L'Auditorium de Bordeaux, obra del arquitecto Michel Pétuaud-Létang, es tan nuevo que su fotografía aún no aparece recogida en Google Maps. Próximo a la céntrica plaza Gambetta, terminó de construirse el pasado año y desde su inauguración hace dos meses luce radiante y perfectamente integrado en una manzana de edificios antiguos. La austeridad de su fachada, dominada por cuatro largas columnas, contrasta con la suntuosidad del interior, que alberga un maravilloso auditorio con capacidad para 1.400 personas y una acústica verdaderamente asombrosa.

De ella se ha beneficiado la Orquesta Sinfónica de Euskadi (OSE), que ha tenido el honor de ser el primer conjunto extranjero que toca en el flamante auditorio. Sus estrechos lazos con la Orchestre National Bourdeaux Aquitaine han facilitado este encuentro organizado en el marco de la política de intercambios de la OSE, que actuaba en Burdeos por sexta vez. De hecho, la capital aquitana fue el primer destino internacional de la formación vasca cuando en 1984 solo contaba con dos años de edad. Tres décadas después, la orquesta volvió a la ciudad para triunfar dos noches consecutivas (el boca-oreja hizo que ayer se agotaran las entradas) gracias a un programa que alternó reminiscencias hispánicas y galas con obras de Guridi, Falla y Bizet.

El concierto del jueves

De Andalucía a Arlés

El jueves, minutos antes del inicio del primer concierto, el solista deambula inquieto de un lado a otro del escenario. Los nervios del ensayo previo son esta vez mayores porque el madrileño Luis Fernando Pérez tiene que grabar su concierto, Noche en los jardines de España.

Quizá no lo parezca por su aspecto desenfadado, sus pantalones vaqueros y sus zapatillas deportivas, pero el pianista es toda una estrella en Francia, donde el sello Mirare va a publicarle un disco monográfico con obras de Manuel de Falla. Quiere tenerlo todo bien atado y propone registrar una toma de la obra completa en el ensayo para no dejar nada al azar, pero el director invitado, el italiano Carlo Rizzi, necesita pulir otras partes del programa y accede a grabar solo la mitad y se viven unos breves minutos de tensión entre ambos.

Pero la sangre no llega al río Garona y cuando suenan las primeras notas, los ánimos se relajan y se impone la partitura de Aventura de Don Quijote, un poema sinfónico compuesto por Jesús Guridi en 1915 que sirve de sugerente banda sonora a las andanzas de Alonso Quijano. La música suscita imágenes de cruentas batallas y también de escenas románticas. El maestro se mueve agitadamente sobre el podio y en ocasiones parece dar pasos de baile mientras lleva el compás con la batuta. Muy cerca, el concertino toca el violín en una especie de trance: es el músico eibartarra afincado en Alemania Aitzol Iturriagagoitia.

Varios mozos trasladan el piano al centro del escenario, señal de que ha llegado el momento de interpretar -y grabar- Noches en los Jardines de España, una obra hermosa y también rica en imágenes. No en vano, la pieza está inspirada en los cuadros que pintaba Santiago Rusiñol, y guía al oyente a través de un bello paseo por los jardines de la Alhambra y la sierra de Córdoba. Con los ojos cerrados, Luis Fernando Pérez acaricia las teclas con un sentimiento arrebatador y la orquesta se muestra muy expresiva al acompañar las melodías de corte flamenco que también tienen influencia del impresionismo francés por la estancia de Falla en París.

La cerrada ovación final obliga al pianista a regresar para saludar en varias ocasiones y demuestra que el público galo ha caído rendido ante el duende flamenco-galo de la orquesta. En justa correspondencia, Pérez interpreta dos propinas -una más que en Vitoria y Bilbao- solo al piano: El bailecito, del argentino Carlos Guastavino, y Danza del molinero, otra composición jonda de Falla. Visto el fervor, resulta extraño que algún espectador no se levantara para gritar: "¡Olé!"

Tras el descanso llega la segunda parte de la función, dedicada íntegramente a Bizet. En ella, el maestro Rizzi, que ha dirigido en coliseos como el Metropolitan, la Bastilla o la Scala, parece más suelto al llevar el compás, quizá por tener un mayor conocimiento de las obras. La versátil Suite nº2 de L'Arlésienne maravilla al respetable, especialmente en su tercer movimiento, presidido por delicadísimas melodías de arpa y flauta, y por la conocida Farandole, un explosivo final a bombo y platillo propio del mejor concierto de rock. Y aún falta la Sinfonía nº1 en do mayor, obra de juventud que Bizet compuso en su último año en el conservatorio y en la que la OSE desprende un bouquet tan estupendo como el de los mejores vinos de Burdeos. Como único bis, la orquesta ofrece el insoslayable preludio de Carmen alumbrando un curioso juego de (a)simetrías: si Falla adornó sus jardines españoles con elementos del impresionismo galo, Bizet creó uno de los mayores clásicos del repertorio operístico francés a partir de la historia de la cigarrera sevillana.

de las mejores orquestas

Noche con final abierto

Aún resuenan los aplausos en el auditorio cuando Carlo Rizzi apura de un trago el botellín de agua. "Permitid que me siente, soy el único que ha estado de pie dos horas y media", dice, exhausto, a los periodistas que le visitan en su camerino. Dice estar feliz por el resultado de la función y, sobre todo, por "la actitud de los músicos", que es "muy inspiradora" para él. También valora positivamente la reacción del público y el descubrimiento de Guridi, a quien aún no había dirigido. "Le conocía solo de nombre pero he escuchado algunas de sus obras por YouTube y las Melodías Vascas me parecen fantásticas", asegura.

Es jueves universitario. A partir de medianoche cambia el menú etílico en la Parte Vieja de Burdeos y los excelentes caldos de uva fermentada se sustituyen por bebidas de alta graduación, whisky con cola o absenta, por ejemplo. La tasca ha sido elegida al azar pero Chez Le Pépère resulta un refugio de lo más musical: su dueño es exdirectivo de la discográfica Sony, organiza jam sessions de jazz y lo mismo pincha música celta que soul o rock. Por pura casualidad, los chicos de la prensa coinciden allí con Luis Fernando y Aitzol, que en realidad se conocen desde los tiempos en que coincidieron en la escuela Reina Sofía de Madrid.

Son grandes amigos y, aún con el subidón post-concierto, celebran emocionados haber coincidido sobre el escenario después de tantos años. "Cuando tocaba el piano sentía a Aitzol a mi espalda, dándolo todo con el violín? Ha sido increíble", dice Pérez. "Lo que más valoro es sentir ese respeto mutuo", añade el guipuzcoano, que no pierde de vista su violín ni un momento y coincide con su colega en el gran nivel de la OSE: "Es una de las grandes orquestas de España". El cansancio acumulado comienza a hacer mella y se aproxima la hora de cierre, pero el entusiasta Iturriagagoitia fabula en torno a un futuro proyecto con el pianista: "¡Tengo una idea! Vamos a decirle a Iñigo (Alberdi, director general de la OSE) que queremos tocar juntos el Concierto nº2 para piano y orquesta de Brahms. Esa obra es brutal".

Continuará?