la profesión de programador es arriesgada vocación para la que hay que tener poderoso corazón, clara inteligencia y gotas de suerte de vez en cuando en el negocio televisual. Ellos/as hacen de la confección de las parrillas ejercicio considerado de triple salto mortal cuando llega el momento de decidir la compra de derechos televisivos de prueba deportiva, serie de situación o película famosa.
Estos responsables de la gestión del día a día, hora a hora, temporada a temporada tienen en sus manos el acierto/error de las decisiones sobre lo que se emite, cuándo se emite y cómo se emite. Si aciertan, la cadena sube dividendo, aumenta mancha publicitaria e incrementa percibido de triunfo. Si por el contrario meten la pata, les come la competencia el mijo de audiencia y falla el producto mal emplazado, pueden ir pensando en pasarse por taquilla para firmar el finiquito. Por ello, hay productos que las televisiones generalistas siempre comprarán y otros que no sirven ni para tacos de escopeta frente a Gran Hermano, Eurovisión o final futbolera Copa del Rey.
En las programaciones hay caballos ganadores por los que se puede apostar y otros que arriesgan batacazo en la cuenta de resultados y ya se sabe que la tele es ante todo negocio; los responsables mueven sus tentáculos en las productoras y afinan el olfato para programar Águila Roja, Gran Hotel, series americanas de éxito, Sálvame Deluxe y afines y con ello conseguir excelentes resultados con productos de garantía, conocedores de lo que siempre triunfa en la tele. Los grandes despliegues mundiales en acontecimientos relevantes, finales de fútbol, festivales cancioneriles y poderosos eventos deportivos son elementos seguros para triunfar con audiencias millonarias. Como en la vida misma, sota, caballo y rey, la tele gira sobre sí misma.