libretita, esperando que salieran los ponentes y nos contaran los avances o las peleas. Vivimos el estar dentro del Congreso cuando el intento de golpe de Estado; uff, fueron años muy intensos, se vivía muy deprisa, pero, sobre todo, había un objetivo: vivir en un lugar donde la democracia y la libertad estuvieran definitivamente asentadas.
¿Ha ido la clase política a menos?
En momentos importantes, se dio la circunstancia de que la mejor gente fue la que estuvo en primera línea. Después, las cosas se han ido normalizando y la democracia tiene sus rutinas y se ha ido profesionalizando la política.
¿Es bueno que se profesionalice la política?
Tiene su parte positiva y su parte negativa. Lo positivo, se ha conseguido un Estado normal; lo negativo, que aquel impulso, que aquella gente extraordinaria que dejó sus cosas para arrimar el hombro no están. Es verdad que la clase política de hoy no nos parece tan, tan...
¿Ética?
Bueno, la corrupción es uno de los grandes problemas...
¿De aquellos lodos de la Transición vienen estos barros?
No estoy de acuerdo con aquella gente que se dedica a denostar la Transición, porque nos ha permitido vivir en democracia y libertad.