los acontecimientos romanos de elección de un sucesor del Papa alemán retirado a descansar, harto de unos y otros y con la intención de rezar los últimos días de su terrenal existencia, ha agitado la escena informativa con la secreta actuación del colegio electoral católico, que se ha puesto de acuerdo sobre el nombre del sucesor, y a millones de espectadores de la aldea global que han seguido atónitos el acelerado devenir de los acontecimientos regidos por una vieja chimenea que quema papeletas de nominación, acompañada de otro artilugio quemador de productos químicos que provocaban humo de color negro o blanco según las votaciones conclavianas de la Capilla Sixtina. Paradójico elemento convertido en elemento central informativo de una institución milenaria con su elemental código de señales. Una chimenea que asoma sobre tejado vaticano y cuya imagen se difundía a los congregados en la petrina plaza a través de pantallas gigantescas. En un mundo intercomunicado, con lo digital ocupando todas las esquinas del humano quehacer, tiene un punto de exotismo antiguo esta chimenea de fugaz elección. Es como un elemento arqueológico de otros tiempos colocado en el centro de la actualidad y convertido en un código de comunicación compartido por la globalidad aldeana. Ordenadores, tabletas, móviles y otros artilugios quedan fuera de servicio ante la potencia clarificadora de un tubo de cobre por donde corre la caliente actualidad. La televisión es litúrgica, necesita de pasos convenidos y sabidos para construir la narración en pantalla y la religión católica sabe mucho de liturgia, parafernalia y acompañamiento barroco, y por ello un rito se convierte en caliente punto informativo. Nombrado el nuevo Papa, la estufa, chimenea y tubos descansan en almacenes vaticanos. Misión cumplida.
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